– Ojalá estuviera Nygyll aquí -dijo ella, pero tan pronto como las palabras salieron de su boca, sintió que un temblor se propagaba columna abajo-. ¿Dónde está?
El alguacil examinó las heridas del Padre Daniel.
– ¿Hace cuánto que partió?
– Desde la noche en que mataron a Isa, tanto Dwynn, como el Padre Daniel y Nygyll han estado ausentes. Tampoco sabemos dónde está Bryanna.
– ¿Bryanna? -La cabeza de Alexander se movió al instante-. ¿Qué ha pasado?
Morwenna soltó una bocanada de aire. Dirigió la mirada a Theron.
Pudo haber encontrado la entrada oculta. La que usasteis vos.
– ¿Qué entrada oculta? -preguntó Alexander, encarando a Theron.
– La que creo que utilizó el asesino. Conecta con cámaras y pasadizos ocultos y conduce al exterior. Así es como entra y sale.
– ¿Y Carrick se encuentra en la habitación donde está la entrada a os pasadizos? -rugió Alexander.
– Sí -admitió Morwenna.
Theron agarró Morwenna por el brazo. Sus dedos se cerraron fuertes, su mandíbula parecía cincelada en piedra.
– No me digáis que está al corriente de la maldita entrada.
– Sí -asintió de nuevo, sintiéndose como una tonta.
¿Cómo pudo haber confiado en Carrick otra vez? ¿Cómo?
– Entró antes de que llegarais.
– ¡Maldito infierno sangriento! -Alexander echó un vistazo a Theron-. ¿Sabéis dónde está la entrada a los pasadizos?
– La entrada de algunos de ellos.
– Entonces, ¡vamos! -El capitán de la guardia fulminó a Morwenna-. Sólo espero que no lleguemos tarde.
Sintió otra presencia. Alguien más en su dominio.
El Redentor escuchó atentamente, percibió el suspiro más leve. Una voz femenina. Cantando.
Sus entrañas se revolvieron. ¿Quién se atrevía a entrar en su dominio? Se prometió inmediatamente que le mataría, quienquiera que fuera…, y luego reconoció la voz.
Los rezos entrecortados no eran los tonos profundamente seductores de Morwenna, sino los de su hermana. Rememoró cuando la vigilaba en su cámara: la cabellera rizada que brillaba con un castaño rojizo con el fuego, los pechos más pequeños pero firmes con sus pezones rosados, la mancha de vello donde se unían las piernas, otra vez con la misma tonalidad rojiza erótica.
Su miembro reaccionó al imaginarla durmiendo inquieta, desnuda sobre la ropa de cama, con la necesidad obvia de sentir dentro la estocada de su miembro viril.
Al recordarlo, su miembro se endureció y se lamió los labios al pensar lo que le haría.
Debería morir, al final.
Ella no era la escogida.
Pero ahora, con todo lo que había conseguido en su búsqueda, ¿no podía permitirse un poco de placer?
«Es un pecado. Ella no es la escogida…»
Pero ella era una virgen. ¡Ningún hombre había estado con ella y, ah, sentir su rebeldía alrededor de él, experimentar cómo perdía la virginidad, oír el jadeo de placer y horror cuando la penetrara una y otra vez, embistiéndola, calándola, exigiéndole…!
Cerró los ojos, se dio cuenta de que tenía la respiración jadeante y dificultosa, que su miembro viril estaba duro como una roca y su corazón latía descompasadamente, y las venas le bombeaban la sangre con una rapidez que le impedía pensar.
«¡Para! No pierdas la clarividencia. Esta mujer sólo será un flirteo…»
Pero no sería capaz de contenerse.
Había sido tan largo…
Primero la joven, la virgen. La reclamaría y luego la mataría, y luego… Morwenna.
El canto se interrumpió, como notando que hubiera alguien.
Pero no importaba. Sabía dónde estaba. Los sonidos provenían de la cámara donde escondía los disfraces. De sus labios arrancó una sonrisa diabólica y avanzó infalible hacia allí.
Morwenna y Theron entraron por el pasaje secreto de la habitación de Tadd, mientras que Alexander situaba a sus hombres donde le indicaba Theron, incluyendo los jardines y el solario. También lord Ryden, aunque visiblemente molesto, ordenó a sus hombres participar en la búsqueda. Y Dwynn, que seguía hablando sobre el «hermano», insistió en ayudar. Todos ellos estaban bajo las órdenes de Alexander.
Morwenna no podía moverse lo suficientemente rápido por los pasadizos secretos. Sospechaba que Bryanna la esperaba en algún sitio. En algún sitio donde corría peligro.
«Podría estar muerta o moribunda, abandonando el alma el cuerpo en esos pasillos oscuros y desolados».
Theron tomó una antorcha para introducirse por el increíble laberinto. Había insistido en no avisar a Bryanna ni a Carrick de que avanzaban con sigilo por el laberinto en busca de su paradero, y Morwenna accedió a su plan a pesar de que su corazón se rasgaba por dentro. «Bryanna, ah, hermana mía, ¿dónde estás? ¿Dónde?» A cada paso, su temor se acrecentaba y se esforzaba por detectar cualquier ruido, una pisada apagada, un sollozo ahogado, una respiración asustada, pero todo lo que escuchaba era el latido acelerado y desacompasado de su propio corazón.
Morwenna sólo podía imaginarse lo peor. ¿Qué encontrarían en esos lóbregos pasadizos y cámaras secretas? ¿Más cuerpos sangrientos y mutilados? ¿Bryanna? «Oh, Dios, por favor, no. ¡Por favor, tenla a salvo!»
Theron le mostró la zona desde donde se podía espiar su cámara, el solario, la habitación de Bryanna y, por supuesto, la habitación de Tadd, donde Theron y ella habían hecho el amor.
Ella se preguntó si la horrible criatura que habitaba los pasillos húmedos y oscuros había presenciado su unión con Theron, su galanteo salvaje y estimulante y, ah, tan privado. El estómago le ardía al pensarlo pero le resultaba difícil extraviar la mente. Ante todo tenía que encontrar a su hermana.
Ahora pensaba que Carrick, fiel a su naturaleza oportunista, había utilizado la búsqueda de Bryanna como estratagema que cubriera su fuga. «Bueno, que así sea». Mientras su hermana estuviera sana y salva, Morwenna no se preocupaba por lo que él hiciera, con lo que le quedaba de miserable vida. Que hubiera jugado con Morwenna como un idiota otra vez tenía pocas consecuencias. Lo que importaba era Bryanna.
Oyó pasos.
«Morrigu, gran Madre, poneos de mi parte esta noche».
Una pisada suave pero nítida.
«Isa, si puedes oírme, soy tu mensajera de la muerte. Te vengaré».
Y por la entrada a esa cámara secreta, Bryanna vio una luz parpadear, olió el aroma de las velas que ardían.
Ya estaba cerca.
«Fata Morgana, dadme fuerza. Ayudadme a derrotar a este bandido y librar al mundo de él».
Pensó en todos los inocentes a los que había segado la vida, los estragos que había originado, el dolor que había causado con sus manos. Aspiró en silencio, imaginándose la cara de Isa, oyendo su voz, sintiendo la fuerza que le insuflaban los amuletos y las velas apagadas que había desplegado a su alrededor. Dibujó runas en el polvo, aguzó el oído…, esperó…
Ya estaba cerca.
Sus nervios se estremecieron. Se mordió el labio inferior.
Una sombra apareció en el vestíbulo.
Su corazón casi se detuvo. Clavó la mirada en la pequeña entrada a la cámara de aire viciado.
«Por favor, por favor, dadme la fuerza».
Una silueta oscura apareció delante de ella. Cuando levantó la luz para poder distinguir en la oscuridad, Bryanna se abalanzó con el cuchillo de Isa en mano.
– ¡Muere, bastardo! -gritó, sumergiendo la hoja hasta el fondo-. ¡Y si hay un infierno, ve allí y no vuelvas nunca!
Theron se quedó aterido cuando la voz de Bryanna retumbó por los pasillos.
– ¡Por aquí! -instó a los demás, guiando a Morwenna por un pequeño tramo de escalera.
– ¡Bryanna! -gritó ella, incapaz de estar callada por más tiempo-. ¡Bryanna!
Seguía a Theron a ciegas por los pasadizos estrechos. El miedo la impulsaba hacia delante, el terror palpitaba dentro de su corazón. ¡Seguramente su hermana estaba a salvo! «Dios en el cielo, no le dejéis morir. ¡Por favor, por favor, no le dejéis morir!»