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¿Qué le diría a ese hombre? Ella no lo amaba, nunca lo había amado ni le amaría, pero ahora, por culpa de su precipitada decisión, tenían un acuerdo y el amor nunca había formado parte de él. A menudo, el matrimonio no era una cuestión de amor.

Pero si él quería infligir su justicia sumaria contra Carrick, se lo prohibiría. En Calon, su palabra era la ley.

Morwenna elevó la barbilla y forzó una sonrisa.

– Estará bien ver a lord Ryden otra vez.

Alexander la acusó en silencio por su mentira.

– ¿Alguna cosa más? -preguntó ella, sintiendo las mejillas encendidas bajo la mirada fija e invariable del otro.

El capitán de la guardia se aclaró la garganta. Finalmente apartó la mirada.

– Sí, milady. Dijisteis que hoy decidiríais enviar un mensajero a lord Graydynn -le recordó- para notificarle la captura…, es decir, el descubrimiento de Carrick.

Morwenna asintió. A pesar de los horribles acontecimientos acaecidos a primera hora de la mañana, no se había olvidado de Graydynn, un hombre con quien se había encontrado más de una vez, un jefe frío y contundente, cuya expresión era siempre de irritación o aburrimiento.

– Sí, le he dado muchas vueltas -admitió ella, juntando las manos detrás de la espalda.

Alcanzaron el gran salón, donde se preparaban las mesas de caballete para la comida de la mañana.

– Esta tarde veré al escriba y redactaré una carta, aunque no estoy aún segura de enviarla.

– Pero, milady, ¿qué bien hará aquí, en Calon? Podéis enviar la carta por mensajero. Geoffrey sería una buena elección como mensajero. Sirvió como escudero en Wybren y conoce a lord Graydynn. O tal vez el padre Daniel, el hermano de lord Graydynn.

Morwenna estaba desconcertada.

– Si el barón no sabe todavía que Carrick fue encontrado aquí, fuera de las puertas del castillo, no le revelaré que lo cobijamos.

– ¿Por qué? -preguntó él, y la maldita pregunta pareció rebotar por el pasillo, saltar por las paredes blanquecinas y repetirse una y otra vez en la mente de Morwenna. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

No había respuesta.

– Es mi decisión -dijo ella con voz enérgica-. Haré lo que piense que es mejor.

– ¿Contra el consejo de los que juraron protegerla?

– Sí, sir Alexander, si lo considero necesario. Consideraré todo lo que me habéis dicho pero, al final, será decisión mía y sólo mía.

– Milady.

– Eso es todo, sir Alexander.

Ella levantó la barbilla y le fulminó con la mirada. Él vaciló ligeramente, asintió con la cabeza tiesa como un palo y giró sobre sus talones.

Cuando se marchó, Morwenna soltó la respiración y vio que la carta en su mano estaba tan arrugada que había quedado ilegible. Tal vez fuese lo mejor.

Hasta que no supiera la verdad, no estaba preparada para devolver al paciente a Graydynn de Wybren. Hasta que estuviera segura de que el desconocido era Carrick.

Sólo esperaba contar con tiempo suficiente antes de que la noticia cruzara todo el reino.

Capítulo 16

El paciente se quedó inmóvil. Estaba débil, su estómago pedía alimento a gritos y tenía los labios secos y agrietados por la carencia de agua. Aunque recordaba que le habían obligado a tragarse un caldo y que habían vertido agua sobre sus labios, estaba muerto de sed.

Se había despertado esa mañana y había abierto los ojos, descubriendo que podía ver con mayor claridad. Podía moverse sin notar aquel dolor tan virulento en la cabeza. Podía mover la mano hasta tocarse la cara y había comprobado la hinchazón, pero la agonía que había embargado su cuerpo había disminuido.

Había fingido inconsciencia oyendo hablar a los guardias, y reconstruyó la conversación a partir de los retazos que logró atrapar. Los guardias hablaban de un asesinato que se había producido en la torre, y lady Morwenna iba a enviar un mensajero a lord Graydynn de Wybren notificando que retenía a su primo, Carrick de Graydynn, como rehén o prisionero.

Trató de recordar a Graydynn. Debería tener algún sentimiento hacia el lord, su primo, ¿verdad? Pero no pudo evocar ninguna imagen de aquel hombre y sólo sintió un inquietante temor de que, si averiguaba dónde estaba, significaría su sentencia de muerte. Lo poco que podía recordar acerca del barón de Wybren era que había sido un hombre celoso y hosco… O tal vez lo era su padre… ¿Cómo se llamaba? Se concentró pero al darle vueltas sólo ganó un dolor de cabeza.

Las imágenes que poblaban su cabeza eran difíciles de comprender, sólo pensamientos fugaces que escapaban al momento que trataba de capturarlos.

Recordó el castillo de Wybren. O tan sólo fragmentos. Todavía podía oler el fuego… y presenció las llamas que subían por las paredes. ¿O esos pensamientos eran únicamente imaginaciones suyas, sueños que se había inventado a partir de todas las conversaciones que había oído allí, incapaz de moverse?

Le habían obligado a oír un chisme sobre un gran incendio en Wybren, un incendio provocado por Carrick, que probablemente era él. Carrick, el traidor. Carrick, el asesino de siete almas inocentes. Carrick, el monstruo. ¿Acaso era posible? ¿Había matado de una manera tan cruel a su familia?

Y si así era, ¿por qué?

Sus sentimientos en cuanto a lo que recordaba sobre su familia eran difíciles de clasificar, recuerdos hechos añicos y entremezclados… Pensó que tenía hermanos y hermanas… por quienes no había sentido mucho cariño. Pero sus caras eran borrosas, imágenes oscuras que evocaban en él sensaciones despiadadas de dolor, de envidia y odio.

¿Era cierto?

¿De veras era el monstruo que todo el mundo creía?

Encajó la mandíbula y apartó las condenadas preguntas de su cerebro. No tenía tiempo de concentrarse. Pronto la guardia pasaría control. Tenía que actuar con rapidez.

Al igual que hacía durante todo el día mientras estaba solo, obligó a una pierna a moverse. Esta vez la balanceó hacia fuera de la cama sin demasiado dolor.

Intentó mover la otra y sintió la protesta de los músculos aletargados, cambió de postura y ambos pies aterrizaron en el suelo.

Ahora faltaba la verdadera prueba.

Despacio, consciente de que podía caer desplomado, se obligó a mantenerse erguido. Para su sorpresa, las piernas eran capaces de sostener su propio peso. Por primera vez.

Aspiró profundamente y dio un paso.

El dolor le abrasaba la pierna. Su rodilla aguantó. Suspiró.

Otro paso.

Casi se cayó pero logró agarrarse a tiempo. El sudor le resbalaba por todo el cuerpo. Cada pequeño movimiento representaba un esfuerzo colosal. Pero las rodillas no se le doblaron.

Otra vez trató de caminar. Sintió algo de dolor, pero con cada paso las molestias eran menores, los músculos se tensaban. Para su sorpresa, la mayor parte del dolor agudo que había experimentado cuando se despertó por primera vez en esa cámara días antes, parecía haber remitido.

No contaba con ningún plan, sólo con el convencimiento de que si no escapaba sería enviado a Wybren con toda certeza para vérselas con la justicia de Graydynn, fuera cual fuese. No podía recordar a su primo pero instintivamente desconfiaba de aquel hombre que, sin duda, lo ahorcaría y luego lo destriparía y descuartizaría acusado de traición y de siete muertes.

«Salvo que no seas Carrick. Seguramente Graydynn vería que no eres el traidor. ¿O sí lo eres?»

Tenía que guardar al menos alguna semejanza con Carrick, ya que la reacción de todo el mundo era la misma: todos le señalaban como el asesino. Incluso si recordaba su verdadera identidad y reivindicaba su inocencia, sería en vano. Incluso si había dudas respecto a su identidad, debido al maldito anillo con que le habían encontrado, al menos sería considerado ladrón.

Pero había más.

Graydynn se había beneficiado del incendio. Por consiguiente, ¿no había razones para sostener que Graydynn o alguno de sus soldados pudiera estar detrás de la tragedia de Wybren? Tal vez habían pagado al mozo de cuadra por declarar que Carrick se alejaba a caballo.