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– Tomad otro trago de cerveza -le ofreció al espía-. Cuando se haga de noche me llevaréis hasta el campamento de Carrick, y entonces sorprenderemos a ese bastardo y liberaremos a sus prisioneros, una sonrisa se hizo más profunda ante la posibilidad de volverle las cartas al traidor de una vez por todas.

La captura de Carrick con sus propias manos sería una justicia dulce, muy dulce.

Al fin la muerte de Alena sería vengada. Y Morwenna se convertiría en su esposa.

Ella apretó el cuchillo contra el pecho.

Esperaba sola, en la oscuridad al asesino que había segado la vida de Isa.

Volvería, pensó Bryanna sentándose sobre un montón de ropa que había dejado el asesino. Los disfraces que ocultaban su identidad y le permitían pasar inadvertido.

Pasó horas explorando los pasadizos secretos, y su corazón había estado agitado con el miedo de toparse con el monstruo y de que la rajara como había hecho con los demás. Aun así no desfalleció en su misión, explorando tantos pasadizos y cámaras oscuras como le fue posible, con ayuda de la luz de una antorcha tras otra a medida que se apagaban. Había dispuestas diversas antorchas a lo largo de los pasos estrechos, se había arriesgado a coger otras en el vestíbulo de su cámara, en las cocinas, en cualquier parte donde encontrara una puerta y no escuchara ningún sonido al otro lado. Estuvo cerca de ser descubierta en dos ocasiones por la guardia que rastreaba la torre, pero consiguió deslizarse los pasadizos secretos sin ser vista.

Había aprendido mucho del laberinto desconocido.

Los pasadizos se ramificaban, unos acababan en cámaras cerradas sin salida, otros conducían fuera. En las horas que había estado en la penumbra, encontró espacios más amplios desde donde el monstruo podía mirar a través de las rendijas de la pared, vigilando impune las cámaras privadas, observando sin ser visto.

La posibilidad de que estuviera acechando en la oscuridad, a la espera, observando, tal vez con una sonrisa o lamiéndose los labios o tocándose, le ponía la carne de gallina.

Pero terminaría pronto. Él volvería, estaba segura. Y cuando lo hiciera, estaría lista.

Alcanzó la piedra que colgaba de su cuello de una correa de cuero. No sintió nada. Había ido a hurtadillas hasta la cabaña del médico a coger el collar de Isa. Se deslizó también sin remordimiento en la cámara de Isa y tomó sus tesoros: hierbas, velas, cuerda, piedras, dados, un libro de runas y su daga diminuta de filo curvo y malvado. Cargó con todo ello y lo metió en un delantal que colgaba en un muro de la habitación, luego volvió a la cámara adonde acudiría el asesino.

– No te preocupes, Isa -susurró-, acabaré con su miserable vida.

Ten cuidado, pequeña. Él es como el viento, invisible y presente. No bajes la guardia. Nunca.

– Así que hay una segunda trama de pasillos, y creéis que Theron los utilizó para escapar -se esforzaba por entender Carrick buscando por el solario y las cámaras que eran las dependencias de Morwenna.

– Sí. No se me ocurre otra manera con que pudiera despistar a la guardia.

Carrick le lanzó una mirada que ocultaba que sabía algo más, pero no expresó en voz alta lo que le pasaba por la cabeza.

– Vayamos a examinar palmo a palmo la habitación en que estaba.

– ¡Es la tercera vez que lo hago; no, la cuarta!

– Pero es el único lugar, eso lo sabemos con toda seguridad, del que alguien ha escapado. Ni siquiera podéis estar segura de que Bryanna estuviera en su habitación cuando desapareció.

¡Bryanna! Señor todopoderoso, ¿dónde estaba ella? ¿Por qué no había vuelto?

Para convenir un pacto con Carrick, Morwenna se había confiado a sir Lylle. El caballero se había quedado pasmado con su alianza, pero ella insistió en que aceptara la decisión. Sólo sir Cowan, sir James y el capitán provisional de la guardia sabían que Carrick estaba en la torre del homenaje, y mientras él y Morwenna buscaban en la planta superior, algunos soldados eran enviados a las plantas inferiores de la torre y a los edificios, talleres, y cabañas situadas dentro y fuera del patio de armas. Otro grupo más pequeño fue al pueblo, así que el castillo parecía vacío, sólo unos pocos sirvientes continuaban atendiendo las obligaciones.

Entraron otra vez en la cámara de Tadd y, por un momento, Morwenna lamentó que su hermano no estuviera a su lado. Tadd era insociable, sí, siempre levantando las faldas o bebiendo una pinta, pero de corazón noble… Ah, rayos y centellas, ¿en qué estaba pensando? Tadd sólo estorbaría. Siempre estaría recordándole sus defectos, así que mejor era que su hermano no le visitara en breve, antes de que restableciera el orden y encontrara a su hermana.

Estimulada por los pensamientos de salvar a Bryanna, Morwenna caminó hasta el centro de la habitación y observó atentamente las cuatro paredes.

Carrick midió el suelo con pasos.

– Sabemos que, de haber un pasaje secreto, no iría a través del pasillo principal, porque no hay suficiente espacio. Los muros de las entradas no son suficientemente anchos.

– Sí.

– Y con el muro exterior de la torre sucede lo mismo, ved la anchura del alféizar, lo que nos deja el muro entre esta cámara y la siguiente, a izquierda de la chimenea, de lo contrario quienquiera que la construyera se dirigiría hacia el pasillo. Morwenna afirmó con la cabeza y Carrick prosiguió. -El único lugar para una puerta secreta en esta habitación es allí, cerca de la chimenea, que corre hacia aquel muro, o en aquel muro largo sin ventana, puerta o chimenea.

– O en el suelo -dijo Morwenna.

Él asintió, sonriendo.

– O en el techo, pero parece no haber manera de alcanzar el techo, escalera ni piedras que ayuden a trepar para alcanzarlo. Ella observaba el suelo mientras él estudiaba el techo.

– ¿Habéis notado que las paredes de la cámara, a esta altura, son diferentes? No están blanqueadas -preguntó Carrick-. Han dejado piedras con su color natural. El mortero también es gris.

Ella asintió.

– Pensé que era algo extraño cuando llegué por primera vez, pero supuse que era idea del lord que construyó la torre del homenaje.

– Quizá se hiciera así para ocultar las entradas secretas, para asegurarse de que nadie pudiera entrar, fijando el zarzo y el barro y encalando las paredes. -Entrecerró los ojos examinando la piedra y el mortero que llegaban hasta el techo.

Morwenna apartó de en medio los juncos con los pies, reparando en el mortero, incluso apartó la cama a un lado. Las sombras se hacían más profundas a medida que proseguían con la infructuosa búsqueda. Carrick encendió el fuego con un ascua de las velas de junco que había en el pasillo, y ella hizo lo propio con las velas de la habitación.

– Esto es imposible -refunfuñó ella.

– Sólo si lo pensáis así. Si creéis que existe una entrada en esta habitación, entonces la encontraremos.

Ella rezó en silencio para que fuera verdad pero estaba a punto de rendirse cuando vio las rayadas, las largas marcas en el suelo cerca de una de las esquinas. Eso acrecentó su interés.

– ¿Qué es esto?

Carrick corrió a su lado en un instante. Se inclinó sobre una rodilla y tocó las piedras. Palpó a lo largo de la grieta entre la pared y el suelo y sonrió abiertamente.

– ¡Lo encontrasteis, Morwenna! -le dijo-. Hay una abertura aquí -e introdujo los dedos por entre la rendija-. Ahora tenemos que encontrar una palanca, o un pestillo, o un ojo de cerradura, o algo…

Y luego ella lo vio… Un extraño hueco en la roca. Alargó la mano por dentro, sintió el contacto con un trozo de metal y sostuvo la respiración.