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Graydynn se dio la vuelta asqueado hacia el espía. ¿Cuántas veces desde el incendio se le había acercado Runt con la misma historia? ¿Una decena de veces? ¿Veinte?

– ¿Y cómo puedo creerte?

En los labios de Runt se dibujó una pequeña risa arrogante y los orificios de la nariz se le ensancharon aún más.

– Me lo contó Gladdys, una criada que trabaja para lady Morwenna.

La entrepierna de Graydynn se puso rígida sólo con oír mencionar a la soberana de Calon. Morwenna. La hermana del barón Kelan de Penbrooke. Tan hermosa. Tan orgullosa. Y tan condenadamente arrogante. Visionó la curva de su mandíbula y su ceja arqueada ante la respuesta de un subordinado que demostró ser lo suficientemente necio para desafiarla.

El escudero sirvió el vino y Graydynn apartó a un lado los pensamientos sobre Morwenna. Tomó un trago largo de la copa y se reclinó en su silla cerca del fuego.

– ¿Y qué dice esa criada?

– Que encontraron a un hombre no lejos de las puertas de Calon al que habían propinado una tunda que le había dejado hecho papilla y con las horas contadas. -Runt echó un vistazo rápido alrededor y luego se inclinó lo bastante cerca como para que Graydynn pudiera oler el hedor ácido a cerveza pasada en su aliento-. La criada que lo atendió jura que llevaba un anillo grabado con el emblema de Wybren.

Los ojos de Graydynn toparon con los del espía y no pudo disimular su interés.

– ¿Carrick?

– Eso he dicho.

Runt estaba contento consigo mismo y no se molestó en ocultarlo. Con todo, Graydynn sintió que otra emoción empañaba su satisfacción, algo que no encajaba del todo.

– Y ¿cómo dices que se llama esa criada? -Chasqueó sus dedos con impaciencia-. ¿Cómo se llama?

– Gladdys.

– Sí, Gladdys. ¿Cómo sabes que no miente o… que no te toma el pelo?

Los ojos de Runt brillaron, como si hubiera estado esperando esa pregunta en particular. Adoptó un aire casi despectivo.

– Porque Gladdys se no atrevería a mentirme. Sé algunas cosas de ella, algo que no le gustaría que se supiera.

– Entonces ¿la chantajeas?

Runt se rió en voz baja, pero sus dedos se movían con nerviosismo como si estuviera demasiado ansioso por transmitir sus noticias.

– Sólo lo suficiente para asegurarme que lo que me dice es cierto, para que yo os pueda proporcionar la mejor información. Pensé que estaríais satisfecho.

– Lo estoy -dijo Graydynn. Conocer esta información que le brindaba el espía bien lo valía y añadió-. Serás retribuido por tus servicios, como siempre. Tan pronto como verifique por mi cuenta lo que cuentas.

– Hacedlo, milord, y veréis que digo la verdad. Carrick convalece en una habitación para huéspedes en el castillo de Calon y tiene un pie en la tumba.

– ¿No hay expectativas de que viva?

Runt balanceó su cabeza de un lado a otro.

– Eso es lo mejor de todo, lord Graydynn. Gladdys oyó por casualidad al médico, Nygyll, que hablaba con lady Morwenna. Parece que sólo un milagro puede hacer que Carrick sobreviva. Sería muy fácil matarlo. Un poco de veneno, una mano sobre la nariz y la boca… y nadie se percataría -dijo enarcando las cejas y dibujando con los labios una expresión de torpe inocencia.

Con todo, Graydynn sintió que algo no acababa de cuajar. Nunca había confiado en Runt, aunque a menudo le había encargado trabajos. La lealtad de los espías podía comprarse con demasiada facilidad.

Tenía que ir despacio y con cuidado. Contaba con otros espías en Calon y también con su hermano menor, el pobre y atormentado padre Daniel, siempre pidiendo hacer algo en desagravio, que de alguna manera se consideraba un mártir, se imaginaba un santo cuando, en realidad, no era más que un pecador que pensaba que podría arrepentirse de camino al cielo.

¡Ridículo!

– Hay muchas personas en Calon que son… desdichadas porque una mujer es ahora su soberana -dijo el espía, limpiándose las uñas de una mano con el pulgar de la otra, como si acabara de pensar algo insignificante-. Y ahora Carrick está en la torre.

– ¿Qué estás sugiriendo?

Runt consiguió sacar un poco de suciedad de entre la uña.

– Sería una buena oportunidad para poner las cosas en orden… que alguien viera que la dama no está… capacitada para llevar el castillo y Carrick fuera el causante.

– ¿Te refieres a matar a Morwenna de Calon? -dijo Graydynn, entrecerrando los ojos.

– Hay mercenarios que harían cualquier cosa por un puñado de monedas.

– Si Morwenna muriera, su hermano lord Kelan de Penbrooke vengaría su muerte.

– Como haría lord Ryden, su prometido, supongo. -La risa del espía se apagó y un destello mortal brilló en sus ojos oscuros-. Sólo digo que si algo malo le pasara a la señora mientras Carrick estuviera a su cuidado, él sería el culpable.

– ¿Acaso no lo tienen bajo llave?

– Los centinelas, al igual que los soldados y las criadas que sirven, pueden ser sobornados. Incluso el capitán de la guardia tiene un precio.

– ¿Lo tiene? -preguntó Graydynn, tratando de disimular su entusiasmo, puesto que no confiaba en Runt.

Su sugerencia bien podía tratarse de una trampa; alguien que le hubiera pagado podría haberle enviado a Wybren.

– Por supuesto que sí -dijo la pequeña rata espía-. Todos lo tenemos, milord. Incluso vos.

– ¿Creéis que debería mandar a alguien para comunicar que sir Carrick ha sido localizado? -preguntó el alguacil de Calon mientras caminaba junto a sir Alexander entre las cabañas hacinadas de gente.

Sus botas crujían a lo largo del camino fangoso donde la suciedad estaba casi congelada y en los charcos brillaban trocitos de hielo. Los martillos golpeaban y las sierras cortaban madera al tiempo que se reparaba el techo de la cabaña del apicultor. Los carpinteros se movían con rapidez para sustituir el alero del techo hundido en el aire gélido de la mañana.

Habían pasado casi dos semanas desde que se había encontrado al hombre herido, y la vida de castillo parecía volver a la normalidad. El entusiasmo y el interés hacia el desconocido se habían mitigado y, entretanto, todos habían vuelto a sus tareas cotidianas en el castillo. De nuevo permitían pasar libremente por las puertas a los comerciantes, los campesinos y los vendedores ambulantes, las ruedas de cuyos carros pesados chirriaban, y los caballos y bueyes tiraban de los arneses.

La mañana era fresca y clara, la tierra estaba dura a causa de la helada y el aire era intenso con la impronta glacial del invierno. Flotaba un olor que era mezcla de la cerveza en preparación con el humo de la forja del herrador, el estiércol de los animales y el olor acre a grasa derretida.

Los cazadores que habían salido al amanecer regresaban con un ciervo destripado, varias ardillas y dos conejos colgados de unos palos. Jason, el hombre que había descubierto al desconocido, estaba entre el grupo. Paseó la mirada alrededor y vio que Payne lo escrutaba. Rápidamente retiró la mirada, casi como si fuera culpable de algún crimen desconocido. El alguacil tomó nota mentalmente de que debía interrogar de nuevo a aquel hombre mientras Alexander le daba una respuesta por la cuestión de si debía informar a Wybren que Carrick había sido localizado.

– Los rumores se propagan como la pólvora y estamos sólo a un día de viaje a caballo de Wybren. Sin duda, lord Graydynn ya debe de estar al corriente de la captura de Carrick.

Payne se rascó la barba. Había algo que le hacía desconfiar.

– Y de la emboscada que le tendieron.

– Sí. El asalto.

Los hombres se apartaron a un lado del camino mientras el amo de la perrera pasaba con seis perros peludos que tiraban de sus correas.

– Reducid la velocidad, miserables perros de mala raza -gruñó el amo de la perrera. Hizo una seña con la cabeza al alguacil-. Están inquietos esta mañana.

Una vez el hombre y sus perros estuvieron fuera de su campo de audición, Payne preguntó a Alexander: