Выбрать главу

Pero no. Ella no sabía callarse.

– Supongo que no se puede esperar otra cosa de ti -añadió con el afectado tono santurrón que siempre me daba ganas de vomitar-, teniendo en cuenta la familia de la que procedes.

Era lo último que me faltaba por escuchar. Después de aquello no había marcha atrás posible. Nada de esperar a que se calmaran los ánimos, nada de buscar una manera de arreglar las cosas. No quería saber nada más de ella.

– Al menos en mi familia sabemos comportarnos en casa de los demás. Tú no eres quién para juzgar a mi familia -le dije. La calma con que desprecié su comentario pareció incendiarla más que si me hubiera puesto hecha una furia. No podía defenderse y afrontar el rechazo, como hacía con la rabia-. En mi casa no. Y menos delante de mí. Quiero que te vayas.

– ¡No puedes echarme!

– Te lo diré de otra forma: agarra tu arrogancia testaruda y lárgate de mi casa, fuera. Hoy ya no eres bienvenida. No sé si volverás a serlo alguna vez.

– No… no puedes…

Me incliné sobre ella, no porque quisiera intimidarla, sino porque resultaba más impactante si se decía de cerca.

– Mi vida no es asunto tuyo.

– ¿Anne? -las dos nos dimos la vuelta y vimos a Claire en la puerta-. Papá va a hacer un brindis.

Se nos quedó mirando con curiosidad. Evelyn aprovechó para abrirse paso entre nosotras, la barbilla levantada con gesto airado, y se alejó a lo largo del pasillo con un vigoroso taconeo.

– Joder -susurró Claire-. ¿Qué le has hecho a la señora Kinney? ¿Amenazarla con tirarte un cubo de agua?

Las piernas me temblaban después de la confrontación. Me sentía asqueada, pero también más ligera, como si me hubiera quitado de encima una pesada carga. Me dejé caer sobre la cama.

– Digamos que me he quitado un peso de encima.

Claire se sentó a mi lado.

– Parecía como si alguien le hubiera puesto un plato enorme de gusanos y le hubieran dicho que era pasta de cabello de ángel.

– Seguro que le ha sabido así -contesté yo, cubriéndome el rostro con las manos un momento mientras tomaba profundas aunque trémulas bocanadas de aire-. Dios mío, qué víbora es.

– Eso no es nuevo, perdona que te lo diga.

La primera carcajada fue como si me atravesara la garganta una corriente de ácido.

– Creo que esto no me lo perdonará jamás, Claire. Vaya desastre.

– ¿Perdonarte? -dijo Claire, resoplando con desprecio-. ¿Y qué tendría que perdonarte? ¿Por llamarle la atención por mal comportamiento? Anne, no se le hace a nadie un favor dejando que se comporte como un gilipollas.

– Podría haber cerrado la boca. Podríamos haber fingido que no había ocurrido. Pero no pude, Claire. Dios santo. Cuando la vi aquí dentro, no pude contenerme ni un minuto más. Todas las veces que me había echado algo en cara, metiendo las narices donde nadie la llamaba, siempre tan perfecta… Perdí los estribos.

– ¿Qué coño ha hecho esta vez?

Se lo conté.

– ¡No! -exclamó Claire, fascinada a la vez que horrorizada.

– Sí. No sé cuánto había leído cuando llegué, pero estaba claro que lo estaba leyendo.

– ¡No jodas! -exclamó Claire, sacudiendo la cabeza-. ¿Y no le atizaste un sopapo?

– No pensaba atacarla físicamente, Claire.

Se tapó la boca con la mano un segundo mientras miraba hacia el escritorio.

– Pues yo le habría dado una bofetada.

– Claire -dije, riéndome con más naturalidad esta vez.

– En serio. No me extraña que te cabrearas. Víbora entrometida.

– Sí, bueno, lástima que no se le hubiera ocurrido cerrar con cerrojo para que no la pillaran. A menos que de verdad crea que tiene todo el derecho del mundo a registrarme los cajones, no sé -comenté, contándole el resto.

– ¿Y tuvo la desfachatez de insultar a nuestra familia? -dijo Claire, indignada-. Espera y verás cómo me meto yo en sus asuntos.

– Dios mío, no -dije yo, soltando otra carcajada.

Ella también se rió.

– ¿De verdad? No merece la pena. Es una mujer de lo más irritante, Anne.

– Es la madre de James.

– Pues que cargue él con ella.

Puse los ojos en blanco, pero no dije nada.

– Vamos, seguro que nos estamos perdiendo el brindis -dije, poniéndome en pie.

– No creo que sea tan grave. Están todos de pie, brindando. Está todo el mundo como una cuba. Además, Sean lo está grabando todo en esa preciosa video-cámara que ha traído. Podrás verlo todo en color cuando te apetezca.

Me deje caer en la cama otra vez con un gemido.

– Dios mío. ¿Cuándo se acabará este día?

– Se acabará en algún momento -dijo mi hermana, simplemente.

Aguce el oído para ver si captaba alguna voz, pero no se oía nada.

– ¿Cómo he podido estropearlo todo tanto, Claire? ¿Puedes decírmelo?

– Le has cantado las cuarenta a tu suegra. No es para tanto.

La miré y me enderecé un poco en la cama.

– No me refiero a eso.

– Ah -dijo, asintiendo al cabo de un momento-. Te refieres a Alex.

– Eso también, sí.

– ¿Es que hay más? -preguntó con una sonrisa de oreja a oreja-. Madre, mía, hermanita. Sí que guardas secretos.

Estaba muy cansada. De todo.

– Claire, tú no te acuerdas del verano que mamá se fue de casa. Eras demasiado pequeña. El caso es que se fue y te llevó con ella. Tú no sabes todo lo que ocurrió… -el nudo de la garganta no me dejaba continuar. Tragué con dificultad.

– Sé algo. Mary y Pats me ha contado algunas cosas. Tú nunca dijiste nada -dijo-. Pero… estoy segura de que fue desagradable, ¿verdad? Quiero decir que… las cosas nunca fueron agradables.

– Antes sí. Al principio no bebía tanto. Mamá y él no se peleaban. Antes de aquel verano no estaba tan mal.

Levantó las rodillas y las rodeó con los brazos.

– La barriga me molesta -dijo, relajando un poco la postura-. Papá es un borracho, Anne. Ésa es la verdad.

– Pero empeoró cuando mamá se fue -contesté, poniéndome una almohada sobre el regazo-. Nunca le conté a mamá lo del día que salimos con la barca y nos pilló la tormenta. Que estuvimos a punto de ahogarnos porque estaba demasiado borracho para controlar la embarcación. Si se lo hubiera dicho, tal vez se habría quedado, y él habría podido recuperarse un poco. Olvídalo. No he dicho nada.

Claire me miraba con los ojos muy abiertos y húmedos. Los labios, pintados de un recatado tono rosa, le temblaban y se le curvaban un poco hacia abajo.

– No puedes echarte la culpa por las cosas que él o ella hicieron. Ocurrió hace mucho tiempo, y no eras más que una niña. No estaba en tu poder arreglar nada.

– Lo sé, lo sé -dije yo, hundiendo los dedos en la mullida almohada-. Pero como siempre me decís, yo soy la única que siempre ha podido tratar con él.

– Oh, Anne -dijo Claire-. No te fustigues.

– He leído mucho al respecto -le dije-. El alcoholismo es una enfermedad. No es culpa mía, ni tuya ni de nadie. No fui yo quien lo empujó a beber. Lo sé.

– Pero tienes que creerlo -me susurró, tomándome la mano.

Nos miramos.

– Sí -dije finalmente-. Ésa es la parte más difícil. A veces pienso que si le hubiera contado a mamá lo que pasó aquel día, se habría quedado. Él no se habría hundido como lo hizo. Se habría quedado en vez de ir a cuidar de la tía Kate.

Claire entrelazó los dedos con los míos.

– No se fue a casa de la tía Kate, Anne.

Creía que no había oído bien.