Выбрать главу

Localizó el pestillo del lateral del pasillo del muro y empujó las piedras hasta colocarlas en su posición original, sellando la entrada. Si alguien miraba en la habitación, no lo encontrarían y no sabrían cómo había escapado.

Pensó en Morwenna y en sus severas palabras acerca de entregarle a la justicia de Graydynn y Wybren. Le estaría bien empleado cuando descubriera que no estaba. Una sonrisa se le dibujó en los labios hasta que recordó su beso y su absurda respuesta.

Él no podía querer a esa mujer.

No, al menos hasta que averiguara quién era él.

Después de marcar la puerta que acababa de cerrar con carbón negro que le proporcionó una antigua vela de junco, se precipitó hacia abajo por el estrecho pasadizo. La antorcha ofrecía una luz titilante y desigual que se reflejaba contra las piedras vetustas y cubiertas de polvo, lo que provocó un movimiento caótico de garras de roedores, ratas, ratones o lo que fuera que se apartaba de su camino.

Asestó un golpe a las telarañas que encontraba a su paso y sus pensamientos se orientaron hacia las cuestiones que lo habían atormentado desde el momento en que había despertado. Si él no era Carrick, entonces, ¿quién era? ¿Por qué lo abandonaron, golpeado, casi muerto, cerca de los muros de ese castillo? ¿Se dirigían a Calon y le tendieron una emboscada? ¿O lo arrastraron hasta allí después del ataque y luego lo abandonaron? ¿Habían espantado a su atacante antes de que pudiera acabar su trabajo? ¿Y quién diablos era él? ¿O ella? El ataque que había sufrido, ¿tenía algo que ver con el misterioso visitante que había llegado hasta él utilizando este pasadizo o la emboscada estaba relacionada de alguna manera con Morwenna?

¡Si pudiera tan sólo recordar!

Sintió que si se enteraba de algo más, si encontraba una pieza más de ese rompecabezas que era su vida, todo se pondría en su lugar y recuperaría la memoria.

«¿Es eso lo que quieres? -se quejó su voz-. ¿Y qué pasa si, de verdad, eres Carrick? ¿Qué harás entonces? ¿Entregarte? ¿Enfrentarte a Morwenna? ¿Volver a Wybren?»

– Por los clavos de Cristo -susurró, sus labios agrietados, su voz chirriante.

No tenía sentido hacerse preguntas. Lo averiguaría con la suficiente antelación.

Sus pies desnudos se deslizaron sobre las piedras frías, se movía silenciosamente a lo largo del estrecho pasadizo hasta llegar a una bifurcación. Hizo otra señal negra sobre la pared para indicar cuál era el camino que había seguido, cambió de dirección hacia un conjunto de peldaños y empezó a subir hasta que alcanzó otro pasillo. Tal vez ese pasillo oculto se abría hacia una torre y se imaginó abriendo de par en par una puerta y sintiendo el aire frío y fresco y la fragancia de la lluvia sobre su piel. Parecía que habían transcurrido décadas desde la última vez que había estado a campo abierto, oliendo el bosque, sintiendo la humedad de la niebla en sus mejillas. Anduvo con cuidado y pronto llegó al lugar más amplio del pasillo. Se detuvo, sintió una ligera ráfaga de aire y colocó su mano en el espacio que se abría entre las piedras. Concluyó que las hendiduras eran para la ventilación pero inclinó su cara hacia la abertura. Descubrió una cámara amplia con tapices vibrantes colgados de las paredes, un fuego que crepitaba y ardía intensamente en la chimenea, una cama grande en el centro de los aposentos, y una mujer…

Su corazón se detuvo.

Inspiró con fuerza al reconocerla.

Morwenna de Calon. La señora de la torre. Yacía medio desnuda bajo las sábanas.

Dormida y sin saber que…

La parte posterior de la garganta se le secó cuando ella suspiró y se volvió, y la colcha se deslizó lo suficiente para que pudiera ver la circunferencia oscura de su pezón antes de recoger las sábanas y cubrirse hasta la barbilla.

El corazón de Carrick tronó. Se mordió el labio inferior y examinó la cama.

La ropa de cama estaba arrugada, como si estuviera pasando una mala noche y no pudiera conciliar el sueño. Un perro moteado se acurrucaba hecho un ovillo sobre la cama junto a ella y no hizo más que mirar hacia arriba mientras Carrick observaba.

La miró otra vez. Dios, qué hermosa era. Se sintió conmovido en lo más hondo de su ser y se maldijo en silencio por el deseo que ardía en su interior. ¿Qué había en esa mujer que él encontraba tan intrigante, exasperante y francamente irresistible? ¿Y por qué ahora, cuándo su propia vida dependía de su antojo, fantaseó con entrar en su cámara, deslizarse por bajo las sábanas y apretar su cuerpo contra el de ella? Imaginó la sensación de sus zonas más suaves cediendo a la presión apacible. Casi podía oír su gemido de rendición, sentir el rastro de sus dedos a lo largo de su piel mientras trepaba por las costillas…

«¡Para! ¡Para ahora mismo! ¡No hay tiempo para esto!»

Su mirada se demoró todavía un segundo más antes de que se obligara a dar vuelta atrás. Suspiró, limpió su mente de imágenes prohibidas para refrescar el fuego que ardía por sus venas.

¡Piensa, hombre, piensa! Tienes que concentrarte y recopilar información. Es imprescindible trazar un plan. No puedes distraerte por culpa de Morwenna ni por ninguna mujer.

Mientras se regañaba mentalmente, supervisó el pequeño espacio donde estaba en ese momento. Más amplio que el resto de los pasillos, sin duda estaba construido para ver la cámara de abajo.

«¿Por qué? ¿Y para quién? ¿Los centinelas? ¿Un marido celoso? ¿Espías en la torre?»

Frunció el ceño al observar el polvo del suelo. Huellas recientes. Por consiguiente no era el primero en mirar hacia abajo, hacia los aposentos de la dama. Una sensación misteriosa le recorrió la nuca. No cabía duda de que quienquiera que lo hubiera visitado la otra noche también había estado en ese lugar y había observado a Morwenna mientras dormía, se vestía o se bañaba. Quienquiera que fuera había escuchado las conversaciones más íntimas, la había visto cuando ella hubiera pensado estar completamente a solas. Quienquiera que fuera, presumía, era el enemigo. Cualquier pensamiento persistente de que ella conociera los pasadizos secretos se había desvanecido y se dio cuenta de que no si él, sino también ella, tenían enemigos dentro de los muros del castillo de Calon.

Se estaba tramando una traición y de alguna manera le implicaba.

Los dos habían sido observados por alguien, tal vez manipulados el mismo enemigo sombrío.

Morwenna soltó un suspiro largo y suave y no pudo ayudarse a mismo de otra manera que inclinándose para volver a mirarla mientras dormía pacíficamente. El pelo oscuro le caía alrededor de la cara y por detrás de la espalda, la respiración era suave y uniforme, tenía los ojos cerrados, las pestañas rizadas reposaban sobre sus mejillas. La boca de Morwenna estaba ligeramente abierta y él recordó el beso y la confesión de ella de que no creía que fuera un asesino.

Pero alguien lo es. Probablemente alguien en quien ella confía.

Pensó en todas las voces que había oído, las miradas de los hombres que lo habían observado. El administrador, los guardias, el sacerdote y el médico, todos ellos habían estado presentes. ¿Y la anciana que parecía odiarle tanto?

No tenía respuestas todavía, pero averiguaría quién estaba detrás… Le tendería una trampa al bastardo, eso es.

Su cabeza se adelantaba a los acontecimientos. De alguna manera tenía que sacar de su escondrijo al enemigo. El primer paso era conocer su guarida, eso ya lo había hecho.

Utilizó la antorcha para iluminarse, se inclinó más abajo y examinó con atención las huellas… La mayoría estaban esparcidas y no había nada distintivo en ellas; su tamaño era del de un hombre del montón, similar al pie del propio Carrick. Y aunque las aberturas del muro no estaban al mismo nivel, las huellas apuntaban a una que resultaba más cómoda para una persona de su propia estatura. No vio nada más que le ayudara a desenmascarar al mirón, ningún trozo de tejido, ningún cabello suelto sobre los bordes afilados del candelabro, aunque no se utilizara por temor a que la luz brillara a través de las rendijas del muro, ya que habría advertido a cualquiera que estuviera abajo que alguien estaba observando desde arriba.