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¿Qué querían decir? Dios santo, ¿qué plan tenían?

Esa panda de matones, ¿los habían hecho picar el anzuelo en medio de la noche para exigir un rescate? No, parecía poco probable. Era demasiado arriesgado y no tenía relación con Carrick y una supuesta venganza. Los engranajes de su mente se pusieron en funcionamiento para tratar de adivinar las intenciones de los hombres que les habían preparado esa emboscada. ¿Habían planeado matarles al alguacil y a él? ¿Quizá como pasatiempo o para advertir a los que trataban de impedir sus fechorías? ¿Qué mejor modo de hacer alarde de su autoridad y demostrar su inteligencia e imbatibilidad que matando al capitán de un ejército y al alguacil?

Pero parecía exagerado.

Escuchó el sonido incesante de los cascos de los caballos sobre el fango mientras sentía la lluvia repiqueteándole en el rostro. De repente, sin esperarlo, la verdad le sacudió como un puñetazo en las tripas.

No les conducían hacia el castillo para un intercambio de prisioneros o exigiendo un rescate. Tampoco les iban a matar sin más, al menos todavía. No.

Su corazón le dijo que les llevaban de regreso a Calon con un único propósito, utilizarles como señuelo.

Capítulo 27

Morwenna subió veloz por la escalera, el perro le pisaba los talones. Las paredes del gran salón parecía que se le caían encima y no pudo quedarse inmóvil ni un segundo más.

No había mentido cuando le dijo a Sarah que estaba preparando a un grupo de hombres para partir al amanecer. Había planeado tomar los cinco mejores que encontrara en la tropa. Esperaba que los que faltaban llegaran por la mañana. Tal vez habrían capturado a ese canalla de Carrick. ¡Ay, cuánto deseaba tenerle enfrente otra vez! Decirle lo que pensaba.

«Pero ¿qué dices, Morwenna? ¿Qué piensas de él? ¿Crees que si estuviera aquí, de pie delante de ti aquí y ahora, no caerías presa de sus cantos de nuevo?»

– ¡Maldita sea!

Borraría de su mente a Carrick, esa sucia rata, al menos de momento. Ahora debía concentrarse en encontrar al capitán de la guardia y al alguacil. Lo que le había comentado a Sarah era verdad: no había en Calon dos hombres más fuertes e ingeniosos. Si Sir Alexander y Payne habían conocido un destino aciago, mucho temía que ella y aquellos menos dotados con quienes partiría pudieran salir victoriosos. Pero lo intentaría.

Y luego cabalgaría hasta Wybren, no sólo para explicarle a Graydynn lo que había hecho, cómo había perdido al hombre que tanto había ansiado, sino también para comprobar sus sospechas de que Carrick había huido a la misma torre donde era un hombre buscado, donde se le consideraba un criminal acusado de traición y asesinato.

Pero, antes de nada, buscaría al hermano Thomas.

Se detuvo en lo alto de la escalera un momento y llamó suavemente contra la pesada puerta de la habitación de su hermana. Se mordió el labio y esperó.

– Bryanna -llamó, pero no oyó ningún ruido al otro lado de la puerta-. ¿Te encuentras bien?

Siguió sin recibir respuesta de su hermana. Después de ver el cuerpo de Isa, se había refugiado en sus aposentos la mayor parte del día y Morwenna prefirió dejarla en paz.

Puso una mano sobre el picaporte pero antes de entrar cambió de idea. Bryanna sólo necesitaba tiempo para aceptar la muerte de Isa. Morwenna se lo daría. Entendía que Bryanna necesitara enfrentarse al vacío que la muerte de Isa había abierto. Después le revelaría sus planes de organizar un pelotón de búsqueda. Sólo esperaba que no insistiera en acompañarles.

En su cámara, Morwenna se echó sobre los hombros una capa forrada de piel de ardilla y deslizó sus pies en unos zuecos de madera, porque sus botas estaban secándose cerca del fuego. Cogió un farol de un estante y descendió por la escalera, con Mort siguiéndole siempre como un perrito faldero. Una vez que hubo llegado a la planta baja asomó la cabeza por la puerta principal, donde un guardia, Peter, le sugirió que esperara a un escolta.

– Deberíais ir acompañada, milady -comentó con una expresión de preocupación en sus ojos grises-. Pensad en lo que le ocurrió a Isa anoche.

– Estaré bien -le aseguró.

No mencionó que tenía una daga en la bolsa de piel que llevaba atada con una correa a su cintura, ni tampoco el pequeño cuchillo oculto en su calzado.

En el exterior, la tormenta bramaba con furia. Oscuras y densas nubes tapaban la luna. La lluvia salpicaba el suelo y formaba pequeños riachuelos que se interrumpían en los senderos de la torre. Mort, siempre detrás de ella, dio un paso afuera, parpadeó y tiritó de frío, y en el acto dio media vuelta. Con el rabo entre las piernas, alumbrándose con el farolillo.

– Vaya perro de guardia estás hecho si te asusta un chaparrón -refunfuñó Morwenna mientras andaba por los caminos cubiertos de piedras, llevando el pequeño el farol de aspecto débil y pequeño.

Con los nervios a flor de piel, Morwenna se abrió camino entre las cabañas donde los fuegos resplandecían a través de la ventana. Pasó por las dependencias del alguacil y vio a Sarah cerca del fuego remendando un par de bombachos.

Se santiguó en un santiamén sobre el pecho y rezó para que Alexander y Payne volvieran sanos y salvos. Mientras atravesaba la hierba que crecía en un huerto, pensó en cuantos habían desaparecido y con cierto retraso incluyó en sus oraciones a Nygyll, al padre Daniel y a Dwynn.

La torre sur, que se extendía hacia el cielo en una esquina del adarve, era la más alta de la fortaleza. La torre de vigilancia se elevaba aún más arriba desde las torres de la almena y parecía que agujereaba el cielo.

Cuando Morwenna alcanzó la entrada de la torre, la llama del farol se había extinguido y tuvo que encenderla de nuevo sirviéndose de un candelabro que colgaba de la pared.

Restos de lluvia le resbalaron por la capa. Continuó subiendo más arriba, la escalera de caracol parecía no tener fin. Proyectaba su sombra contra los gruesos muros y, salvo los rasguños de las garras de los roedores y el repiqueteo de la lluvia, reinaba el silencio.

¿Cuándo había visto por última vez al hermano Thomas? ¿Había participado en las fiestas con motivo de la Navidad? Creía que no y, al recordar los días de fiesta, trajo a su memoria el devastador incendio le Wybren en la Nochebuena pasada.

La gente se había estado divirtiendo aquella noche, probablemente cantando, bailando e intercambiando las jarras de cerveza. Tal vez les deleitara una compañía de mimos que pasaba por allí mientras disfrutaban de los dulces típicos de Navidad… Luego encontraron la muerte, con suerte asfixiados por el humo antes de que el fuego voraz devorara sus cuerpos.

Se estremeció por completo al pensarlo. Continuó subiendo escalones y se acordó de que Carrick había escapado del incendio de Wybren… le la misma forma que había huido de su habitación en Calon…

Rehusó dar más vueltas a la cabeza a propósito del bastardo y subió más rápido, pasando varias celdas monacales vacías en su camino hacia arriba, hasta detenerse en la que se situaba en el punto más alto, antes del último tramo de escalera, que se estrechaba en la torre de vigilancia.

Era el momento. Inspiró aire para insuflarse fortaleza y llamó a la puerta de la celda del hermano Thomas.

Esperó sin recibir respuesta.

– ¿Hermano Thomas? -dijo, golpeando más fuerte a la puerta.

Sólo había hablado una vez con aquel hombre, la primera semana después de su llegada, tras subir la escalera para cerciorarse de que conocía a toda la gente de la fortaleza. Todo lo que sabía de él venía de terceras personas, Alfrydd, Alexander y Fyrnne, que le conocían desde hacía años.

– Hermano Thomas, soy lady Morwenna. ¿Puedo pasar?

Tampoco hubo respuesta.

Se negó a rendirse, hizo ademán de abrir la puerta y comprobó que no estaba cerrada.