—Allí está —señalé. Me volví y miré a Ev.
Tenía la boca abierta.
—Es difícil creer que la construyeran los boohteri, ¿verdad?
Ev asintió sin cerrar la boca.
—Carson y yo tenemos la teoría de que ellos no lo hicieron. Creemos que la construyó alguna pobre especie de indígito que vivía aquí, y luego Bult y sus amigos los multaron por hacerlo.
—Es maravilloso —dijo Ev, que no me había escuchado—. No tenía ni idea de que fuera tan larga.
—Seiscientos kloms —informé—. Y siguen construyendo Una media de dos cámaras nuevas al año, según las imágenes aéreas de C.J., sin contar las brechas reparadas.
Lo que echaba por tierra nuestra teoría, aunque tampoco sonaba muy factible que los indígitos hicieran todo el trabajo.
—Es aún más hermosa que en los saltones —dijo Ev, y estuve a punto de preguntarle qué eran exactamente, pero supuse que tampoco me haría caso.
Recordé la primera vez que vi la Muralla. Sólo llevaba una semana en Boohte. Habíamos pasado todo el tiempo chapoteando bajo la lluvia y yo en concreto preguntándome por qué había dejado que Carson me convenciera para meterme en aquello, cuando llegamos a lo alto de una meseta y Carson dijo:
—Ahí la tienes. Toda nuestra.
Lo que nos supuso una observación por actitudes imperialistas incorrectas y el comentario «respecto a la propiedad, los planetas no son poseídos».
Miré a Ev.
—Tiene razón. Tiene un aspecto respetable.
Bult terminó de apuntar sus multas y emprendió la marcha. Seguía manteniéndose cerca de la Lengua, y después de medio klom sacó los binos, escrutó el agua con ellos, sacudió la cabeza y continuamos nuestra marcha.
Era más de mediodía y estaba pensando en sacar mi almuerzo de la mochila, pero los ponis empezaban a rezagarse y Ev estaba pegado a la Muralla, que en esa zona quedaba cerca de la Lengua, así que esperé.
La Muralla desapareció tras una baja meseta empinada durante un centenar de metros y luego se curvó casi hasta la Lengua. Por lo visto el poni de Carson decidió que ya había ido demasiado lejos y se detuvo, tambaleándose.
—Oh, oh —dije.
—¿Qué pasa? —preguntó Ev, apartando los ojos de la Muralla.
—Parada de descanso. ¿Recuerda que le dije que no eran peligrosos? —dije, mirando a Carson, que había desmontado de su poni y se hacía a un lado—. Bueno, eso es cierto si no se caen y le pillan las piernas debajo. ¿Cree que podrá bajar más rápido de lo que subió?
—Sí —respondió Ev. Bajó de un salto y se apartó como si esperara que Veloz fuera a explotar.
Tensé las correas de ordenador, desmonté y me aparté. Más adelante, el poni de Carson había dejado de tambalearse. Carson se le había acercado y empezaba a desatar las mochilas donde llebávamos la comida.
Ev y yo nos acercamos y lo vimos forcejear con la cuerda. El poni depositó una bosta prácticamente sobre el pie de Carson y empezó a tambalearse otra vez.
—Árbol va —anuncié, y Carson se apartó de un salto. El poni avanzó un par de pasos vacilantes y cayó, con las patas tiesas a un lado.
La mochila quedó medio sepultada, y Carson empezó a tirar de ella para liberarla. Bult se desplegó y desmontó decorosamente de su poni sin soltar su paraguas, y el resto de los ponis cayó como una fila de fichas de dominó.
Ev se acercó a Carson y se lo quedó mirando.
—No haga ningún movimiento brusco —advirtió. Carson pasó ante mí como una bala.
—¿De qué te ríes? —dijo.
Almorzamos y nos cayeron unas cuantas multas más, pero no tuve oportunidad de hablar con Carson a solas. Bult se nos pegó como con cola, hablando con su cuaderno, y Ev no paró de hacerme preguntas sobre la Muralla.
—Así que hacen las cámaras de una en una —comentó, sin apartar la mirada de ella. Nos encontrábamos en el lado malo de la Muralla, y todo lo que podíamos ver eran las paredes traseras de las cámaras, que parecían haber sido repelladas y pintadas de un rosa blancuzco—. ¿Cómo las construyen?
—No lo sabemos. Nadie los ha visto hacerlo —explicó Carson—. Ni hacer ninguna otra cosa que merezca la pena —añadió sombríamente, mientras Bult seguía calculando multas—, como encontrarnos una forma de cruzar para que podamos continuar con esta expedición.
Se acercó a Bult y empezó a hablar con él en tono inadecuado.
—¿Y qué son? —preguntó Ev—. ¿Habitáculos? —Y almacenes para todas las cosas que Bult compra, y vertederos. Algunas están decoradas con flores colgando en la abertura y huesos pelados siguiendo un diseño delante de la puerta. La mayoría están vacías.
Carson regresó. El bigote le temblaba.
—Dice que tampoco podemos cruzar por aquí.
—¿La otra brecha ha sido reparada también? —pregunté.
—No. Ahora dice que hay algo en el agua. Tssi mitss. Miré hacia la Lengua. Aquí fluía sobre arenas de cuarzo y era clara como el cristal.
—¿Qué es eso?
—Ni idea. Podría traducirse como «allí no». Le pregunté hasta dónde tendríamos que ir, y se limitó a responder «sahhth». Sahhth al parecer significaba a mitad de camino de las Ponicacas, porque ni siquiera volvió a mirar la Lengua cuando levantamos a los ponis y los pusimos en marcha, ni tampoco se molestó en guiarnos. Nos indicó a Ev y a mí que fuéramos delante, y se puso a cabalgar con Carson.
Tampoco corríamos peligro de perdernos. Habíamos cartografiado todo aquel territorio antes, y sólo teníamos que mantenernos cerca de la Lengua. La Muralla se alejaba del agua y se dirigía a una hilera de mesetas, y subimos una montaña a través de un rebaño de equipajes que pastaban tierra, y llegamos a otro Punto Escénico.
Lo que tienen estos panoramas es que no se ve nada más durante un rato, y ya habíamos catalogado la f-y-f de por aquí. No había nada, de todas formas: un montón de equipajes, algo de hierba de madera, algún que otro matacaminos. Hice un contorno geológico y volví a comprobar dos veces las topográficas, y luego, ya que Ev estaba ocupado manteniendo la boca abierta ante el paisaje, comprobé los paraderos.
Wulfmeier estaba en la Puerta de Salida, después de todo. El Gran Hermano lo había retirado por tomar muestras de yacimientos. Así que no estaba en el Sector 248-76, y nosotros podríamos pasar otro día en la Cruz del Rey, saboreando la comida de C.J. y poniéndonos al día con los informes.
Hablando del diablo, supuse que bien podría terminarlos ya. Solicité los pedidos de Bult.
Debió de estar bastante ocupado mientras estuvimos en la Cruz del Rey. Se había gastado la recaudación de todas las multas y aún más. Me pregunté si nos dirigíamos al sur por eso, porque se había comprrato en un lío.
Repasé la lista, anulando armas y materiales de construcción artificiales y tratando de imaginar de qué le servirían tres docenas de diccionarios y una lámpara.
—¿Qué hace? —preguntó Ev, inclinándose para ver el cuaderno.
—Anulo el contrabando —dije—. A Bult no se le permite comprar ningún objeto con potencial bélico, que en su caso debería de haber incluido los paraguas. Es difícil fijarse en todo.
Se inclinó más.
—Los está marcando como «agotados».
—Sí. Si le decimos que no puede pedirlos, nos multa por discriminación, y todavía no ha descubierto que no tiene que pagar por artículos agotados, lo cual le impide pedir aún más cosas.