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—Siguiente escena —dije, y aparecí bajando el acantilado con aquellos pantalones ceñidos, disparando a los mordisqueadores con un láser.

No fue así en absoluto. A menos que quisiera bajar del mismo modo que Carson, no había forma de descender por el acantilado. Los mordisqueadores huyeron cuando grité, pero tuve que rodear todo el acantilado hasta que encontré una chimenea para bajar, y tardé tres horas. Los mordisqueadores volvieron a huir cuando me oyeron llegar, pero no se fueron demasiado lejos.

Pantalones Ceñidos saltó los tres últimos metros y se arrodilló junto a Carson. Empezó a quitarse tiras que no podía permitirse perder de la camisa y las ató alrededor del pie de Carson, que sólo parecía un poco ensangrentado por los dedos, y le secaba los ojos a ella.

—Yo no lloré —objeté—. ¿Tiene alguno más?

—Episodio Once —dijo Ev, y el acantilado se convirtió en un bosquecillo de árboles de plataluz. Pantalones ceñidos y Bigote Atildado lo exploraban con un anticuado transit y un sextante, y Acordeón apuntaba las medidas.

Parecía que alguien había cortado trocitos de papel de aluminio y los había colgado de una rama muerta, y Carson llevaba un chaleco azul peludo que, me dio la impresión, se suponía que era de piel de equipaje.

—¡Findriddy! —dijo Acordeón, alzando bruscamente la cabeza—. ¡Oigo venir a alguien!

—¿Qué estáis haciendo vosotros dos? —prorrumpió Carson, y atravesó directamente a un árbol de plataluz. Miró alrededor, los brazos llenos de ramas—. ¿Qué demonios es esto?

—Tú y yo —expliqué.

—Un saltón —apuntó Ev.

—¡Apáguelo! —ordenó Carson, y el otro Carson y Pantalones Ceñidos y los árboles de plataluz se comprimieron en una nada negra—. ¿Qué demonios le pasa, cómo se le ocurre traer tecnología avanzada a una expedición? ¡Fin, se supone que tienes que encargarte de que siga las reglas!

Soltó las ramas con un tamborileo en el lugar donde antes se encontraba Acordeón.

—¿Sabe la cuantía de la multa que Bult podría cargarnos por una cosa así?

—Yo-yo no sabía… —Ev tartamudeó y se agachó para recoger el saltón antes de que Carson lo pisara—. No se me ocurrió…

—No es más avanzado que los binos de Bult —dije yo—, o la mitad de las cosas que ha pedido. Y aunque lo fuera, no sabe nada al respecto. Está por ahí sumando sus multas. —Señalé hacia las luces de su paraguas.

—¿Cómo sabes que no lo sabe? ¡Se puede ver desde kloms!

—¡Y a ti se te oye desde el doble! ¡La única forma de que lo averigüe es que venga a investigar todo este jaleo!

Carson le quitó el saltón a Ev.

—¿Qué más ha traído? —gritó, pero más bajo—. ¿Un reactor nuclear? ¿Una puerta?

—Sólo otro disco —dijo Ev—. Para el saltón. —Sacó de su bolsillo una moneda negra y se la tendió a Carson.

—¿Qué demonios es esto? —preguntó él, dándole la vuelta.

—Somos nosotros —expliqué—. Findriddy y Carson, Exploradores Planetarios, y Nuestro Fiel Guía, Bult. Trece episodios.

—Ochenta —corrigió Ev—. Hay cuarenta en cada disco, pero sólo he traído mis favoritos.

—Tienes que verlos, Carson. Sobre todo tu bigote. Ev, ¿hay algún modo de que pueda bajar el sonido para que podamos verlo sin que se entere el resto del vecindario?

—Sí. Sólo hay que…

—Aquí nadie verá nada hasta que encendamos una hoguera y yo me asegure de que Bult sigue debajo de ese paraguas —estalló Carson, y se marchó dando zancadas por cuarta vez.

Cuando volvió con aspecto enfurecido, yo ya había convertido la leña en una hoguera respetable. Por lo visto, Bult estaba donde debía.

—Muy bien —dijo Carson, devolviéndole el saltón a Ev—. Vamos a ver a esos famosos exploradores. Pero póngalo bajito.

—Episodio Dos —anunció Ev, colocándolo en el suelo ante nosotros—. Reduce al cincuenta por ciento y oscurece. —Esta vez la escena apareció más pequeña y en una pequeña caja. Bigote Atildado y Pantalones Ceñidos atravesaban una brecha en la Muralla. Carson llevaba su chaleco azul peludo. —Tú eres el del bigote elegante —señalé.

—¿Tiene idea de la multa que nos caería encima por matar a un equipaje? —dijo él. Señaló a Pantalones Ceñidos—. ¿Quién es la mujer?

—Es Fin —respondió Ev.

—¿Fin? —Carson dejó escapar un resoplido—. ¿Fin? No puede ser. Mírela. Va demasiado limpia. Y parece demasiado una mujer. ¡La mayoría de las veces con Finn ni siquiera se nota! —Volvió a resoplar y se dio una palmada en la pierna—. Y mírele el pecho. ¿Seguro que no es C.J.? Extendí la mano y cerré el saltón.

—¿Por qué haces eso? —dijo Carson, con la mano en la barriga.

—Hora de dormir. —Me volví hacia Ev—. Por esta noche guardaré este trasto en mi bota para que Bult no lo descubra —dije, y me dirigí a mi petate.

Bult estaba de pie junto al petate de Carson. Miré hacia la Lengua. El paraguas seguía allí, brillando alegremente. Bult levantó mi petate para mirar debajo.

—Daño a la flora —dijo, señalando a la tierra de debajo.

—Oh, cierra el pico —protesté, y me acosté.

—Tono y modales inadecuados —prosiguió él, y regresó hacia su paraguas.

Carson siguió partiéndose de risa durante otra hora, y yo me quedé allí tendida durante esa hora o más esperando que se fueran a dormir y viendo cómo las lunas ocupaban su posición en el cielo. Entonces saqué el saltón de mi bota y lo abrí en el suelo junto a mí.

—Episodio Ocho. Reduce al ochenta por ciento y oscurece —susurré. Me quedé allí tendida y nos vi a Carson y a mí cabalgando bajo la lluvia y traté de adivinar de qué expedición se trataba. Había un búfalo azul en la colina, y Acordeón lo señalaba.

—Se llama ehkjpakhehsss en lengua boohteri —dijo, y enseguida reconocí la situación, sólo que no había sucedido así.

Tardamos cuatro horas en comprender lo que Bult estaba diciendo.

¿Ehkkpekess? —recuerdo que gritó Carson.

¡Ehhkkpachkesshh! —respondió Bult.

—¿Equipajes? —dijo Carson, tan enfadado que su bigote pareció sacudirse—. ¡No podemos llamarlos equipajes! —Y justo entonces un par de miles de equipajes enfilaron desde la colina hacia nosotros. Mi poni se quedó allí plantado como un idiota y por poco nos aplastan a los dos.

En la versión del saltón mi poni salía corriendo, y yo era la que se quedaba mirando como una tonta hasta que Carson llegaba galopando y me izaba a su grupa. Yo llevaba botas de tacón alto y unos pantalones tan ceñidos que no era de extrañar que no pudiera correr, y Carson tenía razón, estaba demasiado limpia, pero no tenía por qué caerse en la hoguera partido de risa.

Carson me rescató y partimos al galope, mis pantalones ceñidos abrazando al caballo y mi melena odeando al viento.

«Aquí nada es como esperaba, excepto usted», había dicho Ev en la Cruz del Rey. También había dicho que yo era exactamente como me imaginaba. Lo cual, pensé, intentando averiguar cómo volver a hacer funcionar el saltón de nuevo, estaba bastante bien.

Expedición 184: día 2

Al mediodía siguiente estábamos todavía a este lado de la Lengua y aún nos dirigíamos al sur. Carson estaba de tan mal humor que me mantuve apartada de él.