– Falta muy poco, cariño -masculló James, retomando el paso.
Nuevo tono. Yo me tensé, pero James me retuvo poniéndome una mano en el hombro. Sus dedos se cerraron y tiraron de mí, muy cerca de mi garganta, presionando el punto en el que me latía el pulso. Después bajó la otra mano para reemplazar la mía y empezó a frotarme el clítoris de manera implacable. Llevándome hasta el precipicio.
Saltó el contestador. No quería escuchar. Estaba a punto de conseguirlo. Cerré los ojos otra vez. Agaché la cabeza. Me agarré a ambos lados de la bañera y me empujé contra James, abriéndome a él.
– Jamie -dijo una voz pausada, dulce como el caramelo-. Perdona que te llame tan tarde, tío, pero he perdido el reloj. No sé qué hora es.
Solté el aire que había estado conteniendo. James gruñó y embistió con más fuerza. Yo tomé aire y me esforcé por vencer el ligero mareo. El clítoris me palpitaba bajo los dedos de James.
– El caso es que sólo quería llamarte para decirte cuándo llego -una carcajada íntima se coló por el auricular del teléfono. Su dueño sonaba como si estuviera borracho o colocado o tal vez simplemente agotado. Tenía una voz profunda, lánguida y llena de matices. Como el sexo-. Voy a salir, tío, quiero pasarme por unos cuantos clubes nocturnos más antes de irme. Llámame al móvil, hermano. Ya sabes mi número.
A mi espalda, James dejó escapar un leve gemido apenas audible. Deslizó las uñas por mi espalda y me lanzó a un clímax tan potente que vi lucecitas de colores aun con los ojos fuertemente apretados.
– Y… Jamie -añadió la voz, bajando el tono aún más, el tipo de voz que se emplea entre alguien que está confiando un secreto-. Va a ser genial verte, tío. Te quiero, hermano. Y ahora me voy.
James gritó. Yo me estremecí. Nos corrimos al mismo tiempo, sin decir nada, escuchando las palabras de Alex Kennedy desde la otra punta del mundo.
Capítulo 2
– Seguro que llega tarde -mi hermana Patricia resopló por encima de la carta del restaurante-. Será mejor que no la esperemos.
Mi otra hermana, Mary, levantó la vista del mensaje de texto al que estaba respondiendo desde su móvil.
– Pat, aún no es tarde. Relájate.
Patricia y yo intercambiamos una mirada. Nos llevamos pocos años. A veces tengo la impresión de que en nuestra familia hay dos grupos diferenciados de hijas separadas por una década en vez de los cuatro años que se llevan Patricia y Mary. A eso hay que sumar dos años más entre Mary y la más pequeña de las cuatro, Claire. Yo no tengo edad suficiente para poder ser su madre, pero a veces me siento como si lo fuera.
– Espera un poco más -le dije a Patricia-. Vale, llegará tarde, pero por unos minutos más que la esperemos no nos va a pasar nada, ¿no crees?
Patricia me lanzó una mirada hostil y retomó la carta. La falta de informalidad de nuestra hermana me importaba tan poco como a ella, pero me sorprendía la actitud de Patricia. Es cierto que a veces se comportaba de manera autoritaria y mandona, pero normalmente no era una persona desagradable.
Mary cerró la tapa del teléfono y alargó la mano hacia la jarra de zumo de naranja.
– Y a todo esto, ¿a quién se le ocurrió que desayunáramos juntas? Porque, vamos a ver… todas sabemos que no se levanta antes del mediodía si puede evitarlo.
– Sí, bueno -dijo Patricia cerrando abruptamente la carta-. El mundo no gira en torno a Claire, ¿o sí? Hoy tengo muchas cosas que hacer. No puedo pasarme todo el día vagueando sólo porque ella se haya acostado tarde después de una noche de juerga.
Esta vez fue con Mary con quien intercambié mirada. La relación entre hermanas es un asunto delicado. Mary enarcó una ceja, pasándome así la responsabilidad de apaciguar a Patricia.
– Seguro que llega en unos minutos -dije-. Y si no, pues pedimos y listo. ¿Te parece?
Patricia no parecía contenta. Tomó la carta otra vez y se ocultó tras ella.
– ¿Qué le pasa? -dijo Mary moviendo los labios sin articular sonido.
A lo que yo respondí encogiéndome de hombros a falta de otra cosa mejor.
Claire llegó, efectivamente, tarde, pero sólo por unos minutos, lo que, según ella, era como llegar a tiempo. Entró en el restaurante como si nada, con el cabello negro alborotado, que le salía disparado en todas direcciones como si fueran los rayos del sol. Llevaba los ojos perfilados con abundante lápiz negro, lo que hacía que resaltaran contra su piel deliberadamente pálida y sus labios rojos. Se sentó al lado de Mary y tomó el vaso de zumo que Mary se había servido. Las pulseras con que adornaba su brazo tintinearon al llevarse el vaso a la boca, haciendo caso omiso de las protestas de Mary.
– Mmm, bueno -dejó el vaso sobre la mesa y echó una mirada a las presentes con una sonrisa de oreja a oreja-. Todas pensabais que iba a llegar tarde.
– Es que has llegado tarde… -contestó Patricia echando fuego por los ojos.
Claire no se inmutó.
– Yo creo que no. No habéis pedido todavía.
El camarero apareció como por arte de magia, sonrojado aparentemente ante la sensual mirada de Claire. A pesar de ello, se las arregló para tomar nota y abandonar la mesa sin volver la vista más que una vez. Claire le guiñó el ojo. Patricia suspiró con desagrado.
– ¿Que? -dijo Claire-. Es mono.
– Da lo mismo -Patricia se sirvió zumo y bebió.
Los pollos actúan siguiendo un orden establecido dentro de su comunidad; lo mismo les ocurre a las hermanas. La experiencia había llevado a las mías a creer que se podía contar conmigo para dar consejo y actuar como mediadora en los conflictos. Confiaban en mí para mantener la tranquilidad en las aguas de nuestra relación, igual que todas sabíamos que Claire nos sacaría de nuestras casillas, Patricia nos llamaría a todas al orden y Mary diría algo que nos hiciera sentir mejor. Todas tenemos nuestro lugar, normalmente, pero ese día parecía que algo no cuadraba.
– Les dije que no tenía sentido esperar que vinieras antes del mediodía -Mary alargó la mano hacia el cestillo de los cruasanes, aún calientes-. ¿A que hora te acostaste anoche?
Claire lanzó una carcajada al tiempo que tomaba un cruasán para ella. Separó la masa hojaldrada con los dedos de uñas pintadas de negro y se llevó un trozo a la boca sin ponerle mantequilla ni nada.
– No me he acostado.
– ¿No te has acostado? -Patricia la miró arrugando la boca con gesto de disgusto.
– No he dormido -aclaró Claire, pasando el trozo de bollo con un sorbo de zumo-. Pero te puedo asegurar que sí he estado en la cama.
Mary soltó una carcajada. Patricia hizo una mueca de desagrado. Yo no hice ni una cosa ni otra. Observé a mi hermana pequeña y me fijé en la marca del chupetón que le estaba saliendo en el cuello. No tenía novio, o al menos no se había molestado en presentárselo a la familia. Claro que conociendo a nuestra familia, tampoco era de extrañar.
– ¿Podemos empezar ya? Tengo cosas que hacer -dijo Patricia.
– Por mí bien -replicó Claire con indiferencia.
La displicencia de Claire no podría haber irritado más a Patricia. Y el hecho de que a Claire le trajera sin cuidado si su actitud la enfurecía o no hacía que Patricia se pusiera aún más borde. Aunque Claire y ella habían tenido sus encontronazos en el pasado, aquello me resultó excesivo. Saqué mi cuaderno y mi bolígrafo con la intención de evitar el inevitable choque.
– De acuerdo. Lo primero que debemos decidir es dónde vamos a celebrarlo -me puse a tamborilear con el bolígrafo sobre el cuaderno. El aniversario de mis padres era en agosto. Treinta años. La idea de la fiesta se le había ocurrido a Patricia-. ¿En su casa? También podría ser en la mía o en la de Patricia. O tal vez en un restaurante.