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Me bajé del poni.

—Eh, Carson —grité—, el transmisor no funciona. —Me acerqué a su poni—. Se está levantando viento. Parece que se avecina un berrinche de polvo.

—¿Cuándo? —dijo él, con una mirada a Bult, que estaba muy ocupado rebuscando su cuaderno para multarme por haberme bajado de Inútil.

—Ahora.

—¿Cuánto crees que durará?

—Un rato —dije, mirando especulativamente el cielo—. Doce minutos, tal vez doce y medio.

—Parada de descanso —pidió Carson. Bult saltó de su poni y se acercó a examinar mis huellas.

Carson se alejó en dirección al cojín patata. Miré a Ev. Estaba de pie con la cabeza alzada y la boca abierta, contemplando el lanzabadejo. Alcancé a Carson y nos agachamos para no atraer la atención del lanzabadejo.

—¿Qué pasa?

—Nada —contesté—. Simplemente me pareció conveniente tener una tormenta de polvo antes de pasar a territorio inexplorado.

—Pues podrías haber esperado un poco, ¿no? —protestó Carson—. Aún falta un buen rato para cruzar.

—¿Por qué? ¿Han reparado también esta abertura?

Él sacudió la cabeza.

Tssi mitsse, que significa gran tssi mitss, lo cual podría traducirse como que va a encargarse de que no nos acerquemos al Sector 248-76. ¿Qué ha averiguado C.J.? ¿Algún dato nuevo en la aérea?

—No la ha tomado. Estaba demasiado ocupada meneando las caderas ante Ev y se le olvidó.

—¿Se le olvidó? —estalló Carson. Se levantó—. Ya te dije que acabaría fastidiándonos la expedición. Supongo que tenías demasiado trabajo mostrándole el paisaje para ejecutar también los paraderos.

Me levanté y lo miré a la cara.

—¿Y eso qué demonios significa?

—Significa que los dos habéis estado tan ocupados charlando que te has olvidado de todo lo relacionado con un pequeño detalle como lo que está sucediendo en el 248-76. ¿Qué diantre te interesaba tanto para hablar del tema todo el día?

—Costumbres de apareamiento.

—Costumbres de apareamiento —repitió él, disgustado—. ¿Por eso no ejecutaste los paraderos?

—Los ejecuté. Sea lo que fuera lo que haya en ese sector, no es Wulfmeier. Está en la Puerta de Salida, y arrestado. Tengo una comprobación.

Carson miró al sur, hacia las Ponicacas.

—Entonces, ¿qué demonios pretende Bult?

El lanzabadejo cambió de rumbo a media batida y se cernió sobre nosotros.

—No lo sé. —Me quité el sombrero y lo agité para ahuyentarlo—. Tal vez los indígitos tengan una mina de oro allí. Tal vez están construyendo en secreto Las Vegas con todas las cosas que ha comprado Bult. —El abadejo revoloteó sobre mi cabeza y pasó sobre Carson—. Tal vez Bult intenta agotar nuestro cupo de multas conduciéndonos por el camino más largo. ¿Dijo hasta qué distancia tendríamos que ir antes de poder cruzar la Lengua?

—Sahhth —dijo Carson, imitando a Bult con su paraguas—. Si seguimos hacia el sur, estaremos en las Ponicacas. Tal vez quiera llevarnos a las montañas y ahogarnos en una riada.

—Y luego nos multará por ser cuerpos extraños en un río.

.—Sonó la alarma de mi reloj—. Parece que empieza a despejar. —Recogí un puñado de tierra y regresamos hacia los ponis.

Bult nos alcanzó a medio camino.

—Apropiación de recuerdos —acusó, señalando inflexible la tierra en mi mano—. Perturbaciones de la superficie terrestre. Destrucción de fauna indígena.

—Será mejor que transmitas todo eso ahora mismo, antes de que se te olvide —le aconsejé.

Me acerqué a Ev y a mis ponis, con el lanzabadejo siguiéndome. Mientras Ev se quedaba mirando cómo daba vueltas sobre su cabeza, soplé la tierra de mi mano ante el objetivo de la cámara; luego retrocedí y miré mi reloj. Un minuto.

Jugueteé un poco con el transmisor y llamé a Carson.

—Creo que ya lo he arreglado. Vamos, Ev.

Jugueteé un poco más pensando en Ev, saqué un chip y lo volví a poner en su sitio, pero no era necesario que me tomara tantas molestias. Él seguía absorto contemplando el abadejo.

—¿Es macho ese lanzabadejo? —preguntó.

—Ni idea. Aquí el experto en sexualidad es usted. —Pulsé la desconexión, conté hasta tres, volví a pulsar, y conté hasta cinco—. Llamando a Cruz —dije, y volví a pulsarla—… del Rey, adelante C.J.

—Aquí C.J. ¿Dónde demonios os habéis metido?

—No pasa nada, C.J. Sólo un berrinche de polvo. Estamos demasiado cerca de la Muralla. ¿Funciona ya la cámara?

—Sí. No veo polvo por ninguna parte.

—Sólo nos alcanzó de refilón. Duró más o menos un minuto. Me he pasado un buen rato intentando arreglar el transmisor y corriendo.

—Es curioso cómo un minuto de polvo puede hacer tanto daño —comentó ella lentamente.

—Es uno de los chips. Ya sabes lo sensibles que son.

—Si son tan sensibles, ¿cómo es que el polvo del rover no los atascó?

—¿El rover? —dije yo, mirando con asombro alrededor, como si fuera a aparecer uno.

—Cuando Evelyn fue a buscaros ayer. ¿Cómo es que el transmisor no se estropeó entonces?

Porque yo estaba demasiado ocupado pensando en Wulfmeier y quitándole a Bult los binoculares para tenerlo en cuenta. Me quedé allí tosiendo y ahogándome con el polvo del rover y ni siquiera se me había pasado por la mente. Mierda, sólo nos faltaba que C.J. se diera cuenta de lo de nuestras tormentas de polvo.

—Con la tecnología ya se sabe —dije, consciente de que no se lo tragaría—. El transmisor tiene vida propia.

Carson se acercó.

—¿Hablas con C.J.? Pregúntale si tiene una aérea de la Muralla por esta zona. Quiero saber dónde están las brechas.

—Claro —dije, y volví a desconectar—. Tenemos un problema. C.J. está haciendo preguntas sobre la tormenta de polvo. Quiere saber por qué el transmisor no se estropeó con todo el polvo del rover.

—¿El rover? —preguntó él, y entonces cayó en la cuenta—. ¿Qué le has dicho?

—Que el transmisor es temperamental.

—No se lo tragará. —Miró con mala cara a Ev, que seguía contemplando las idas y venidas del abadejo—. Te dije que nos traería problemas.

—No es culpa de Ev. Somos nosotros quienes no tuvimos suficiente sensatez para reconocer una tormenta de polvo cuando la vimos. Voy a volver a conectar. ¿Qué le digo?

—Que la culpa es del polvo que se mete en el chip —dijo él, regresando a su poni—, no sólo del polvo del aire.

Lo que tal vez podría haber funcionado, excepto que dos expediciones atrás yo había asegurado a C.J. que el causante era el polvo del aire.

—Vamos, Ev —me impacienté. Él se acercó y montó en su poni, todavía contemplando el lanzabadejo. Quité el dedo de la desconexión—… ase, adelante, Base.

—¿Otra tormenta de polvo? —me preguntó C.J. sarcásticamente.

—Todavía debe de quedar algo de polvo en el chip —carraspeé—. Sigue cortándose.

—¿Cómo es que el sonido se corta al mismo tiempo?

Porque seguimos llevando nuestros micros demasiado altos, pensé.

—Es curioso —continuó ella—. Mientras estabais ahí fuera, eché un vistazo a las meteorológicas que Carson ejecutó antes de que os marcharais. No hay rastro de viento en ese sector.

—El clima tampoco puede explicarse, sobre todo tan cerca de la Muralla —alegué—. Ev está aquí mismo. ¿Quieres hablar con él?

Lo pasé antes de que C.J. pudiera contestar, pensando que el sexo no siempre eran tan malo en una expedición. Al menos le haría olvidar la tormenta de polvo.

Bult y Carson cabalgaban en un amplio círculo a nuestro alrededor para volver a ponerse en cabeza. Los seguimos; Ev seguía hablando con C.J., es decir, escuchaba casi todo el rato y decía «sí» de vez en cuando, y «lo prometo». El lanzabadejo también nos siguió, realizando el circuito de un lado a otro como un perro pastor.