Выбрать главу

– No hace falta que bebas si no quieres, cariño.

– Lo sé.

Pero no dejé el vaso.

Alex fue a buscar otro vaso para él, pero le puso más absenta, por lo que el azúcar se inflamó más. Todos lanzamos exclamaciones maravilladas como si fuéramos niños ante un espectáculo de fuegos artificiales.

– ¿Estás dentro o estás fuera? -preguntó Alex cuando regresó al sofa y se sentó frente a nosotros-. Las jotas de corazones y las de picas son comodines.

– Estoy dentro -dije.

Creía que la absenta me ardería en la garganta, pero entraba bien y dejaba una sensación cálida. Como cuando comías caramelos. Dulce. Me apetecía bebérmela toda, por eso dejé el vaso al cabo de dos sorbos.

Alex se dio cuenta, pero no hizo ningún comentario, jugamos a las cartas, apostando peniques que sacamos de la botella en la que iba guardándolos James desde que estaba en la universidad. Todos hicimos trampas.

– No voy -dijo Alex al cabo de un rato, lanzando sus cartas sobre la mesa-. No tengo nada.

Nos habíamos sentado en el suelo, la mesa baja era lo que nos separaba. James me rodeaba con un brazo, haciéndome cosquillas en el brazo con los dedos. Dejó el puro en el cenicero.

– Y además estás arruinado, tío.

– Estoy arruinado -confirmó Alex-. En la más absoluta miseria. Desvalijado.

– Yo tampoco tengo nada -dijo James-. ¿Qué tienes, nena?

Les mostré mi mano. Es fácil ganar a dos hombres atontados por el alcohol.

– Tengo una pareja de reyes.

Alex se frotó las uñas en el pecho desnudo.

– Eso seguro.

Yo miré las cartas que tenía en la mano, la reina de corazones flanqueada por el rey de tréboles y el de picas. No me extrañaba que estuviera tan sonriente.

– Pagadme, chicos.

– Los dos estamos sin blanca -dijo James, frotando la nariz contra mi oreja-. Te pagaré con favores sexuales.

Me volví a mirarlo. Me sonrió. Tenía las mejillas rojas y los ojos resplandecientes bajo las oscuras pestañas.

– Eso me vale contigo, ¿pero qué pasa con Alex?

Los dos miramos a Alex, que tenía la atención puesta en las cartas desparramadas por la mesa. Levantó la vista al oír su nombre, y fue la primera vez que no parecía tener el control de su expresión.

Durante casi toda la noche habíamos sido dos y una, pero en ese momento, igual que en el País de las Maravillas, volvíamos a ser tres. Las tres puntas de un triángulo. Una trinidad.

– Creo que eso depende de ti -dijo James por fin, con un ronco murmullo.

Tenía la oportunidad de dejar las cosas como estaban. De elegir la perfección y no el cambio. Podría haber dicho que no, todos nos habríamos echado a reír ante la ocurrencia y nos habríamos ido a acostar cada uno a su cama. Podría habernos ahorrado mucho dolor.

Pero lo deseaba, y al contrario que con la absenta, no lo aparté.

Alex había sido el centro de atención para James y para mí, pero, de pronto, yo era el centro de atención de dos atentas miradas, una azul claro, la otra, de un gris ahumado.

– Anne… -dijo James.

Pensé que iba a decir que era una broma. Que iba a poner fin al juego. Pensé que iba a salvarme de mí misma, pero, al final, dijo solamente:

– ¿Quieres que Alex te bese?

Lo deseaba tanto que todo mi cuerpo temblaba, pero antes tenía que asegurarme de que no había problema. Me volví y puse la boca junto a la de James, tan cerca que nuestros labios se rozaban a cada palabra.

– ¿Quieres que Alex me bese?

James sacó la lengua para humedecerse los labios, humedeciendo los míos al mismo tiempo. Entreabrimos los labios. Tomamos aire, lo dejamos escapar, pero no nos besamos.

– Sí -respondió finalmente-. Quiero ver cómo te besa.

Aparté a un lado lo que creía que deseaban ambos hombres. Yo los deseaba a los dos. Podía tener lo que deseaba. ¿Importaba tanto cómo habíamos llegado hasta allí, o por qué, si, al final, todos íbamos a conseguir lo que deseábamos?

– Estás borracho -susurré contra la boca de James.

– Tú no -me respondió él con otro susurro.

Resbalé y caí, dando vueltas, hacia las profundidades de sus ojos, pero su sonrisa me devolvió a la realidad.

– ¿Quieres hacerlo? -pregunté.

James me acarició el pelo y me quitó el pasador.

– Sólo si tú quieres, nena.

James miró a su amigo por encima de mi hombro.

– Si en alguien puedo confiar tu seguridad es en Alex.

Me volví a mirar a Alex. Esta vez no me hizo falta ninguna pastilla roja para adentrarme en el País de las Maravillas. Bastaba con inclinarme un poco sobre la mesa. Lo hice, apoyándome en el tablero con una mano, la otra entrelazada con la de James.

Él me había preguntado si quería que Alex me besara, pero esa primera vez fui yo quien lo besó. El momento me pertenecía. Era mío.

Intente mantener los ojos abiertos, pero en el último momento me faltó valor y no pude mirar. Su boca era cálida, sus labios más carnosos que los de James. No se movió hacia mí, pero su boca obedeció a mis deseos, abriéndose.

Al poco de estar en aquella posición se me durmió la muñeca. Pero no importaba. Había sido un beso bastante largo para ser el primero, una exploración vacilante a la que creí que los nervios restarían emoción. Me separé y abrí los ojos.

Alex había cerrado los suyos también y aquello hizo que sintiera una inesperada ternura hacia él. Tenía un aspecto más dulce, un príncipe que aguarda el beso del verdadero amor que lo despertará de su sueño. Pero fue sólo un segundo, al cabo del cual abrió los ojos. Sus ojos ardían.

Me puso entonces la mano en la nuca, para mantenerme en el sitio y me dio un beso que me dejó sin aliento, con ansia, pero se separó en el último momento.

La mesa se me estaba clavando en el estómago. Seguía teniendo la mano entrelazada con la de James. El beso se alargó indefinidamente, pero terminó antes de llegar a hartarme.

Esta vez cuando abrí los ojos, Alex me estaba mirando.

– Ahora déjame ver cómo lo besas a él -dijo.

Miré a James y me acerqué a él.

– ¿Seguro que no hay problema?

Él me rodeó con sus brazos.

– ¿Quieres hacerlo tú?

– ¿Quieres que lo haga?

Las manos que tenía entre mi pelo se deslizaron por encima de mis hombros y descendieron por mis brazos hasta llegar a mis manos temblorosas. Juntó nuestras palmas entrelazando los dedos. James inspiró entrecortadamente, muy despacio, y miró por encima de mi hombro. No sé qué vería, pero bastó para hacerle sonreír cuando volvió a mirarme.

– Sí que quiero.

Nunca había sido infiel a mi marido. No tenía motivos para sospechar que él lo hubiera sido conmigo. Sin embargo, allí estábamos los dos, invitando a una tercera persona a nuestra cama. Tendría que haber estado loca para no sentir algo de excitación.

El deseo venció sobre el sentido común, igual que en ocasiones pasadas, y mi cuerpo ignoró el sabio consejo de mi mente y mi corazón. Era más vieja, pero, al parecer, no más sabia.

Estaba entre los dos, una reina con dos reyes. Los dos estaban tensos y preparados para abalanzarse de un salto, aguardando que yo diera la orden. No se parecían, pero, en aquel instante, me parecían idénticos.

– Vamos -dije en voz queda y ronca, pero los dos me oyeron. Les hice la señal de que me siguieran con un dedo, y me di la vuelta a ver si de verdad me seguían.

Subí los dos escalones que separaban el cuarto de estar de la cocina, avancé pasillo adelante en dirección a nuestro dormitorio y entré. Me desabroché los botones y me bajé la cremallera mientras andaba. Para cuando llegué a la cama, camisa y vaqueros estaban por los suelos. Me detuve en sujetador y bragas al pie de la cama y me di la vuelta.

Esperando.

Los oí por el pasillo, el susurro de sus pies descalzos sobre el suelo de madera, el sonido de las cremalleras al bajar y el roce de la ropa deslizándose por la piel. Esperé para ver quién pasaría primero. ¿Sería James buen anfitrión y cedería paso a su invitado?