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Fue una velada muy agradable. Dean demostró ser un chico educado y divertido. Era interesante observar la dinámica que se traían Claire y él. Claire se mostraba más amable y cariñosa con él, pero no hasta el punto de tratar de cambiar de personalidad. Parecía más bien que estuviera mostrando otro aspecto de ella. James y él hicieron muy buenas migas. Hablaron de deportes, herramientas y otras cosas sobre las que ni Claire ni yo teníamos nada que decir. Aunque a mí no me importaba no tener que hablar mucho.

Pese a haberla convencido para que se quedaran a cenar, no conseguí que se quedaran a ver una película. Me respondió poniendo los ojos en blanco, como era típico de ella. Metió la fuente donde había preparado la lasaña en el agua jabonosa y se secó las manos.

– Aunque quisiera, no -me dijo-. Dean me va a llevar al cine.

– ¿Entonces estáis saliendo como pareja? -miré hacia el cuarto de estar, donde James le estaba enseñando algunos recuerdos de su época de deportista-. Míralos. James. Dean. James Dean.

Y volví a pensar en Alex.

– Muy bueno, Anne -dijo Claire, dándome unas palmaditas en el hombro-. Qué ingeniosa.

Yo asentí y retomé la tarea de fregar los cacharros.

– ¿Qué puedo decir? Soy una persona instruida.

De las palmaditas en el hombro pasó a rodearme los hombros con un brazo.

– ¿Estás bien?

– Sí, claro -sonreí-. ¿No lo estoy siempre?

Me lanzó una frambuesa.

– Mientes muy mal.

– ¿Desde cuándo conoces a Dean?

Se mordió el labio inferior otra vez, una manía que me recordaba a Mary.

– Un par de años.

Me quedé tan sorprendida que la miré con los ojos como platos.

– ¿Qué?

Ella me miró con aire de culpabilidad, otra expresión que no era habitual en ella.

– Me has oído bien.

– Pero… vosotros no…

– ¿Que si habíamos salido juntos? No -sonrió para sí cuando lo miró-. No había funcionado hasta ahora.

– ¿Ahora sí está funcionando? -tuve que preguntar. No sólo era mi hermana menor, era la más pequeña de todas mis hermanas menores.

– Creo que sí. Sí -lo miró de nuevo y su sonrisa se amplió-. Sí.

– Me alegro por ti. ¿Y lo del bebé no le importa?

– La verdad es que sí le importa el bebé, Anne -respondió con ironía-. Y eso es algo a tener en cuenta, ¿no te parece?

– Sí, listilla.

– No voy a casarme con él ni nada por el estilo. No te hagas ilusiones todavía.

– Me gusta verte con alguien que te hace feliz, Claire. Nada más.

La habría abrazado de no tener las manos cubiertas de jabón.

Claire miró hacia el cuarto de estar, a los dos hombres enfrascados en su conversación, y de nuevo me miró a mí.

– Ojalá pudiera decir yo lo mismo de ti.

Asentí al cabo de un momento.

– Se me pasará. Se nos pasará. Es sólo un bache, nada más.

Claire se inclinó sobre mí.

– ¿Puede que tenga algo que ver con cierta persona?

Esta vez fui yo quien puso los ojos en blanco.

– ¿Tú que crees?

– Creo que tendrías que encontrar la manera de desligarte de él o los dos vais a ser muy infelices -contestó con toda seriedad.

Agarré un paño y me sequé las manos.

– Lo sé. Créeme. lo sé. Y sería muy fácil echarle la culpa a él de lo que nos está pasando, Claire, pero no es sólo culpa suya.

– ¿Sabes que Alex le dijo a Pats que no iba a cobrarle intereses y que sólo tendría que pagarle unos pocos cientos de dólares al mes hasta que pueda pagar más?

– ¿De verdad? Es muy generoso por su parte. ¿Se supone que eso habría de ayudarme?

Ella sacudió la cabeza.

– No. Lo que digo es que… el día que os pillé en la cocina, ¿recuerdas?

No estaba muy segura de querer hablar de aquel día.

– Sí.

– Nunca te había visto mirar a nadie de aquella forma, eso es todo.

Y yo que pensaba que había tenido cuidado de no mirarlo en absoluto.

– ¿Y?

Se encogió de hombros, miró a James y de nuevo a mí. -Me gusta verte con alguien que te hace feliz. Conseguí sonreír, aunque con cierta amargura.

– Déjà-vu.

– Sí -respondió Claire, riéndose.

– Se ha ido -dije yo con un hilo de voz-. Es mejor así. Me va a costar tiempo, nada más. A veces, las cosas no ocurren como las habías previsto.

Claire se dio unas palmaditas en la barriga.

– Y que lo digas.

Parecía que los chicos estaban dando por terminada su fascinante conversación sobre béisbol o lo que fuera. Levanté la barbilla y tomé aire profundamente.

– Pasadlo bien en el cine.

– Lo haremos -miró a James y a Dean, que volvían charlando a la cocina-. Piensa en lo que te he dicho, Anne.

– Encontrar la manera de desligarme de él. Sí, lo sé. No debería ser tan difícil, Claire, puesto que ya no está.

– Anne -me dijo mi hermana dándome una palmadita en el hombro-, has dado por hecho que me refería a Alex.

Me quedé muy callada cuando mi hermana se fue con su nuevo amorcito. James puso música suave mientras recogía la mesa. Yo me concentré en limpiar a conciencia la fuente de la lasaña, aunque no era necesario que brillara como si fuera nueva.

Desligarme. Dejar marchar a uno de los dos. Una cosa era saberlo y otra muy distinta hacerlo. Dejarlo marchar. ¿Pero a cuál de los dos?

James me acercó la rejilla donde había tostado el pan y la metió en el agua. Me rodeó con sus brazos. Me acarició el cuello con su aliento y, un momento después, me rozó la piel con los labios. Me recliné contra él con los ojos cerrados.

Permanecimos así un buen rato, sin decir nada. Las canciones que salían por los altavoces no eran mis favoritas, pero eran lentas y melodiosas. Nos mecimos un poco. James me puso las manos en las caderas e hizo que me girara sin decir nada. Tal vez no hubiera nada que decir.

En ese momento sonó el teléfono. Los dos lo miramos, pero ninguno se movió pata responder. Saltó el contestador al cabo de dos tonos.

Era él.

– Hola… soy yo. Sólo quería deciros que he terminado lo que vine a hacer a Sandusky. La gente de Cleveland y yo hemos alcanzado un acuerdo. Me voy a encargar de supervisar su filial de Tokyo. Abandono el país otra vez. Sólo quería que lo supierais. Los dos. Y también quería…

Guardó un largo momento de silencio durante el cual James y yo nos quedamos inmóviles, escuchando.

– Quería daros las gracias por el verano -dijo Alex.

Pensé que iba a decir algo más. Mi mente insistía en que no podía limitarse a concluir con un simple «gracias» el verano que habíamos pasado juntos, insistía en que tenía que añadir algo más importante, pero colgó sin más y la grabadora se detuvo.

Abrí la boca para decir algo, pero las palabras se me quedaron atascadas en la garganta. El aire se me escapó entre los dientes. Miré a James, que tenía la vista fija en el teléfono.

Me soltó y se acercó al teléfono con la luz parpadeante que indicaba que no habíamos recibido el mensaje. Sabía que iba a descolgar y devolverle la llamada a Alex. Estaba segura, igual que lo estaba del color de mis ojos o de lo que dolía golpearse el dedo con la cómoda cuando iba al cuarto de baño a oscuras. Lo supe sin ningún género de dudas.

James apretó el botón del contestador. La voz de Alex empezó a hablar de nuevo. James pulsó otro botón.

Borró el mensaje. Se volvió hacia mí.

– Vámonos a la cama -dijo, y eso hicimos.

Era la primera vez que entraba en el hotel Breakers. Nunca me había hecho falta quedarme en el hotel más antiguo del parque, aunque había pasado muchas veces por delante de su grandiosa fachada de color blanco cuando pascaba por la playa.