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Fuera de la protección de las gruesas paredes del castillo, el viento se desataba con ferocidad, abofeteando una y otra vez la cara de Morwenna y agitándole el cabello. Sin hacer caso del frío, instó a Alabastro a seguir el ritmo del caballo más rápido y sintió cómo se estiraba bajo sus piernas y alargaba las patas en un galope ligero, ya fuera del camino, a la carrera a través de un campo en barbecho, y se dirigieron a los bosques situados al lado norte de la torre. Bryanna gritó de felicidad, se aferró al cuello de Mercurio y les siguió con coraje. Para su hermana menor, esa mañana era una fiesta, un grato soplo de entusiasmo. Para Morwenna, la situación era mucho más grave y molesta, aunque también se sintió muy animada por la ráfaga de viento y los terrones sucios que los cascos del caballo hacían saltar al galope. Le iba bien escapar de los muros del castillo. El espíritu pareció elevársele, notó como si se le quitara un peso de encima porque, a pesar de que le encantaba Calon, había algo en el interior de la torre, algo oscuro y siniestro que no entendía, una tiniebla que no conseguiría empañar la alegría que le invadía esa mañana.

«Llevas escuchando a Isa demasiado tiempo».

«Has tenido sueños demasiado inquietantes».

Alexander aminoró la marcha en el límite del bosque, y mientras los caballos respiraban con dificultad, espirando el aire caliente por los orificios de la nariz, avistó las huellas de un ciervo, pisoteadas recientemente por los cascos de muchos caballos.

– Por aquí -dijo.

La efímera ráfaga de euforia de Morwenna se desvaneció con la oscuridad de los bosques circundantes. Mientras trotaba montada a lomos de su yegua detrás de Alexander, oyó unas voces que sonaban por el bosque. En el momento en que pasaban bajo una bóveda andrajosa de árboles desnudos y detrás de la maleza, las voces se hicieron inteligibles. En un pequeño claro encontraron al alguacil, a dos de sus hombres y a Jason, el cazador. Habían desmontado de sus cabalgaduras y estaban inspeccionando la tierra palmo a palmo, en la orilla del riachuelo helado. Los hombres alzaron la vista al oír el ruido de los caballos y se sacaron los sombreros al tiempo que bajaban la mirada.

– Milady -dijo el alguacil cuando descendió del caballo.

– ¿Es aquí donde se encontró al hombre? -preguntó Alexander.

De un salto pisó tierra y Bryanna, también, descendió del caballo.

– Así es, detrás de aquel tronco, cerca de la roca grande.

Jason indicó una roca enorme de superficies planas y bordes pronunciados, así como varias manchas oscuras que fluían en hilos rojizos formando pequeños charcos en el suelo.

Sangre.

En su fuero interno, Morwenna tembló.

Alexander preguntó:

– ¿Habéis descubierto algo?

Payne, el alguacil, negó con su cabeza cana. Tenía unas cejas espesas plateadas, una frente alta y unos párpados que caían sobre las cuencas de los ojos. Aún así, Morwenna pensó que había visto más que la mayoría de la gente.

– No hay mucho que ver. Los restos de una hoguera por ahí -indicó hacia un pequeño hoyo donde se veía madera carbonizada y luego movió la mano hacia un poste de tejo-. Hay estiércol de caballo en esa zona y por supuesto sangre sobre la roca, junto con algunos cabellos negros. Probablemente le estamparon la cabeza contra la roca.

Bryanna dejó escapar un sonido de protesta, pero el alguacil continuó hablando.

– Hay huellas de cascos y pisadas de botas por todos lados.

El alguacil señaló al suelo.

– Muchas de las huellas son confusas, pero… -Se agachó mientras miraba fijamente al suelo-. Parece que hay al menos dos suelas de tamaños diferentes, y se podría conjeturar, por la maleza tronchada, que se produjo una pelea cerca de esta roca.

Miró a la arboleda que cubría el pequeño claro frunciendo el ceño.

– Se han roto las ramas más pequeñas de algunos árboles, pero no podemos estar seguros de que se rompieran durante el combate, aunque ésa es mi suposición.

Se frotó la barba pensativamente y entrecerró los ojos mirando al lugar de la escena, como si estuviera imaginándose los acontecimientos que habían ocurrido.

– Creo que tendieron una emboscada al hombre que Jason encontró aquí tirado, que éste repelió a uno o varios atacantes, perdió la batalla y le dieron por muerto.

– O tal vez la víctima sobreviviera y el hombre que albergamos en la torre sea el criminal. Con lo que sabemos no podemos determinar quién inició la lucha -dijo Alexander pisando sobre la roca y observándola-. El hombre que Jason encontró bien pudo ser el atacante y su víctima pudo haber escapado.

– O todavía no hemos encontrado su cuerpo en el bosque -dijo Payne en voz baja.

Morwenna se estremeció.

– Pero el arma del hombre magullado no tenía ningún rastro de sangre: su daga estaba envainada cuando lo encontraron.

Payne se puso en pie. Al estirar la rodilla notó cómo le crujía.

– Es un misterio. Las mejores respuestas nos las proporcionará el propio preso una vez que hablemos con él.

– No es un preso -replicó Morwenna.

– ¿Es acaso un invitado? -Payne soltó un resoplido que daba a entender lo absurda que consideraba la idea-. Algo ha ocurrido aquí, lady Morwenna, algo violento y criminal.

Al pronunciar esas palabras, una ráfaga de viento sacudió las ramas de un viejo roble, como si del susurro del destino se tratara. La mirada fija de Payne se concentraba con fuerza sobre Morwenna.

– Según he oído, el herido lleva un anillo con el emblema de Wybren, y cabría preguntarse cómo lo consiguió.

Morwenna asintió rígidamente, la identidad del malherido desconocido otra vez le hacía dar vueltas a la cabeza.

– ¿Robó el anillo? -prosiguió Payne-. ¿Fue un regalo? ¿Está vinculado de alguna manera a Wybren? Muchos problemas se cernieron sobre esta torre después de que la familia del barón Dafydd fuera asesinada y su sobrino, Graydynn, se hiciera el amo. -Frunció el ceño, su cara expresaba severidad, los orificios de su nariz se ensancharon como si hubiera olido algo putrefacto-. Sugiero que custodiéis al forastero bajo llave, al menos hasta que podamos determinar su identidad.

– Apostaremos un guardia a la puerta.

El alguacil echó un vistazo a la roca manchada de sangre.

– Esperemos que eso sea suficiente.

– Se encuentra a las puertas de la muerte. Dudo mucho que debamos temerle.

– Pero, ¿y su atacante? ¿Qué pasa si vuelve? -preguntó el alguacil meditabundo.

– Eso si fue atacado -replicó Alexander.

– Hay demasiadas preguntas y pocas respuestas. -Payne chasqueó la lengua al tiempo que el viento barrió el bosque con un susurro de lamento-. Muy pocas respuestas.

Capítulo 3

Le dolía cada hueso de su cuerpo como si el padecimiento nunca fuera a remitir. Tenía un dolor punzante en músculos que ni siquiera sabía que existían y sentía la cara envuelta en llamas, como si alguien hubiera cogido un cuchillo romo y lo hubiera despellejado. Oía ruidos… Voces incorpóreas discutían sobre él, como si estuviera realmente muerto, las palabras susurraban a través de su piel ardiente como alas de mariposas. Todavía estaba convaleciente. Sólo podía estremecerse.

Intentó hablar, pero ningún sonido brotó de los labios.

¿Dónde estaba?

Su mente estaba borrosa y oscura, como si estuviera tendido en un bosque cubierto de niebla.

¿Cuánto tiempo llevaba allí?

Trató de abrir un ojo, pero el dolor le cortó el cerebro y poco podía hacer salvo soltar un gemido e intentar combatir la oscuridad que empujaba en los rincones de su conciencia y amenazaba con arrastrarlo a aquel abismo dichoso donde no había espacio para el dolor ni el recuerdo. Tenía un sabor nauseabundo en la boca y la lengua hinchada. Probó a mover una mano.