– Aquí dice que colocarán a tu «pequeña bendición» con una «familia cristiana» de la zona. ¿Y que pasa con las familias que no lo son? ¿No merecen el derecho a adoptar un niño?
Dejé la revista en su sitio y me volví hacia mi hermana.
– Creía que ibas a tener a tu bebe. ¿Por qué te importa cómo funcionen los servicios de adopción?
– No me importa -dijo ella, devolviendo el folleto a su sitio-. Era para hablar de algo.
Me di cuenta de que estaba nerviosa y trataba de disimularlo. Echaba rápidas ojeadas a la sala, aunque nadie le hacía caso. Se puso las manos sobre el vientre, un gesto aparentemente inconsciente pero muy revelador.
– Vas a entrar conmigo, ¿verdad?
– Si tú quieres, sí.
Había estado antes en el ginecólogo, en una clínica gratuita de planificación, pero yo la había convencido para que fuera a ver a la doctora Heinz. Era su primera visita. Suponía que tendrían que hacerle algún tipo de pruebas, posiblemente una ecografía. Yo también habría querido que alguien me acompañara.
Cuando la llamaron, Claire levantó la vista. Por un momento creí que no se iba a levantar. Le tiré de la manga al tiempo que me ponía de pie.
– Vamos, Claire. Ya verás como la doctora Heinz te cae muy bien.
Ni siquiera la bravuconería de mi hermana pudo ocultar el nerviosismo de su risa.
– Tú primero.
Seguimos a la enfermera a la misma sala en la que había estado yo dos meses atrás. Habían cambiado las láminas de la pared por otras nuevas de otro laboratorio farmacéutico distinto. Las revistas seguían siendo las mismas. Claire se desnudó y se colocó en la camilla cubierta de papel mientras yo esperaba detrás de la cortina.
– ¿Qué te parece? -me preguntó, señalando la parte delantera de la bata floreada-. ¿Esta soy yo?
– Un nuevo aspecto -dije yo, sonriendo para darle ánimos-. Relájate.
Tomó aire profundamente y lo expulsó.
– ¿Tú sabes cuántas complicaciones pueden darse en un embarazo?
No lo sabía, al menos por experiencia.
– Todo saldrá bien, Claire.
– Seguí bebiendo hasta que me enteré de que estaba embarazada. Eso puede ser malo para el bebé.
Decirle que todo iba a salir bien era como mentirle, pero se lo dije de todos modos. Inspiró profundamente de nuevo y me pareció más joven de lo que era. Me acordé de cuando era un bebé con el pañal caído, que me seguía a todas partes. Había dejado de teñirse el pelo y se le empezaban a notar las raíces de color rubio
Vio que la estaba mirando y se tocó la cabeza con timidez.
– Parezco una mofeta.
– No está tan mal. Un poco punk.
Claire sonrió y se miró en el armario de metal de la pared.
– ¿De verdad te lo parece? Por lo menos es mejor que teñirte de rubio y que se te vean las raíces negras. Esto parece que me lo he dejado así a propósito.
Unos discretos golpecitos en la puerta interrumpieron nuestra conversación. La doctora Heinz esperó a que Claire le dijera que pasara y asomó la cabeza antes de entrar por completo. Sonrió y le tendió la mano a Claire.
– ¿Señorita Byrne?
Supongo que no se le ocurrió que Claire fuera mi hermana. Tenía un montón de pacientes y yo ya no llevo el apellido Byrne. Así que cuando cayó en la cuenta de que era yo quien estaba sentada a su lado, las tres nos echamos a reír.
– Anne es mi hermana. Ella me recomendó que viniera -dijo Claire, cuya voz no traicionaba el nerviosismo de antes. Hablaba como una mujer madura. Centrada. Estrechó la mano de la doctora con firmeza.
– Me alegro de verte, Anne -dijo la doctora con una cálida sonrisa antes de dirigir nuevamente su atención sobre Claire-. Y ahora, veamos que te ocurre.
Yo no tenía mucho más que hacer aparte de proporcionar apoyo moral. Escuché en silencio desde mi sitio en un rincón la descripción que la doctora hizo a Claire sobre las distintas etapas del embarazo y el parto, así como sobre las pruebas y los cambios que experimentaría su cuerpo. Claire le preguntó de forma inteligente, demostrando que se había estado informando. Me sentí orgullosa de ella. Puede que no se hubiera quedado embarazada a propósito, pero por la forma en que respondía a las preguntas de la doctora estaba claro que se estaba tomando su responsabilidad en serio.
Había visto imágenes de las ecografías de Patricia, pero la tecnología cambia. La imagen que aparecía en la pantalla de la diminuta criatura que nadaba dentro del vientre de Claire emitía una especie de burbujeo gutural.
– Es increíble -dije yo.
La doctora movió el transductor sobre el abdomen desnudo de Claire.
– Ahí está la cabeza, y estos son los brazos y las piernas.
– ¡Pero si tiene dedos! -exclamó Claire, admirada.
Diminutos dígitos unidos casi, pero dedos al fin y al cabo. Y ojos. Orejas. Boca, nariz… era un bebé. Un bebé de verdad, aunque fuera muy pequeño.
Yo estaba de menos de tres meses cuando perdí a mi hijo. En aquel momento me alegré. Loca de contento, en realidad. Inmensamente aliviada. Me alegré al ver la sangre y saber que la vida que crecía en mi interior había dejado de existir sin que yo hubiera tenido que hacer nada. No lloré la pérdida de mi bebé entonces.
Frente a frente con la realidad de lo que había perdido, lloré la pérdida en ese momento.
Me excusé para salir un momento al baño y me lavé la cara con agua una y otra vez, hasta que sentí que me escocían las mejillas. Me aferré a la fría porcelana del lavabo. No sabía si tenía ganas de vomitar, aunque la verdad es que no había nada en el estómago que echar. Humedecí una toalla de papel, me la puse en la nuca y cerré los ojos hasta que se me pasó el mareo.
¿Cómo habría sido mi vida si no hubiera perdido el bebé? ¿Cómo habría sido si hubiera conseguido el dinero y reunido el valor para llevar a término el embarazo, o si hubiera decidido tenerlo? ¿Cómo habría sido si, de una forma u otra, hubiera sacado fuerzas para tomar una decisión en vez de dejar que el destino la tomara por mí?
¿Habría conocido y me habría casado con James si hubiera tenido a mi hijo? Lo más probable es que no. Mi vida habría tomado otro rumbo de haber sido madre, aunque lo hubiera entregado en adopción. Mi vida habría cambiado y nunca me habría casado con James.
Nunca habría conocido a Alex.
Se reducía a eso. La sensación de pérdida se multiplicó por dos al instante. Tenía la impresión de que habían tomado la decisión por mí. El destino había determinado el curso de mi relación con Alex igual que había determinado lo que había de ocurrirle a mi embarazo, único hasta la fecha. Me había dado lo que quería, para luego arrebatármelo.
A solas en el cuarto de baño no tenía que fingir. No tenía que poner cara de alegría para evitar que los demás supieran cómo me sentía en realidad. Estaba desgarrada, destrozada, hecha pedazos. Llevaba los moretones por dentro, pero no por ello dolían menos que si los llevara en la piel.
La mujer del espejo intentó sonreír.
– Lo quiero -dijo, moviendo sólo los labios.
– Ya lo sé -le respondí yo en un susurro.
– No debería.
– También lo sé.
– Lo odio -dije y cerré los ojos para no tener que ver mi propio rostro.
– No -susurré-, no lo odias.
Recuperé la compostura, por supuesto. Siempre lo hacía. Dejé a un lado lo que me avergonzaba y me hacía infeliz, y ordené todo lo demás de forma que quedara perfecto a la vista. Cada vez me costaba más trabajo.
Claire parecía mucho más relajada cuando regresé a la consulta. Se había vestido y tenía en la mano un montón de papeles, así como una preciosa bolsa para los pañales con conejitos y patitos.
– ¡Mira, Anne! -dijo, mostrándome la bolsa llena de cosas-. ¡Mira lo que me han regalado!
– Muy bonito -dije yo, echando un vistazo al interior de la bolsa-. Peluches, pañales… lo tienes todo.
Se echó a reír mientras miraba también en la bolsa.