– Me lo dijo de repente. ¿Qué se suponía que tenía que hacer yo?
Yo me encogí de hombros.
– ¿Comprenderlo? Era tu mejor amigo.
– Ni siquiera sabía que le gustaban los tíos -dijo James-. Estábamos borrachos. Lo mismo se nos fue un poco de las manos.
Puse la mano sobre su cicatriz.
– O un mucho.
Durante un momento el mundo giró y nosotros con él. Me besó con mucha ternura y me abrazó, estrechándome contra él. Yo lo rodeé con los brazos y posé la mejilla en su pecho. Debajo de la cicatriz, su corazón latía con ritmo constante.
– Lo siento -dijo-. No imaginé que terminaría así.
– Ya lo sé.
Permanecimos abrazados meciéndonos con la música del viento y el agua. James hundió la nariz en mi pelo y mi mejilla. Me abrí a su beso con sabor a cerveza.
Pero entonces le puse la mano en el mentón para que se detuviera y lo miré a los ojos.
– No quiero a Alex de la forma que te quiero a ti, James.
Él me sonrió como si acabara de hacerle un regalo. Me había estado conduciendo discretamente hacia la puerta de la cocina mientras hablábamos y en ese momento mis talones chocaron con el marco, pero no me tropecé. El pequeño escalón me dejó a una altura en la que no me hacía falta levantar la cabeza para poder mirarlo a los ojos. Bajó las manos y las ahuecó contra mis nalgas para estrecharme contra sí. Le rodeé el cuello con los brazos, él me tomó en los suyos y me llevó por el pasillo hasta nuestra habitación entre risueñas protestas por mi parte. A oscuras costaba ver por dónde íbamos y estiré el brazo para encender la luz de la habitación al entrar.
Caímos sobre la cama en una maraña de extremidades y almohadas. La sensación de su cuerpo sobre el mío me pareció diferente. Más pesado y sólido. Me pareció que era real, por fin. Por primera vez desde que recordaba, no me sentía como si fuera a desvanecerse de un momento a otro.
James me miró.
– Todo va a salir bien, ya lo verás.
Tiré de su boca hacia mí y lo besé con creciente ardor. Me robaba el aliento y me lo devolvía a continuación. Nuestros labios se fundieron en un impetuoso encuentro, nuestras lenguas se entrelazaron. Metió una mano en mi pelo y tiró de mi cabeza hacia atrás mientras que su otra mano se posaba en la parte baja de mi espalda, instándome a que levantara las caderas hacia él, y apretó su erección contra mi vientre.
– ¿Lo notas? ¿Notas cómo me pongo duro? -me susurró contra los labios mientras se restregaba contra mi entrepierna-. Tú me pones así, nena.
Metí las manos por debajo de su camiseta y las introduje bajo la cinturilla de los pantalones cortos, palpando los hoyuelos que se le hacían en la base de la espina dorsal. Se los acaricié un poco y acto seguido comencé a descender por la elevación de sus nalgas.
– Quítatelos.
Metió las manos entre nuestros cuerpos para desabrocharse el botón y bajarse la cremallera, y entre los dos deslizamos la prenda a lo largo de sus piernas. Llevaba sus calzoncillos favoritos, tirantes en ese momento a causa del abultamiento de su pene erecto bajo la tela. Noté su calor cuando se colocó nuevamente encima de mí.
Pasé las manos por encima de la tela que cubría su trasero, enganché los dedos en la cinturilla clástica y tiré hacia abajo. Él me besó con más ímpetu, apretándome contra las almohadas mientras alzaba las caderas para que pudiera desnudarlo. Nos retorcíamos como posesos intentando quitarnos la ropa sin dejar de besarnos más que lo justo para sacarnos las camisetas por la cabeza.
Desnudos al fin, James volvió a cubrirme con su cuerpo, frotando sus piernas velludas contra la suave piel de las mías, y haciéndome cosquillas con la mata de vello más consistente que le nacía en la parte baja del vientre. Mis pezones estaban tan duros que podrían cortar cristal. Cuando se deslizó a lo largo de mi cuerpo para meterse uno en la boca, gemí y me arqueé.
– Me encanta el ruido que haces cuando te hago eso -dijo James, descendiendo más al tiempo que me arrancaba otro gemido cuando me mordisqueó la cadera-. Y esto.
Se detuvo entre mis piernas y me miró. Yo le acaricié el pelo. Sus ojos resplandecían a la luz de la lámpara de la mesilla. Esa noche tenían un tono especialmente azul, intensificado por el rubor de sus mejillas y el color oscuro de sus cejas.
– ¿Qué piensas? -me preguntó, una pregunta que no era muy típica de los hombres. Ni de James.
– Lo azules que tienes los ojos -respondí yo, acariciándole los arcos que formaban sus cejas oscuras.
– Me alegro -dijo él, plantándome un beso en el ombligo.
Bajé la mano y la posé en su mejilla. Tenía la piel caliente. Los dos estábamos sudando.
– ¿Qué pensabas que iba a decir?
– Pensaba que lo mismo estabas pensando en él.
– Oh, James -podría haber dicho algo amable, pero opté por ser sincera-. Esta vez no.
James cerró los ojos y posó los labios en la curva que formaba mi estómago, las manos debajo de mis muslos. Soltó el aliento, humedeciéndome la piel. Entonces me besó con suma ternura. Y otra vez. Un sendero de pequeños y etéreos besos que sirvieron para excitarme aún más. Descendió un poco más.
Cuando empezamos a acostarnos, solía conformarme con tenderme de espaldas y dejar que me hiciera lo que quisiera… aunque no lo hiciera bien. Había tenido que pedirme que le indicara qué era lo que me gustaba que hiciera, dónde y cómo, si quería que me acariciara enérgicamente o con más suavidad, que le explicara el patrón de ritmos a los que mi cuerpo respondía mejor.
Ahora podía tumbarme mientras James hacía lo que le apetecía sin que yo tuviera que mostrarle cómo me gustaba que me tocara. Habíamos madurado juntos. Habíamos aprendido la manera de complacernos mutuamente.
Sin embargo, cuando acercó la boca a mi clítoris y me lamió, percibí las diferencias que se habían forjado durante los últimos meses. Mi cuerpo ya no se sobresaltaba como antes. Había cambiado, pero también él había cambiado. Los dos habíamos aprendido cosas nuevas.
Introdujo un dedo en mi interior y presionó en sentido ascendente mientras me chupaba. El placer despertó dentro de mí como si fuera una corriente eléctrica. James cambió de postura, colocándose de lado para que pudiera ver cómo se acariciaba el miembro con el mismo ritmo que imprimía a su lengua.
Verlo me hizo desear acariciarlo. Saborearlo. Deseaba llenarlo y sentirme llena. Susurré su nombre y él levantó la vista. Tiré de él hacia mi boca para que pudiéramos besarnos. Su pene yacía a lo largo de mi pierna, pero eso no era bastante cerca para mí. Quería tenerlo en mi mano, en mi boca, en mi sexo, entre mis senos.
Lo empujé por el hombro para que se sentara de espaldas. Ya no me satisfacía esperar tumbada a que James hiciera conmigo lo que quisiera. Quería más. Lo quería todo. Lo quería a él, por completo, con una súbita desesperación que comprendía, pero en la que no quería pararme a reflexionar en aquel momento.
A horcajadas sobre sus muslos, tomé su pene erecto entre las dos manos y lo acaricié arriba y abajo. James elevó un poco las caderas, sin importarle que yo estuviera encima. Arqueó la espalda y estiró los brazos hacia atrás para agarrarse a los barrotes del cabecero.
Habíamos hechos cosas que no podríamos mencionar delante de la gente, pero nunca nos habíamos aventurado en el mundo de los juegos de dominación y sumisión. No tenía un pañuelo en el cajón para taparle los ojos, ni esposas para atarlo. Lo único que tenía era el poder de mis palabras y su disposición a obedecer.
– No te sueltes del cabecero -le ordené-. No hasta que yo te diga que puedes hacerlo.
James soltó los dedos, pero se sujetó con fuerza inmediatamente.
– ¿Es eso lo que quieres?
– Es lo que quiero.
Solté su pene y deslicé las manos por su pecho hasta llegar a los pezones, pellizcándolos suavemente. Me encantaba la forma en que se tensaba bajo mis dedos. También me encantaba la forma en que su pene se bamboleaba contra mi estómago cuando me inclinaba hacia delante.