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– Mentira.

– Pensasteis que yo estaba en mis aposentos con Alena y que habíais acabado con todos, de modo que teníais el camino libre para reclamar la baronía como propia, como heredero legítimo, el primogénito del hermano de mi padre. Sólo Carrick sobrevivió, y después de que escapara, o hiciera el trabajo sucio, le cargasteis la autoría del incendio.

– No, Theron… -Graydynn palideció al oír su propia voz llamándole por su nombre, traicionando su versión-. No… No tuve nada que ver con la muerte de vuestra familia.

– ¡Mentiroso! -bramó Theron-. No sé cómo os aliasteis Carrick y vos. Quizá los dos erais cómplices. No era ningún secreto que Carrick despreciaba a nuestro padre, pero lo que no entiendo es cómo pudo confiar en una serpiente como vos.

– ¡Os lo juro! ¡No tuve nada que ver con el incendio!

– Demostradlo.

– No tengo por qué. ¡Soy el señor de este lugar!

– Pero no deberíais serlo, cuando uno de los hijos del barón de Dafydd está vivo -señaló Benjamin.

Una docena de ojos rabiosos se concentraron en Graydynn. La sala quedó sumida en un silencio sepulcral. Sólo el crepitar y el siseo del fuego cortaron el mutismo general.

El sudor resbalaba por la frente de Graydynn.

– Escuchad -le interpeló, cuadrando los hombros y quedándose totalmente rígido-. Cada uno de vosotros me ha jurado lealtad, ha prometido dar la vida por el rey y su país. Soy vuestro señor, así que llevad a este hombre al calabozo o seréis acusados de traición.

– Juramos lealtad al heredero legítimo de Wybren -espetó un hombre con los labios apretados.

– El rey me ha reconocido como tal.

– Pero el rey no sabe lo que habéis maquinado.

– ¡No hice nada! -El pánico estranguló las palabras de Graydynn antes de que pudiera recuperar la compostura. La cólera tomó las riendas de sus emociones. Irradiaba furia y una vena roja le palpitaba en la sien-. Si hacéis lo que os digo, olvidaré este amago de rebelión. Si no, seréis encarcelados. Así que daos por enterados y enteraos bien. Llevaos al preso. Encerradlo entre rejas. Mañana decidiré qué hago con él.

– ¡Esperad!

Una voz aguda cruzó la sala, y un soldado arrastró a un hombre pequeño y enjuto. Lo había sometido con ayuda de otro hombre.

Theron sintió que el corazón se le aceleraba al reconocer al hombre que estaba al acecho tras la puerta de su habitación en Calon, a quien se reconocía como Dwynn, el tonto.

– Disculpadme, milord -el soldado, ruborizado por la confusión y respirando a fondo, presentó sus disculpas a Graydynn, puesto que no había seguido el hilo de la historia-. Después de notificaros que teníamos al espía, el preso huyó por una puerta trasera camino de la cuadra. -Hizo un gesto hacia otro centinela-. Tuvimos que atraparle de nuevo. -Lanzó a su prisionero una mirada de enojo-. Primero le vi ocultarse cerca del pozo. Creo que le estaba siguiendo -dijo señalando a Theron.

Entonces se detuvo, la expresión de su cara era cómica ante la confusión de la escena, al verlo despojado de sus ataduras.

– ¿Qué sucede aquí?

Graydynn entornó los ojos y miró a Theron.

– ¿Trajisteis aliados con vos?

– No.

– ¡Vengo de Calon! -dijo Dwynn, sacudiendo la cabeza desesperadamente.

– Parece que discrepa -advirtió Graydynn.

– Puede que me haya seguido, pero yo no sabía nada.

– Vengo solo. ¡Hay… hay problemas en la torre! -exclamó Dwynn, clavó la mirada en Theron durante unos segundos y bajó la vista de nuevo-. Ella necesita ayuda.

– ¿Quién? -preguntó Theron, aunque conocía la respuesta. La imagen de Morwenna le atravesó la mente. Se le heló la sangre-. ¿Qué tipo de problema? -preguntó.

Parecía que su corazón fuera a estallar sólo pensando que pudiera estar herida o algo peor.

– Ella…

– ¿La señora? ¿Morwenna?

Dwynn afirmó con la cabeza.

– Está en peligro.

– ¿Cómo?

– El hermano -aclaró Dwynn, evitando la mirada de Theron.

Se mordió el labio e interpretó que si desvelaba el secreto sería castigado por ello.

– Carrick -resolvió Theron-, ¿Carrick ha vuelto?

Pero Dwynn enmudeció de repente y no dijo una palabra más.

– ¡Decídmelo! -le exigió Theron, agarrando el hombre más menudo por los hombros-. ¡Maldita sea, Dwynn!

– ¡El hermano!

Era inútil. Frenético, Theron desvió su atención hacia Benjamin.

– Necesito cinco hombres y caballos frescos. Iremos a Calon.

Diez soldados dieron un paso adelante.

– Bien.

Pensaba rápido, planificando en su mente, y se percató de que Graydynn buscaba las caras de los hombres que no se habían ofrecido. Le dijo a su primo:

– Tendré cuidado con mi hermano, Graydynn, no os preocupéis. Pero mientras tanto creo que vuestra idea de la mazmorra es buena. Sugiero que paséis la noche allí y consideréis lo que habéis hecho.

– No hice nada -protestó Graydynn-. No podéis…

Su mirada barrió la habitación, las palabras se extinguieron en su garganta cuando presintió que todos los hombres estaban dispuestos a seguir las órdenes de Theron.

– ¿No? -La risa de Theron era fría como el hielo-. Entonces, lord Graydynn, no tendréis ningún miedo a la venganza o al castigo, ¿verdad? -Miró a sir Benjamin y añadió-: Cerradlo a cal y canto.

Capítulo 29

El Redentor deslizó los dedos por el cuchillo. Estaba listo. Ansioso. Tenía los nervios tensados hasta el límite.

Desde su lugar oculto tras la cortina del balcón, había observado cómo capturaban a Carrick y le arrastraban hasta el gran salón, y se cercioró de que el canalla era realmente Theron.

Al Redentor se le removieron las tripas al pensarlo. Suponía que Theron había muerto en el incendio y, al saber que no sólo Carrick había escapado de las llamas del fuego, de manera que acabara la estirpe de Wybren, sino también Theron, se sintió indigno.

Pero ahora sabía la verdad y conocerla le hacía sentirse poderoso.

Peor aún, había visto cómo arrastraban a Dwynn, aquel idiota, hasta el gran salón y cómo un estúpido decía más de la cuenta en lugar de callar. Pensando en que todos los planes que había urdido al detalle podían malograrse por ese tonto patético, montó en una cólera irracional. Dwynn, también, tendría que pagar un precio con su vida.

Theron y su grupo de soldados iban camino de Calon, otro motivo de irritación con el que tendría que lidiar. Pero antes de nada, Graydynn.

Había conseguido deslizarse desde el balcón hasta los calabozos, varios pisos más abajo: un lugar horrible, húmedo y sombrío que sólo engendraba pestilencia y desesperación. Sólo ocupaban las celdas los roedores, los insectos y las serpientes, que se arrastraban a través de las barras oxidadas. El agua goteaba en algún punto y los olores a moho, orina, suciedad y paja podrida se mezclaban en un hedor que abrasaba las fosas nasales.

Pero él no tendría que quedarse mucho tiempo. Tan pronto como Graydynn estuviera entre rejas, se acercaría con sigilo al guardia, le clavaría la hoja del cuchillo entre las costillas, buscando el corazón, y luego abriría la puerta. Graydynn supondría que estaban liberándole. Sólo cuando intentara salir de la celda, entendería lo que sucedía. Después sentiría cómo se hundía el cuchillo en su cuello y en cuestión de segundos estaría muerto, con una W grabada en su garganta mentirosa.

Desde su escondrijo, El Redentor sintió un temblor de excitación recorrerle el cuerpo, el zumbido cálido de la anticipación le provocaba que el pulso le latiera más fuerte. Deslizó la yema del pulgar hasta la hoja afilada del cuchillo y aguardó aguzando el oído.

En unos minutos, el sonido de las pisadas de botas bajando por la escalera llegó a sus oídos. Junto con las fuertes pisadas, también escuchó a Graydynn despotricando, proclamando su inocencia e intentando sobornar a la guardia con dinero, mujeres o aquello que se les antojara.