– A mí tampoco me gusta. Presumo que nuestros hombres están siguiendo a estos dos.
– Sí, pero esos matones también lo saben, ya imaginarán que hemos enviado a nuestros hombres a que les sigan la pista. Es de prever que los conduzcan a una persecución a ninguna parte. Dudo que los lleven hasta Carrick o los prisioneros.
– Entonces sólo nos queda encontrarles -contestó Morwenna.
– Debemos seguirles por cualquiera de los caminos que tomen, incluso si se dispersan. Y nuestros hombres no sólo deben buscar a Alexander y a Payne, sino también al médico y al padre Daniel y a cuantos parece que se haya tragado la tierra… incluidos los dos hombres que enviamos a la ciudad en su busca.
Asintió con la cabeza.
– El campamento de Carrick debería de estar cerca si está esperando noticias de sus hombres.
– Es posible que ni siquiera hayan acampado -advirtió Lylle.
Morwenna estuvo de acuerdo, se le hizo un nudo en el corazón al pensar en Alexander, que, aunque nunca había expresado sus sentimientos, la había amado en silencio. También pensó en Payne y en la angustia de su esposa.
– No mencionéis esto a nadie, ordenad a vuestros hombres que guarden silencio excepto con vos y conmigo. No hay ninguna razón para preocupar a nadie más en la torre hasta que tengamos más datos.
De nuevo inclinó la cabeza y Morwenna suspiró hondo, un dolor de cabeza comenzaba a martillearle en las sienes. Desde el umbral de la puerta le dijo:
– Avisadme inmediatamente si escucháis algo. -Hizo una pausa, reposó una mano en el marco de la puerta y miró por encima del hombro al hombre que ocupaba el puesto del capitán de la guardia de manera tan poco convincente-. Encontradles, sir Lylle -ordenó-, e informadme inmediatamente.
– No soy Carrick.
Su voz rebotó contra las paredes del gran salón de Wybren cuando logró aflojarse la mordaza.
Los soldados que le sostenían y todos lo que se habían congregado en la habitación profunda y oscura se dieron la vuelta y le miraron con recelo.
Tan imperioso como siempre, Graydynn se rió sin pizca de alegría.
– Desde luego que lo sois.
– No, Graydynn, no lo soy y vos lo sabéis -le acusó con furia candente-. Me reconocisteis. -Con un movimiento rápido de hombros, desarmó a los guardias-. Soy Theron. El hijo de Dafydd. El hermano de Carrick, sí, y me parezco a él, pero no soy Carrick.
– Theron murió en el incendio -dijo Graydynn, pero su voz era menos convincente a medida que estudiaba las marcas que tenía Theron a la cara y escrutaba las heridas y los rasguños que se veían bajo la barba.
– Yo no estaba en Wybren esa noche -insistió Theron, y los recuerdos de su pasado se volvieron nítidos en su mente. Se acercó un poco más a Graydynn-. Me fui de esta torre cuando descubrí a mi esposa en la cama con otro hombre, su amante. Pero el bastardo no era Carrick. -Apenas movía los labios al hablar y todos los presentes en gran salón se quedaron mudos-. El amante era alguien que conocía el castillo de Heath, un hombre enviado por su hermano Ryden para que velara por ella. -Los labios de Theron se torcieron por la ironía, la historia, la traición final de su esposa-. Ni siquiera sé su nombre pero fue él quien murió al lado de mi esposa. Él era la persona que todo mundo supuso que era yo.
– ¡Mentís!
– ¿Eso creéis, Graydynn? Miradme. Miradme con detenimiento. Todos mis hermanos, Byron, Carrick, Owen, y yo, los hijos de Myrnna y Dafydd, éramos tan parecidos que confundíamos a todo aquel que no nos conocía demasiado. Sólo Alyce, nuestra hermana, tiene un gran parecido a nuestra madre. El resto éramos la viva imagen de nuestro padre. Pero vos, Graydynn, deberíais daros cuenta de la verdad cuando esta os mira fijamente a los ojos.
– Es imposible -dijo entre dientes Graydynn por encima de los murmullos de sus hombres, el crepitar y el chisporroteo del fuego, que quedaba en la chimenea.
– ¿Estáis seguro? ¿Cómo sé entonces que robasteis el vino de mi padre sobornando al encargado de la bodega? -inquirió, oliendo el miedo mezclado con el sudor, de Graydynn-. Porque lo hicimos juntos, o estaba allí. Creo que Gin todavía está por aquí. Él puede verificarlo.
– Theron os pudo haber contado lo del vino, Carrick -insistió Graydynn, humedeciéndose los labios con la punta de la lengua en un gesto nervioso.
– ¿Acaso podría haberle contado a Carrick el secreto que compartíamos vos y yo?
Graydynn ensanchó las narices y las dudas asomaron a sus ojos.
– No sé de qué me estáis hablando.
– Seguro que sí, Graydynn. Lo recordáis. -Theron endureció la mandíbula igual que una piedra-. Os sorprendí robando el cuchillo de Carrick, el que tenía la empuñadura adornada con piedras preciosas. ¿Lo recordáis? Era verano… De eso hace seis años, y Carrick juró que si encontraba al culpable le castraría y se comería los testículos.
Graydynn empalideció visiblemente.
– Veo que recordáis el suceso. Entiendo que conserváis el cuchillo.
– Sois Theron -exclamó uno de los soldados, acercándose a él y clavándole los ojos en la cara del cautivo-. Ahora lo veo.
– Y yo también os reconozco, sir Benjamín -dijo Theron al hombre de barba espesa y pelirroja.
– Sí, yo también os reconozco -coincidió un hombre corpulento-. Estuve al servicio de vuestro padre durante veinte años.
– Yo también.
Otras voces intervinieron, todas corroborando la identidad de Theron. Una lavandera que se limpiaba las manos en el delantal sonrió con los ojos bañados en lágrimas.
– Agradezco a nuestro Señor que estéis a salvo, sir Theron. ¡Gracias al Señor!
Un hombre de pelo castaño ralo y ojos con patas de gallo dio un paso adelante y miró fijamente a Theron durante un buen rato.
– Vos me salvasteis la vida o al menos evitasteis que me encarcelaran -dijo con solemnidad-. Un hombre me había acusado de robar al lord y vos intercedisteis en mi defensa. Una semana más tarde encontraron al verdadero ladrón.
– Sois Liam -dijo Theron moviendo la cabeza-. Vuestra mujer, Katherine… Katie, como la llamabais, tuvo gemelos el año pasado.
– Han pasado casi dos años desde entonces -puntualizó con una sonrisa que cada vez era más amplia.
– ¡Por todos los santos, pensé que habíais muerto! -exclamó otro soldado.
– Mi señor -dijo aún otro hombre, haciéndole una reverencia. Otros tantos le secundaron, jurando lealtad al hijo de Dafydd, el legítimo señor.
– ¡Arriba! ¡Arriba! ¡Todos! -vociferó Graydynn apuntando al techo como si quisiera que todos los vasallos se pusieran de pie.
Todavía blandía la espada y trazó con ella un amplio arco hasta apuntar finalmente al cielo.
– ¡Eso es… eso es absurdo! ¡Ese hombre es Carrick! ¡Un traidor! ¡Un asesino!
– ¡Mentís! -intervino Benjamin.
Y con un movimiento diestro se apoderó de la espada de Graydynn.
Theron fulminó con la mirada a su primo.
– Liberadme de las ataduras -ordenó Theron, pero antes de que Lord de Wybren pudiera reaccionar, Benjamin, usando la espada de Graydynn, cortó las ataduras y la mordaza de su cuello.
Liam se puso de pie.
– Disculpadme por haber tomado parte en vuestra captura, milord. Debería haberos reconocido.
– ¡Él no es el señor! -A Graydynn se le torció el gesto de rabia y de miedo-. ¡No lo liberéis! ¡No lo hagáis! ¡No sabemos por qué está aquí!
– ¡Ha venido porque pertenece a este lugar! -gritó un hombre.
Y el resto le secundó con las armas en alto.
– Vine porque perseguía la verdad. Quería enfrentarme a vos. -Su voz era casi imperceptible porque intentaba controlar su furia, que se cocía en su interior a fuego lento-. Y vine para vengar a mi familia. -Estaba tan enfadado que temblaba por dentro, era todo cuanto podía hacer para no retorcerle el pescuezo a ese bastardo-. Los matasteis a todos.