«Bien, no más», pensó.
Era un final apropiado para un alma tan atormentada. No más lucha por la señora de la torre. No más azotes contra la espalda. No más horas de expiación. El padre Daniel se había encontrado con El Redentor.
Las horas habían transcurrido y oyó el ruido del gran salón, gente que entraba y salía a toda prisa, más de lo que hubiera esperado… Se preguntó, mientras se apresuraba por el camino del pozo, qué estaba pasando. Seguramente el asesinato del sacerdote causaría agitación, pero percibió algo más que el pánico y el horror que había pronosticado, más gestos, palabras ásperas, voces alzadas… Las entrañas se le cuajaron cuando se dio cuenta de que Theron había ido a parar al castillo. Y Dwynn, el muy tonto.
Dwynn se había encargado de advertirles. Después de todo, El Redentor había hecho todo para protegerle y le había cuidado. Ahora se imaginaba al pusilánime sin vida.
«Pero no puedes matarle».
«¿No juraste preocuparte por él? ¿Asegurarte de que estuviera protegido?»
«¿Y cómo te lo ha pagado?»
Con la traición y el engaño, uniendo su destino al de los hijos de Wybren. El Redentor no le debía nada. En cuanto a la mujer a quien le había jurado proteger a Dwynn, con toda seguridad no sabía que aquel tonto era un traidor, no merecía mejor destino que el sacerdote.
Furioso, El Redentor dio la vuelta por la cabaña del apicultor. Después cortó por el jardín y entró por la puerta lateral de la cocina que conducía a la parte posterior de la gran chimenea, donde se alimentaba el fuego para la noche.
Apenas se atrevía a respirar. Logró introducirse sin ser visto en el vestíbulo y bajó por la escalera del servicio hasta un túnel corto que daba a las celdas de la prisión, que, durante el mandato de Morwenna, no había albergado a nadie. Los calabozos estaban tranquilos, aparte de los pasos y las voces que se filtraban de arriba.
De la zona vacía del carcelero, penetró por una entrada y avanzó lentamente por las mazmorras en las profundidades de las entrañas de la torre del homenaje. El hedor de la celda diminuta todavía era asqueroso aunque no recordó que empujaran a nadie hasta ese agujero durante el tiempo que llevaba allí, casi veinte años.
En el otro extremo de la celda, hizo presión sobre el pestillo oculto y empujó con fuerza sobre las piedras. Y mientras el resto del castillo gritaba, gemía y se preguntaba por el destino del sacerdote, aun celebrando que Theron de Wybren estuviera vivo, El Redentor se adentró en la oscuridad, dejando tras de sí el laberinto enmarañado en que se había convertido su casa.
– ¿Este hombre es el maldito Theron? ¿No es Carrick?
Los ojos oscuros de Alexander brillaron con desconfianza al mirar al hombre que había yacido en la cámara de Tadd, reponiéndose de las heridas, el hombre que pensaba que era Carrick. Morwenna, Alexander, Theron y Payne se dirigieron a la torre de entrada para ver al difunto sacerdote con sus propios ojos. Dejaron en el gran salón a los demás, incluyendo a lord Ryden con sus protestas airadas y a la esposa del alguacil, ahora más aliviada, con instrucciones al personal para mantenerlos en calor, alimentados y bajo control.
– Pero Theron murió en el incendio -dijo Alexander cuando pasaban por el pozo.
Dos muchachos arrastraban los cubos de agua al gran salón, salpicando con el agua cuando se apresuraban en la dirección opuesta.
– Evidentemente sobreviví -dijo Theron con los labios apretados.
Los prisioneros habían asegurado a Morwenna que los proscritos de Carrick no les habían maltratado, pero estaba claro que esta declaración buscaba convencerla de su habilidad en la asunción de sus obligaciones y no le parecía fidedigna.
– Deberíais haber sabido que yo no era Carrick si mi hermano era el líder de la maldita banda que os capturó -señaló Theron.
– Él no estaba allí -protestó Alexander.
– Eso es cierto -confirmó Payne-. No vimos al cabecilla. ¿Y dónde está ahora?
Morwenna lanzó una mirada a Theron.
– Custodiado en la torre del homenaje. En la habitación que vos ocupasteis. La captura de sir Alexander y Payne era sólo un ardid para distraer a nuestra guardia que aprovechó Carrick para introducirse dentro.
– Habéis hablado con él al fin -dijo Theron.
– Sí.
– No basta con tenerlo vigilado en la habitación -soltó Alexander con ira-. Si éste fue capaz de escapar -y señaló furioso con un dedo a Theron-, entonces el maldito Carrick también puede hacerlo.
– No lo creo -contestó ella.
Pero su mente descendió por un camino oscuro. La última impresión de Carrick era la de un hombre que penetrando por la entrada oculta, le cerraba el paso. ¿Quién sabía lo que planeaba realmente? Ella había acordado ayudarle por el momento, pero ahora dudaba de sus intenciones, y el estómago se le revolvió al pensar que no sólo le había devuelto la libertad sino que, tal vez, le había facilitado el camino hasta Bryanna. ¿En qué otra parte podía estar sino en los pasadizos secretos?
«Él no le hará daño. Nunca le hizo ninguno, ¿verdad?»
Aventuró una mirada en dirección a sir Alexander y vio la hinchazón y la decoloración de la cara. Payne también mostraba los signos de una paliza severa. No los había golpeado el mismo Carrick, pero había instigado el ataque. La emboscada había sido un plan.
Ella alzó la mirada hacia el hombre que amó… y le sorprendió la emoción que la embargaba. Afloró, que amaba a Theron de Wybren. Su corazón se rompió al mirarle. Y pensar que ella había creído fervientemente una vez que había amado a Carrick.
«Vaya serpiente. Pues ¿no estaba Carrick detrás de todo? Sí, sostiene que no provocó el fuego, que no mató a Isa ni a Vernon… pero ¿cómo puedes estar segura de que no lo hizo? ¡Mentiras, mentiras, mentiras! Tal vez no los matara con sus propias manos, pero sí lo ordenara… A ese Hack, con sus ojos de lagarto vacíos de emoción y una marca en la mejilla, ¿no le crees capaz de las acciones más viles? Sin embargo habían jurado lealtad a Carrick…»
Trató de apartar esos pensamientos horribles y buscó consuelo en el hecho de que Carrick le había dado su palabra.
«La palabra de un mentiroso. Peor, la de un asesino, al menos la de un ladrón y un hombre que tiene en poco que su hermano recibiera un ataque y le golpearan hasta dejarle sin sentido. Ah, no le quiso muerto, según dijo, pero eso fue después. Él sabía de lo que eran capaces esos matones, sus cómplices».
Le recorrió un frío glacial por el cuerpo. Deslizó sus dedos por los de Theron.
Carrick no podía hacer daño a nadie en los pasadizos secretos.
«¿Estás loca? Allí puede cometer la peor de sus fechorías. Entrar y salir de las habitaciones sin ser visto».
Sintió una gran angustia en su interior.
«¿Qué pasará si encuentra a Bryanna por casualidad? Recuerda que, incluso si Carrick parece inocente, ahora está atrapado e incluso un animal enjaulado ataca a su amo si se siente amenazado».
Llegaron hasta la torre de entrada, donde todas las velas de junco estaban encendidas y el fuego crepitaba en la chimenea. Aun así Morwenna sintió un frío de muerte y luego se frotó los brazos, cuando vio al sacerdote.
El cadáver del padre Daniel yacía sobre una mesa que habían cubierto con una sábana. La sangre de la herida del abdomen y el horrible corte dentado en la parte delantera del cuello habían manchado la sotana. La piel era blanca, como si toda la sangre hubiera reculado del cuerpo, y los inexpresivos ojos miraban fijamente al techo.
Payne extendió la mano y los cerró con suavidad.