Aunque no estábamos haciendo nada nuevo, y aunque sabíamos que esta vez el final sería distinto, no nos apresuramos en llegar. A cada caricia, cada beso, cada roce y cada lametón le correspondía su momento de gracia.
Alex también estaba prestando atención.
Al final se colocó encima de mí. Su pene me rozaba el clítoris a cada pequeña embestida. Estábamos jadeando y nos latía desaforadamente el corazón. Nos habíamos llevado mutuamente al borde del abismo una y otra vez, retrocediendo en el último momento antes de que pudiéramos alcanzar el orgasmo.
Hasta el placer puede provocar dolor cuando es implacable. Tenía todos los nervios de mi cuerpo a flor de piel y me sentía arder. Cada beso y cada caricia me provocaban escalofríos. El universo había quedado reducido a la boca, las manos y el pene de Alex.
Se movió. Yo me abrí para él. Penetró mínimamente en mi interior, tan sólo el glande, lubricado a causa de mi húmedo sexo. Se detuvo, me lamió los labios e inspiró profundamente. Le temblaban los brazos de tener que sujetarse en aquella postura. Yo me removí y elevé las caderas para facilitarle la entrada.
Alex fue penetrándome muy poco a poco en vez de hacerlo con una fuerte embestida. Nos estábamos mirando a los ojos cuando se hundió por completo en mi interior. Me vi reflejada en ellos.
No es justo lo rápido que me corrí. Me sentía engañada. Mi cuerpo me traicionó respondiendo con demasiada rapidez a la presión de su hueso púbico sobre mi clítoris y a sus embestidas. Su boca capturó todos mis gemidos. Di rienda suelta a la primera oleada de placer, pero sus besos me llevaron de vuelta para que pudiera experimentar un nuevo clímax.
No sé cuántas veces me corrí. No sé si fue una o una docena. Mi cuerpo estaba tan sensibilizado que era como si estuviera dentro de Alex mientras se movía en mi interior. Hicimos el amor interminablemente, y no nos pareció suficiente, pero no teníamos más tiempo.
Aminoró la marcha al final, tardando el doble de tiempo en cada embestida. Me lamió los labios. Nuestros cuerpos estaban pegados por el sudor. Lo rodeé con brazos y piernas, para mantenerlo todo lo pegado a mí que me fuera posible. Si hubiera podido hacer que nuestros cuerpos se fundieran en uno solo, lo habría hecho, cuando el placer me invadió nuevamente y él alcanzó su propio orgasmo con un estremecimiento.
Nos corrimos juntos al final, en una de esas veces en las que todo sale a la primera, sin ningún fallo. Fue mágico, extático, eléctrico.
Perfecto.
Después, permanecimos tumbados el uno al lado del otro en la cama del hotel, mirando al techo, las manos a nuestro costado, entrelazadas. Fuera se oía el chirrido metálico del coche de la montaña rusa al alcanzar la cúspide, el momento de silencio y, finalmente, los gritos al descender a toda velocidad.
No podía durar eternamente. El destino no lo había querido. Me puse de lado y lo miré. Me empapé de las líneas y las curvas de su rostro.
Se podrían haber dicho cosas, pero me bastó con besarlo una última vez. No le pedí permiso para utilizar la ducha, simplemente lo hice. Lo borré de mi cuerpo con el agua.
No se había movido de la cama cuando salí envuelta en una toalla. Me sequé y me vestí. Alex me observaba sin decir nada. Su silencio era de agradecer. Facilitaba mi marcha.
Vestida ya, me arreglé como pude los rizos con los dedos delante del espejo. Con la ayuda del maquillaje, la máscara de pestañas y el brillo de labios me disfracé de alguien que no era. Me alisé la ropa y ya estaba lista para irme.
Lo miré. Seguía sin moverse.
– Adiós, Alex -le dije-. Espero que seas feliz.
No me respondió. Quería que me dijera adiós. Que dijera algo. Pero tenía que ser el canalla harapiento hasta el final. Me dirigió un breve gesto de asentimiento y una media sonrisa que me hicieron preguntarme si lo había arriesgado todo sólo por unas horas de lujuria imposible. Si había sido sólo eso desde el principio. Si había cometido un error yendo a verlo.
– Anne -dijo cuando ya tenía la mano en el pomo.
Me detuve, pero no me di la vuelta.
– Cuando te dije que Jamie había sido la única persona que me había hecho comprender cómo podría ser amar a alguien…
Me giré y lo miré por última vez.
– Bueno, no ha sido la única.
Sólo lamento una cosa de aquel día, y es que la última vez que vi a Alex mi vista estaba borrosa por las lágrimas.
Cerré la puerta a mi espalda y permanecí en el pasillo hasta que recobré la compostura. Después erguí la espalda y me sequé la cara. La playa de fuera era más grande y estaba más limpia que la porción que disfrutábamos en nuestra casa, pero el agua era la misma. El lago estaba revuelto, y el agua fría me oscureció la falda al mojármela hasta las rodillas. Había ido a despedirme de él y eso había hecho. No era un final feliz al estilo de los cuentos de hadas, pero era el único final posible.
– Que seas feliz -susurré al agua.
La perfección es un objetivo demasiado alejado para aspirar a él. A veces, el esfuerzo nos proporciona más satisfacción que el fin en sí mismo. Apreciamos lo que hemos estado a punto de perder más que lo que nunca dudamos. James me esperaba en casa. Allí tenía una vida con él. Con nuestros hijos, si alguna vez los teníamos. No era una vida perfecta, pero sería una buena vida, si los dos nos esforzábamos en que lo fuera. Mi marido me esperaba, y yo llegaría a él a tiempo.
Porque en ese momento, justo en ese preciso instante, permanecí dentro del agua, con el viento azotándome el rostro, sin temor ya a que pudiera ahogarme.
Megan Hart
Cuando estaba en tercer grado, Megan Hart se enamoró por primera vez. No de un niño, sino de una historia. Regresó a casa de la biblioteca con un libro de Ray Bradbury, y ella cayó de espaldas. Era antes de la época de las fotocopiadoras, la única forma para que ella guarde una copia de esta historia fue copiarla a mano para poder leerlo una y otra vez. Algo divertido ocurrió, aunque ella cuidadosamente lo copió en su cuaderno, le fue haciendo «mejoras». A los doce años, leyendo a Stephen King, se le ocurrió que la gente realmente poodía ganarse la vida escribiendo libros. Fue entonces cuando decidió convertirse en un autora.
Megan comenzó a escribir relatos cortos de fantasía, terror y ciencia ficción antes de dedicarse a las grandes novela de romances. En 1998, convertida ya en ama de casa, Megan tomó la escritura en serio, asistiendo a una conferencia, y consiguiendo su primera solicitud de un manuscrito completo. En 2002 vio su primer libro en la imprenta, y no ha parado desde entonces. Publicó en casi todos los géneros de ficción romántica, incluso históricas, de suspense contemporánea, romántica, comedia romántica, futurista, fantasía y tal vez sobre todo, erótico. Ella también escribe no erótica de fantasía y ciencia ficción.
La meta de Megan es seguir escribiendo libros picantes, emocionantes historias de amor con un toque erótico. Su sueño es tener una película hecha de cada una de sus novelas, protagonizada por ella misma como la heroína y Keanu Reeves como el héroe.
Megan vive en las profundidades, entre maderas oscuras con Superman y dos monstruos… er… niños.