Mi hermana parecía cansada, pero me había dicho que las cosas iban mejor con Sean. Había conseguido el dinero para la hipoteca, aunque Patricia no me había dicho cómo lo había hecho. Estaba llegando pronto a casa, no faltaba al trabajo, no iba a las carreras. Había accedido a ir a un consejero matrimonial, aunque todavía no habían ido.
– Pues deja una página suelta cerca de la mesa de las bebidas y ve cambiándola por otra en blanco cuando se llene -le dije-. Así podrás dejar el álbum sano y salvo en algún lugar donde nadie pueda mancharlo. Al final sólo tendrás que añadirle las páginas que estén llenas de mensajes, y no te quedarán páginas en blanco.
– Podría funcionar -dijo con un suspiro-. Qué ganas tengo de que se acabe la dichosa fiesta.
– Creo que nos pasa lo mismo a todas. Ha sido un verano muy estresante.
– Y que lo digas -dijo Patricia, con una suave carcajada de autocompasión-. Creo que la única que no ha sido golpeada por el desastre has sido tú.
– Afortunada que soy.
– No sé qué va a hacer Claire -continuó, pasando del tema del álbum y los detalles de la fiesta al tema mucho más jugoso de los cotilleos de hermanas-. No está preparada para tener un hijo. Pero dice que se va a quedar con él, y se está comportando con bastante sensatez. Jamás lo habría esperado de ella, Anne.
– Sí.
– Pero Mary… No entiendo muy bien a qué viene todo ese asunto de irse a vivir con Betts. ¿Y si no sale bien? Ya sé que lo hace para intentar ahorrar dinero y eso, pero… ¿y si no sale bien?
– Patricia, estoy segura de que las dos lo habrán hablado antes de hacerlo.
El suspiro de Patricia me resultó bastante sonoro, incluso por teléfono.
– Es una locura, eso es lo que es.
– Venga ya, Pats.
– Bueno, por lo menos sabemos que no va a quedarse embarazada.
El agrio comentario me dio de lleno entre los ojos. Tardé un segundo en digerirlo y soltar la carcajada, pero cuando empecé no veía la forma de parar. Patricia se echó a reír también. Las dos nos pasamos un rato riendo, una sensación tan agradable que al principio no me di cuenta de que estaba llorando hasta que el sonido de aviso de llamada en espera me sacó del trance.
– Espera un poco. Tengo otra llamada -dije con voz ronca.
– Anne, tienes que venir aquí ahora mismo.
Al principio no reconocí la voz de Mary. Parecía como si estuviera susurrando oculta dentro de un armario. Y lo mismo lo estaba.
– ¿Mary?
– Tienes que venir aquí -repitió-. No sé que hacer, y tú eres la única que puede tratar con él cuando se pone así.
Noté que se me hacía un nudo en el estómago.
– Espera un momento. ¿Qué pasa?
– Es papá -contestó ella y no tuve que preguntar nada más. Colgué y pasé a la línea donde esperaba mi otra hermana.
– Llegaré en veinte minutos -dijo Patricia al momento-. Los niños se quedan a dormir en casa de los padres de Sean. Él está en una reunión.
Colgamos sin despedirnos.
Nos detuvimos en el sendero de entrada de mis padres al mismo tiempo, aunque ella vivía más lejos. El coche de Mary estaba aparcado junto al garaje, con el de mi padre. El que solía usar mi madre no estaba. Patricia y yo salimos del coche y nos detuvimos a escuchar si se oían voces dentro. No oímos nada, pero eso no significaba que no estuviera ocurriendo algo.
Claire abrió la puerta en cuanto llegamos al porche. Se había recogido el pelo en una cola de caballo y no iba maquillada. Tenía los ojos rojos, pero si había estado llorando, en ese momento no lo hacía.
– Es papá -dijo-. Se ha vuelto loco. Tienes que hablar con él, Anne, eres la única a la que escucha. Se ha puesto hecho una furia.
Patricia y yo nos miramos y entramos en casa detrás de Claire. La mayoría de las luces estaban apagadas, por lo que casi todas las habitaciones estaban en penumbras. Al final del pasillo a oscuras vimos el rectángulo de luz procedente de la cocina. Claire nos llevó hasta allí.
Mi padre estaba sentado a la mesa de la cocina con una botella, casi vacía, de su whisky favorito y un vaso, también casi vacío. Tenía los ojos rojos y la cabeza despeinada. Levantó la vista y nos miró cuando entramos.
– Aquí la tienes -dijo, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Claire-. ¿Te lo ha contado? ¿Sabes lo que ha hecho?
– Sí, papá -dijo Patricia-. Lo sabemos.
Mi padre lanzó una risotada áspera y desagradable.
– ¡Menuda puta está hecha! Se presenta aquí, pavoneándose de su barriga como si fuera algo de lo que sentirse orgulloso…
Se llenó el vaso y se lo bebió. Nosotras lo observábamos. Mary se apoyó contra la encimera con los brazos cruzados. Claire se sirvió un vaso de agua del grifo y se lo bebió casi con gesto desafiante. Patricia y yo nos movimos en direcciones opuestas desde la entrada de la cocina. Nuestro padre dejó el vaso sobre la mesa con un golpe.
– ¡Debería echarte de esta casa!
– No tendrás que hacerlo -dijo Claire-. Ya te lo he dicho, me voy a ir a vivir sola -me miró antes de añadir-: Le dije que me había buscado un sitio para vivir sola y me preguntó que por qué.
– Porque cree que soy tan estúpido que no me había dado cuenta antes -dijo mi padre frunciendo el ceño-. Todo el mundo lo sabe menos yo. Menos tu padre.
– Porque sabía que te pondrías así -se defendió Claire, levantando las manos en señal de resignación. Ella era la única que se atrevía a contestarle así.
– ¡Y ahora me dice que tiene intención de quedarse con el bastardo!
– Papá, por el amor de Dios -le espetó Claire-. Ya nadie se refiere a ellos como «bastardos».
Mi padre se volvió hacia ella.
– ¡Cierra la boca, fulana!
El insulto tuvo que dolerle, pero Claire puso los ojos en blanco al tiempo que se llevaba el dedo a la sien y hacía movimientos giratorios. Mi padre se levantó tan deprisa que la silla cayó hacia atrás, golpeando el suelo de linóleo. Agarró el vaso y se lo tiró a la cabeza. No acertó en el blanco, pero chocó contra la pared cerca de Patricia y se hizo añicos. Patricia dio un grito y saltó hacia un lado.
Nuestro padre señaló a Claire con un dedo tembloroso.
– ¡Maldita zorra! ¡Eres igual que tu madre!
– ¡No hables así de mamá! -gritó Claire-. ¡No te atrevas a insultarla, gilipollas!
Cuando se emborrachaba, mi padre podía ponerse melancólico u ofuscarse. Había pasado por momentos de comportamiento imprudente, ataques suicidas, depresión y, a veces, agresividad. En esos casos era capaz de decir cualquier cosa, pero jamás nos había pegado. Cuando avanzó en dirección a Claire de verdad creía que iba a golpearla.
– Pequeña puta descarada -dijo, tambaleándose a causa del alcohol. Mary se situó entre Claire y él. Patricia y yo, una a cada lado de él-. Zorra maldita.
Nos quedamos así, como si formáramos un retablo de disfunción familiar, hasta que se dio la vuelta. Agitó los brazos como si fuera un molino, alcanzándonos a Patricia y a mí con sendos golpes involuntarios. Entonces se volvió hacia la mesa y se acabó el whisky directamente de la botella.
– ¿Y se puede saber dónde está vuestra madre? ¿Ha vuelto a fugarse? -masculló en dirección a la botella y, de pronto, se giró un poco, a trompicones, y nos miró a las cuatro-. A ver, decidme. ¿Dónde?
– Ha ido a comprar -dijo Mary.
La risotada de mi padre hizo que se me erizara el vello de la nuca.
– ¿Ah, sí? Annie, ven aquí.
Yo no quería, pero mis pies se movieron sin que yo se lo ordenara.
– Échale una mano a tu padre. Tengo que echarme un rato.
– Lo que tienes es que dormir la mona -le espetó Claire.
Él se giró hacia ella, agarrándose en mi hombro para no caerse. Yo me tambalee bajo el peso. Los dos nos habríamos caído de no ser porque mi padre recuperó el equilibrio en el último momento.
– ¿Que has dicho? -preguntó con la indignación justificada de un hombre acusado en falso.