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– ¿Has hablado últimamente con Patricia?

Nadie como Claire para cambiar de tema cuando no quería hablar de algo.

– No. ¿Debería?

Claire se encogió de hombros con ingenuidad.

– No se. Tal vez. Creo que necesita que la raptemos.

Miré a Alex. No estaba segura de querer tener aquella conversación delante de él. Tenía toda la pinta de que iba a tocar problemas íntimos. Alex estaba ocupado hincándole el diente a las sobras.

– ¿Raptarla? -dijo con la boca llena de carne con arroz-. Parece divertido.

– Nuestra hermana Patricia está casada con un capullo.

– ¡Claire!

– ¿Qué? Lo es. Últimamente se comporta como un capullo, Anne, y tú también lo sabes -se dirigió entonces hacia Alex y dijo-: Necesita descansar de los niños una noche. Además -se volvió hacia mí nuevamente- tenemos que reunirnos otra vez para hablar de la fiesta.

– ¿Vais a celebrar una fiesta? -Alex parecía interesado. Pinchó otro trozo de carne.

– Es para mis padres. Mis hermanas y yo estamos planeando celebrarla en agosto. Por su aniversario de bodas.

– Las cuatro mosqueteras -añadió Claire.

Alex tragó y se limpió la boca con el dorso de la mano.

– Yo también tengo tres hermanas.

Yo sabía que tenía hermanas, pero no cuántas.

– ¿De verdad?

– Pobrecillo -dijo Claire-. Anda que no habrás tenido que escuchar quejas por el puto síndrome premenstrual. Claro que eso explicaría tu gusto a la hora de elegir pijama.

Los dos se echaron a reír dejándome fuera.

– ¿De dónde has sacado este pantalón? -añadió Claire, ladeando la cabeza para verlos mejor igual que había hecho Alex antes con sus zapatos.

– Me lo regalaron.

– ¿Una amiga? -dijo Claire pinchando un trozo de filete del plato de Alex mientras yo observaba, horrorizada y con algo de envidia, la naturalidad con que se comportaba.

– No.

– ¿Un amigo? -Claire sonrió de oreja a oreja.

Alex le devolvió la sonrisa.

– No.

– Como me digas que fue tu madre, vomito.

– Claire, por Dios, ¿es que no sabes preguntar con diplomacia? -la miré, enfadada, y ella me puso los ojos en blanco.

– Ay, Anne, relájate. Este tipo es puro sexo a pesar de llevar un pantalón de pijama de chica. Sólo quiero saber quién se lo regaló.

Alex compuso una sonrisa satisfecha y se levantó de la mesa. Llevó el plato al lavavajillas y se sirvió otra taza de café. Mientras, Claire y yo intercambiábamos una de esas miradas que dicen «no entiendo a qué viene tanto alboroto».

– Fue mi amante -levantó la taza en dirección a Claire-. Resultó que era mi cumpleaños. Me hace gracia Hello Kitty.

Claire le hizo una señal con el pulgar hacia arriba. A mí, sin embargo, no me convenció su respuesta.

– ¿Una amante no es una amiga?

Él me miró, pero fue Claire la que respondió.

– Venga, ya, Anne.

Yo la miré de una forma que no podía llevarla a error de ninguna manera.

– ¿Venga qué?

Claire sacudió la cabeza.

– Un amante no es un amigo o una amiga. Es alguien con quien follas, nada más.

Miré a Alex en busca de confirmación. Su silencio era confirmación suficiente. Me observó por encima del borde de la taza.

– Ya, supongo que estoy anticuada.

– No te preocupes, tontita -dijo Claire, levantándose para darme una afectuosa palmadita en el hombro-. No es algo que deba preocuparte en tu caso -me dio un suave apretón-. Me voy al centro comercial. He oído que buscan vendedores en una tienda nueva que han abierto.

– ¿Vas a buscar trabajo? -no estaba siendo sarcástica. Estaba sinceramente sorprendida.

Claire frunció el ceño.

– Sí, la verdad es que es una mierda no tener dinero. Y vivir en casa de nuestros padres. Me queda un semestre de clases y hasta que consiga un trabajo de verdad o pueda solicitar una beca de trabajo, lo mejor que se me ocurre es el centro comercial. A menos que dé un braguetazo con un hombre guapo que me mantenga de una forma a la que no me costaría acostumbrarme.

Se volvió hacia Alex agitando las pestañas con sensualidad. Éste le respondió con una mirada tan tórrida que me dieron ganas de encender el ventilador.

– ¿Tienes a alguien en mente, preciosa?

Claire soltó una carcajada.

– ¿Te estás ofreciendo?

A los dos les gustaba flirtear, lo sabía, y, aun así, ver cómo le ponía ojitos a mi hermana me provocó un arrebato de celos.

– No estoy seguro de valer para el mercado de esclavos sexuales -dijo Alex con un tono que sugería que buscaba eso precisamente-. ¿Cuáles son los requisitos?

– Te los enumeraría, pero mi hermana está aquí. Lo mismo le revientan los oídos.

La tórrida mirada de Alex giró en dirección a mí.

– Apuesto a que lo podrá soportar.

Claire levantó las manos, riéndose a carcajadas.

– Uf, tío, ahí sí que no voy a entrar. Anne, nos vemos mañana para cenar. Alex, un placer conocerte. Me largo.

Pasó a su lado y extendiendo la mano, tironeó juguetonamente del cordón que ceñía la cinturilla del pijama.

– Tu amante tenía buen gusto.

Tras lo cual desapareció por la puerta de atrás, dejándonos solos en la cocina. Alex andaba por la cocina como si llevara allí toda la vida. Por una parte, me alegraba que se sintiera a gusto. Pero por otra… bueno, por otra, tenía la impresión de que ya formaba parte de mi casa y no estaba segura de que me apeteciera que estuviera allí.

– Así que esa es tu hermana -comentó cuando se hubo cerrado la puerta.

– Ésa es mi hermana -me levante-. No nos parecemos mucho.

– ¿Eso crees? -se retiró a un lado para dejar que metiera la taza en el fregadero-. Yo sí veo el parecido.

– No me refería al aspecto físico.

Ya estábamos bailando otra vez en la pequeña cocina, así que me enderecé decidida a no dejar que los nervios se apoderaran de mí. Tendí la mano para que me diera su taza, me la dio y yo la puse en el fregadero. Entonces se apoyó nuevamente en la encimera.

Tenía el pelo revuelto de dormir y unos pezones como monedas de cobre sobre una piel del color del papel de buena calidad; bajo los brazos sendas pequeñas matas de vello así como una delgada línea que comenzaba justo debajo del ombligo y desaparecía bajo la cinturilla del pijama de dibujos.

Maldito.

– Es viernes -dijo, arrancándome del examen mental que estaba haciendo de su cuerpo.

– ¿Y?

Sonrió y, pese a mis esfuerzos por no dejarme engullir por su sonrisa, fue inútil. Fracasé estrepitosamente.

– Un amigo pincha música en un club de Cleveland. ¿Por qué no vamos esta noche?

Hacía siglos que no iba a bailar. James y yo salíamos a cenar y al cine, y a veces íbamos a tomarnos una alitas fritas en alguno de los bares de deportes de la ciudad, pero a bailar…

– Me encantaría. Será divertido.

– Será más que divertido. Será cojonudo.

Capítulo 8

Por fuera, el club no se diferenciaba del resto de los edificios de corte industrial que se alineaban a lo largo de la manzana. Algunos habían sido rehabilitados y transformados en apartamentos de lujo. El resto se habían convertido en populares locales nocturnos.

La cola para entrar me recordó a las colas que se hacían en el parque de atracciones, aunque en esa ocasión la gente constituía la atracción en sí misma. La mayoría iba vestida de negro. Cuero. Vinilo. Lycra. Muchos llevaban gafas de sol, aunque fuera de noche.

– ¿Crees que debería llevar un collar de ajo? -le susurré a James, que soltó una carcajada.

No tuvimos que hacer cola. Alex mostró una tarjeta, mencionó el nombre de su amigo y nos indicaron que pasáramos a una antesala negra como boca de lobo. En un extremo había una especie de sala pequeña sin puerta, flanqueada por dos hombres calvos y fornidos vestidos de negro y con las inevitables gafas de sol. Dentro de la sala, perchas y estantes cargados de armas, esperaba que de imitación, cubrían la pared de suelo a techo.