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Se aferró a la mujer que la había criado, apoyado, arropado y que ahora no era más que un pedazo de carne fría.

Se oyó el ruido de pisadas abalanzándose y chapoteando en los charcos. Los hombres gritaron mientras Morwenna buscaba desesperada algún indicio de vida, un rastro de aliento, un pulso débil, un diminuto latido del corazón, pero era demasiado tarde. La piel de Isa estaba fría como el hielo.

Las lágrimas se derramaron por los ojos de Morwenna.

– ¡Milady! -gritó alguien como a través de una larga caverna-. ¡Lady Morwenna! Por favor, ¡dejadla! ¡Tenéis que dejarla! Tal vez podamos ayudarla.

Era la voz de sir James, y Morwenna, al fin, giró la cara hacia allí. A través de las gotas de lluvia vio la preocupación en su rostro, el pesar en sus ojos.

Sostenía todavía a la anciana, meciendo su cabeza y acunándola mientras llovía a cántaros, el suelo se encharcaba y se empapaban las ropas. Morwenna oyó el murmullo de soldados y campesinos que se dirigían hacia allí a toda prisa, gritando y hablando entre ellos.

– Llamad al médico.

– ¡Y al sacerdote!

– Dios mío, ¿qué está pasando?

Al acercarse, las caras se torcían debido a la consternación y abrían los ojos como platos por el horror.

La esposa del albañil, que iba con su niño, le tapó los ojos a su hijo, que temblaba de frío. Un hombre tullido, que una vez fue curtidor, hizo el signo de la cruz sobre su pecho raquítico.

– Por favor, milady. -Sir James se inclinó. La lluvia rodaba por su nariz mientras le ofrecía ayuda-. Ahora está en las manos de Dios. Dejadme llevarla al interior, donde se está más caliente.

Pero Morwenna no podía dejarla. Se mordía el labio inferior intentando reprimir la rabia que fluía por sus venas.

«Encontraré a quien hizo esto, Isa -prometió en silencio. Tenía la garganta quebrada por los sollozos, los dedos le temblaban mientras cerraba con cuidado los ojos de la anciana-. Quienquiera que te hizo esto, lo pagará y lo pagará bien caro. ¡Le perseguiré si es necesario el resto de mi vida! Te lo prometo».

Poco a poco liberó a la mujer que la había acompañado durante toda su vida y mientras lo hacía notó, por primera vez, que guardaba algo en el puño. Abrió los dedos de la muerta con cuidado y allí, con el brillo de la maldad bajo la luz plomiza, estaba el anillo de Carrick de Wybren.

Una mujer lanzó un grito ahogado. Confusa, Morwenna echó un vistazo hacia arriba. Los ojos horrorizados de la mujer se paralizaron sobre Isa. Automáticamente, Morwenna se dirigió al punto donde enfocaba.

La garganta de Isa había sido cortada en forma de W dentada.

Capítulo 23

– ¡No! ¡No, Isa!

La cara de Bryanna era una máscara de puro horror. Se sentó sobre un taburete en su cámara mientras Fyrnne se afanaba en hacer una trenza con su pelo rebelde.

– Es cierto, Bry. La encontré yo. Al lado de la capilla.

– ¿La han asesinado? -Bryanna le quitó el cepillo de la mano a Fyrnne y cruzó la habitación. Los ojos se le llenaron de lágrimas y su labio inferior temblaba-. ¿Por qué?

– No lo sé.

Sin dejar de parpadear, Bryanna respiró hondo y se estremeció.

– Tiene que ver con Carrick de Wybren, ¿verdad?

– Es probable.

Morwenna le hizo señas a Bryanna para que se sentara en el taburete otra vez y entonces le pidió a Fyrnne que las dejara a solas. Una vez Bryanna se hubo sentado, le dijo todo lo que sabía sobre la fuga de Carrick, la muerte de Isa y el anillo que había descubierto en su puño cerrado.

– Carrick la mató -sentenció Bryanna, apretando la mandíbula de la rabia mientras las lágrimas le resbalaban de los ojos-. Ese gusano le cortó la garganta y probablemente hizo lo mismo con sir Vernon.

– No sabemos que haya sido así.

¿Por qué lo defendía?

– ¿Quién más pudo haber sido?

– No… no lo sé. Pero cuando sir Vernon fue asesinado, Carrick no podía moverse.

– Creemos que no podía moverse. Todo puede haber sido una farsa.

– Tú lo viste, Bryanna. Le habían propinado una paliza brutal, todo él estaba magullado. A duras penas podía hablar.

– Estaba lo bastante consciente para susurrar el nombre de una mujer, ¿no? ¿No repetía el nombre de Alena una y otra vez?

Morwenna sintió como si mil cuchillos le hicieran pedazos el corazón.

– Pero no sabía lo que decía. Todavía estaba inconsciente.

– Eso es lo que tú crees.

– Y cuando asesinaron a Vernon, Carrick estaba bajo vigilancia, inconsciente, convaleciente en una habitación con una sola salida.

– Igual que anoche. Pero consiguió salir, ¿verdad?

Morwenna suspiró.

– Sí.

– Y, de algún modo, también burló la vigilancia de sir James.

– Pero…

– ¡Más tarde esquivó a todos los malditos centinelas de la maldita torre! -Bryanna hizo un gesto amplio con el brazo, un movimiento que trataba de abarcar cuantos residían dentro de los muros del castillo de Calon-. ¿Cómo explicas eso?

– No puedo -Morwenna sacudió la cabeza.

Las preguntas que la habían estado asediando durante horas todavía no tenían respuesta. La fuga de Carrick era un misterio. Se acercó a la chimenea y se calentó las manos pero en lo más profundo de su alma sentía un frío glacial. Como si cada una de las piedras que se habían utilizado para construir los muros de Calon las sostuviera con firmeza sobre sus hombros.

– Déjame verla.

Morwenna negó con la cabeza.

– No creo que debas…

– Déjame verla -insistió Bryanna con los ojos relucientes por las lágrimas-. Ahora.

– Pero el médico todavía tiene que examinarla.

– No me importa. -Había un fuego nuevo en la mirada de Bryanna, una determinación que no podía ser negada. Bryanna, que no era tan alta como Morwenna, inclinó su cabeza hacia arriba y se topó con la mirada fija de su hermana mayor-. No me prohibirás un último momento con Isa, ¿no?

– No, pero no creo que sea el momento apropiado.

– ¿Dónde está?

Morwenna dudó y entonces decidió que nada la disuadiría.

– Está en las dependencias del médico.

– Creí que habías dicho que todavía no la habían examinado.

– Así es. Estoy esperando a que Nygyll vuelva. Lo llamaron de la ciudad. El hijo del herrero comenzó a tener convulsiones a primera hora de la mañana. Nygyll debe de estar a punto de volver.

Bryanna se revolvió el pelo con los dedos, deshaciéndose la trenza a medio acabar mientras Morwenna la conducía a través de la torre. El castillo bullía de excitación por las noticias de la huida de Carrick de Wybren y el asesinato de Isa. Todo el mundo tenía los nervios de punta y los comentarios se habían desatado. Las puertas se cerraron y ahora los guardias estaban ocupados buscando a Carrick, una búsqueda que Morwenna no sólo consideraba inútil sino una distracción a su misión de encontrar y arrestar al asesino de Isa.

En el exterior, el día era fresco y gélido: sólo unos pocos rayos de sol lograban penetrar las nubes. Los trabajadores estaban ocupados en sus obligaciones, los martillos de los carpinteros no dejaban de golpear y los fuegos resplandecían bajo las cubas de cerveza que removían las taberneras. Los tejedores chismeaban y mujeres y niños charlaban en corrillos mientras lavaban la ropa, reunían restos de comida para los pobres o desplumaban pollos, gansos y patos.

Al pasar, Morwenna escuchó fragmentos de los murmullos. Dos chicos cubiertos con capas de lana se burlaban mientras paseaban los perros. El curtidor habló en voz baja a uno de los cazadores pero, al ver a Morwenna, se calló la boca y se le sonrosaron las orejas.

«Va a ser un día largo».

Bryanna y ella doblaron la esquina de la cabaña del cerero y vieron a dos mujeres sentadas a una mesa de tres patas cerca del fuego. No se distrajeron de sus labores, no se dieron cuenta de que Morwenna se había parado cerca de la cabaña de la costurera.