– ¿Acaso importa?
Por un momento me costó que me saliera la voz.
– ¡Importa! ¡Claro que importa!
– Un tiempo -respondió pasándose la cuchilla de afeitar por las mejillas, aunque estaban tersas-. Salió el tema en una conversación.
– Por favor, explícame cómo pudo salir en la conversación el tema de dejar que tu amigo se follara a tu mujer, James -dije-. Ah, no, perdón. De no dejar que tu amigo se follara a tu mujer.
Se volvió hacia mí.
– De acuerdo. Un día vi la encuesta que habías hecho en una de las revistas que tienes en el baño. Creí que estaba haciendo algo que deseabas.
De haber creído que sólo me decía aquello para tratar de aplacar mi enfado, probablemente habría saltado con algo, pero su sinceridad me pilló desprevenida.
– ¿Qué encuesta?
– Una que hablaba sobre las fantasías sexuales. Respondiste que tu mayor fantasía era estar con dos hombres al mismo tiempo.
Me dejó tan descolocada que creía que el suelo se movía bajo mis pies. Tuve que agarrarme a la encimera.
– No tengo ni puñetera idea de qué hablas.
Una mentira envuelta en verdad puede parecer creíble. A James no se le daba bien mentir, pero creí que me estaba diciendo la verdad, o una parte al menos.
– Eso es lo que decía -me respondió-. Y pensé que lo deseabas. Así que…
– Así que lo organizaste todo. ¿Entonces ha sido todo un montaje?
Él se encogió de hombros y levantó las palmas. Tuve que mirar hacia otro lado para no darle una bofetada.
– ¡No me lo puedo creer! ¡Me has chuleado!
– No ha sido así -respondió con voz queda-. Yo no sabía que iba a venir y que se quedaría con nosotros hasta que llamó aquel día. Pero me pareció que sería un buen momento para intentarlo… Sabía que a él le gustaría la idea. Y quería regalarte algo que pensaba que deseabas.
– Ya, claro, ¿como lo de las vacaciones en un campo de golf? -dije yo en referencia al viaje que organizó para nuestro tercer aniversario, pese a que yo no juego al golf.
– ¿Cómo?
– No importa -respondí yo, pasando junto a él en dirección al dormitorio, para terminar de vestirme.
– Pensé que te gustaría -dijo James desde la puerta-. Y te gustó.
Me di la vuelta bruscamente, la garganta tan tensa por una emoción que no sabía si quería que fuera ira o diversión.
– ¡Ni siquiera me dijiste nunca que mantenías el contacto con él, James! Te pasaste años hablando de él como… ¡como si estuviera muerto! ¡Nunca me dijiste que seguías hablando con él! ¡Dejaste que lo invitara a nuestra boda creyendo que hacía años que no hablabais!
– ¡Y era verdad! -gritó él, demasiado fuerte para un espacio tan reducido-. Me llamó para darme la enhorabuena por la boda. Empezamos a escribirnos algún que otro e-mail. A veces me llamaba. ¡No era para tanto!
– ¿Cuál fue el motivo de vuestra pelea? -le pregunté-. Cuando estabas en la universidad y fue a visitarte. ¿Cuál fue el motivo de la discusión que os mantuvo separados durante tanto tiempo? Era tu mejor amigo. ¿Por qué os peleasteis?
James se dirigió a la cómoda y sacó un par de calcetines. Se sentó para ponérselos. No me miró.
Me había puesto de rodillas para él muchas veces, pero esta vez no había ni un ápice de excitación sexual que me ablandara. Puse las manos en sus muslos y ladeé la cabeza para mirarlo a la cara. Cuando se encontró con mi mirada, tenía el ceño fruncido y los labios cosidos por dedos torpes.
– Tengo derecho a saberlo.
James soltó un suspiro y relajó la expresión.
– Hacía tiempo que no nos veíamos. Yo estaba en la universidad y él trabajaba en el parque. No manteníamos contacto en realidad, pero de vez en cuando me llamaba o lo veía cuando volvía a casa en vacaciones. Había cambiado. Iba a clubes nocturnos. Conocía a gente. Yo quería graduarme a tiempo. Las cosas no estaban como siempre entre nosotros. La gente crece.
– Lo sé.
– De modo que un día recibí una llamada suya, así, de repente, cuando estaba preparando los finales. Quería venir a casa a pasar el fin de semana. Le dije que viniera y… bueno, supe desde el primer momento que le pasaba algo, pero no le pregunté. Era como si todo él vibrara. Al principio pensé que se había metido algo, pero me dijo que no había tomado nada. Una noche salimos. Nos emborrachamos. Regresamos a mi apartamento y me dijo que un tipo que había conocido le había ofrecido un trabajo en Singapur y que iba a aceptarlo.
James tomó aire profundamente, muy despacio.
– Pensé que no me importaba. Pero… estábamos borrachos -se pasó la mano por el pelo-. Me dijo entonces que el tipo en cuestión no era un tipo cualquiera, sino un hombre al que se había estado tirando, y… perdí los nervios.
Aquélla no era la historia que había esperado escuchar.
– Oh, entonces vosotros no…
– Tuvimos una pelea muy gorda. Rompimos la mesa de centro y las botellas que había encima -se frotó la cicatriz con gesto ausente-. Estábamos muy borrachos, Anne. Nunca me había agarrado una melopea igual. Me corté. Sangré como un cabrón, lo puse todo perdido -soltó una débil risotada-. Creía que iba a morirme. Alex me llevó a Urgencias. Se marchó al día siguiente.
Yo lo miré.
– Y vas tú y le ofreces un sitio en nuestra cama sin molestarte en preguntarme qué opinaba. Actuaste a mis espaldas y le diste carta blanca para que sedujera a tu mujer, viste cómo me comía el coño, pero no quieres que me folle.
James dio un respingo.
– Creí que…
– No creías nada -le solté.
Nos quedamos mirándonos fijamente. Era la primera vez que discutíamos por algo más importante que quién había olvidado sacar la basura. Me incorporé de mi postura de rodillas, pero me quedé sentada.
– Si no quieres hacerlo… -comenzó a decir James, pero volví a interrumpirlo.
– Quiero hacerlo -mi voz sonaba distante.
Para mí, James tenía más culpa que Alex en lo de su pequeña colaboración. Al fin y al cabo, era James el que estaba casado conmigo, era él quien lo había dispuesto para que Alex se quedara en nuestra casa. James era quien, con gran inteligencia, me había introducido en la idea del voyeurismo, el exhibicionismo y el ménage à trois. James me conocía. Alex no.
Debería haber seguido furiosa, pero saber que James había sido el artífice no hacía variar el hecho de que deseaba a Alex Kennedy casi desde el momento en que lo conocí. Como tampoco hacía variar el hecho de que hacerlo con dos hombres era tan fantástico en la vida real como en la fantasía del cuestionario que yo no había contestado. De lo que se trataba en ese momento era de si elegiría creer los motivos de mi marido para emprender aquella pequeña aventura, o si querría escarbar, con el riesgo que ello suponía de desenterrar cosas que deberían permanecer ocultas.
Elegí creer a James.
Encontré la revista en el fondo de un montón en el revistero que había en el cuarto de baño pequeño. Alguien había señalado Dos hombres, una mujer en respuesta a la pregunta de cuál era su fantasía preferida, pero no había sido yo. Volví al dormitorio con la revista y se la tiré a James, golpeándolo de lleno en el pecho. Entonces la agarró.
– Ahí tienes tu cuestionario -dije con tono furioso, aunque en realidad no lo estaba-. Yo no lo rellené.
– ¿Quién lo hizo entonces? -preguntó él, sosteniendo la revista en alto.
– Y yo qué sé -contesté yo, un dedo en la barbilla fingiendo gesto de inocencia-. ¿Quién me da estas revistas? ¿Pudo haber sido… tu madre?
James, consternado y asqueado, tiró la revista como si hubiera aparecido debajo de una piedra y tuviera ocho patas.
– ¡Por Dios, Anne, qué cosas dices!
No pude contenerme más. Lancé una carcajada. James parecía horrorizado.
– Piénsalo -dije.
– No quiero pensarlo -contestó, estremecido.