Morwenna escrutó la habitación en vano. Bryanna sólo podía haber salido por la puerta. ¿Se había escabullido su hermana, incapaz de soportar las tragedias y el dolor que habían ocurrido en la torre? ¿Pero adonde iba ir? ¿A Penbrooke?
¿La habrían secuestrado?
Se le hizo un nudo en el estómago. El vello de los brazos se le erizó. ¿Habría corrido Bryanna, su querida hermana, la misma suerte que Isa y Vernon? ¿La habría capturado el monstruo para rebasarle el cuello?
– ¡Dios mío! -suspiró Morwenna.
Las rodillas amenazaban con no poder sostenerla. Levantó la mirada al techo. ¿Acaso el asesino que rondaba por el castillo habría estado observándola?
Abandonó la habitación y cuando estaba a punto de llegar al vestíbulo tropezó con un hombre que se dirigía a la habitación de Bryanna. Hubiera gritado, avisado a la guardia, pero le falló la garganta cuando vio a su antiguo amante.
Se tapó la boca con la mano y sintió como si se remontara atrás en el tiempo y en el espacio.
Carrick de Wybren iba tras ella. No le cabía duda. No mostraba ninguna cicatriz o magulladura en la cara, ninguna evidencia de la nariz rota, sólo los mismos ojos azules que recordaba hacía tres años.
– No digáis una palabra -ordenó él.
Cerró la puerta tras de sí con un ruido sordo. En el corazón de Morwenna estalló un dolor punzante. Su mente se nubló.
– Pero… vos no sois el hombre… que encontramos. Vos… no habéis sufrido ningún golpe.
– Shh… -le dijo.
Aunque sostenía una espada en la mano no le tuvo miedo.
– ¿Quién era? -susurró. El mundo se tambaleó cuando pensó en el hombre herido y lleno de cicatrices, cómo se había acostado con él, le había creído, segura de que era el mismo hombre de pie ante ella, el guerrero fuerte y sin magulladuras que había conocido-. ¿Quién era?
– Mi hermano.
– Todos murieron en el incendio -protestó, pero el parecido entre esos dos hombres era incuestionable.
– Theron no.
Morwenna luchó para entenderlo.
– ¿Theron? ¿El marido de Alena? -preguntó mientras recordaba el nombre de la mujer en labios del herido, el nombre que llamaba en su delirio.
Estaba a punto de sufrir un colapso. Theron. ¿Lo sabía? ¿Le había mentido? ¿Se hacía pasar por Carrick?
¿Qué había dicho? Al instante recordó su confesión.
Le costó tragar saliva a medida que la conmoción daba paso a la cólera.
– ¿Dónde está? Theron… ¿dónde está?
– No lo sé. Creía que estaría aquí, con vos.
– ¡Vos le golpeasteis, le disteis por muerto!
– ¡No! -Los ojos de Carrick destellaron-. Cometí una equivocación. Ha estado al servicio del rey, lejos, con un nombre que no era el suyo, y descubrí que había regresado y que se dirigía a Wybren. Todo el mundo piensa que maté a mi familia y Theron también lo cree. Sabía que volvería a revivir el interés por el asunto y que me perseguirían otra vez, tal y como hicieron después del incendio.
– Provocasteis el fuego.
– ¡No lo hice! -juró, con los ojos brillantes y una mueca de indignación porque pensara algo así-. Les dije a mis hombres que le detuvieran, y se pasaron de la raya. Cuando llegué, estaba casi muerto.
– ¿Y le abandonasteis?
Afirmó con la cabeza, deslizando la barbilla a un lado.
– Es tan grave como asesinarlo.
Inspiró profundamente y añadió:
– He hecho muchas cosas en la vida de las que no estoy orgulloso, Morwenna. En cuanto a Theron, oí a los cazadores, sabía que le encontrarían. Él no tenía ninguna posibilidad conmigo, viviendo como vivía en el bosque, pero si le traían aquí, a la torre, tenía una, aunque sólo fuera una única y triste posibilidad de sobrevivir. Me quité el anillo y se lo puse en el dedo, para que vos… intentarais ayudarle.
– Y si moría, todo el mundo asumiría que él era vos y habríais recibido lo que merecíais por el asesinato de vuestra familia. ¿Lo hubierais permitido? Y luego, ¿qué? ¿Pensabais que la gente no os continuaría reconociendo?
– Esperaba que Theron sobreviviera.
– ¿Para ser juzgado como asesino? ¿Para asumir la culpa de vuestros crímenes?
– ¡No maté a mi familia! -juró otra vez-. ¡Yo no sabía que cuando Theron despertara, si es que lo hacía, habría perdido la memoria!
– Eso era lo conveniente. ¿Cómo sabíais que no podría recordar? -aspiró bruscamente-. Tenéis espías en la torre. Recordó todas las veces que había oído susurros de personas, que había visto intercambios de miradas, que había sentido que la observaban unos ojos ocultos. ¡Y siempre era Carrick!
– Hay hombres que aceptan dinero a cambio de información -advirtió.
Y en quien primero pensó fue en el alfarero, un hombre mañoso y entrometido al que no tenía mucha confianza. Y él sólo era uno entre tantos.
– Entonces, ¿vuestros espías han merodeado por los pasajes secretos de la torre? -le desafió.
– ¿Pasajes secretos?
– No finjáis que no conocéis las cámaras ocultas, las entradas secretas, los pasillos dentro de los pasillos que atraviesan Calon.
Morwenna le tanteaba pero él no conocía sus intenciones.
– ¿De qué habláis?
– ¡Por esos pasajes se escabullen vuestros espías!
Por una vez, Carrick se quedó mudo.
– ¿Negáis saber algo?
– Niego que existan -respondió confundido-. He contado con espías aquí durante casi un año y nunca me informaron de esos pasajes… de los que me habláis.
Morwenna le miró fijamente y no supo qué creer. Él parecía estar sinceramente confuso, pero Morwenna sabía que era un actor consumado. ¿No había fingido amarla? ¿No le había creído ese verano que parecía tan lejano?
Giró la cabeza ante todas las mentiras que estaba tejiendo. Vertía mentira tras mentira de la lengua con tanta facilidad como tragaba saliva. Morwenna no podía confiar en él otra vez. ¡Nunca! Conocía su insensibilidad y su crueldad.
– Me abandonasteis -le acusó- estando yo embarazada.
Sus ojos parpadearon y palideció un poco, pero no lo negó, y el corazón de Morwenna se rompió de nuevo en mil pedazos. Todavía continuó hurgando en la herida, la furia le encendía la sangre el desdén palpable se le dibujaba en la cara.
– Me abandonasteis embarazada y luego volvisteis con Alena, la esposa de Theron, que murió en el incendio.
Carrick no lo negó.
– Y ahora pretendéis que todavía os crea cuando vuestros hombres atacaron a Theron y le golpearon casi hasta la muerte…
– ¡Fue un error!
– … Y a pesar de que habéis apresado a algunos de mis hombres para negociar conmigo, sin estar claro con qué fin, queréis que crea que vuestras intenciones son honorables. Ese es vuestro propósito, ¿no es así? ¿Hacer creer a todos que no sois un asesino bastardo?
Él luchó por darle una respuesta. Morwenna enarcó una ceja y esperó.
– Sí.
– ¿Y queréis que crea que no le haréis más daño a Theron?
– Sí.
– ¡Esperáis demasiado! Sois lo más bajo que se arrastra por la tierra, Carrick de Wybren -le culpó-. Por todo lo que sé, no sólo habéis matado a vuestra familia, sino también a uno de mis centinelas y a la comadrona que era mi nodriza.
– Os juro, Morwenna, que yo no lo hice.
– ¿Por quién juráis? ¿Por la vida de nuestro hijo que nunca nació? ¿Por las tumbas de vuestra hermana, vuestros padres y hermanos? ¿Por la libertad de los hombres que mantenéis presos?
Apretó la mandíbula, pero sostuvo la cabeza con un orgullo inmerecido.
– Entended, Carrick, que no confío en vos. No os creo. Preferiría negociar con Lucifer y con todos los demonios del infierno antes que ayudaros. -Avanzó hacia él, cerró la boca y miró fijamente sus ojos azules seductores y traidores-. ¿Qué diablos habéis hecho con mi hermana? -exigió.