Los nuestros le imitaron. Nos sentamos y esperamos a que se recuperasen. Bult llevó su paraguas a la mitad de la colina y se sentó bajo él. Carson se tumbó y se cubrió los ojos con el sombrero, y yo saqué las órdenes de compra de Bult y las examiné de nuevo, buscando pistas.
—¿Siempre ven lanzabadejos tan cerca de la Muralla? —preguntó Ev. Al parecer se había recuperado de la reprimenda que le había dado C.J.
—No lo sé —dije, tratando de recordar—. Carson, ¿siempre vemos lanzabadejos cuando estamos cerca de la Muralla?
—Mmph —dijo Carson desde debajo de su sombrero.
—Esas especies que hacen regalos a sus parejas —le dije a Ev—, ¿qué otra clase de cortejos hacen?
—Luchas, danzas de apareamiento, exhibiciones de características sexuales.
—¿Migración? —apunté, buscando a Bult en la colina. El paraguas seguía abierto y con las luces encendidas. Bult no estaba debajo—. ¿Dónde está Bult?
Carson se sentó y se puso el sombrero.
—¿Por dónde se ha ido?
Me levanté.
—Por allí. Ev, ate los ponis.
—Todavía están fuera de combate —dijo él—. ¿Qué ocurre?
Carson ya había subido casi media colina. Le seguí.
—Por este barranco —dijo, y lo escalamos.
Se extendía entre dos montañas, y luego se abría. Un hilillo de agua recorría el fondo. Carson me indicó que esperara y subió un centenar de metros.
—¿Qué pasa? —dijo Ev, que subía detrás de mí, jadeando—. ¿Le ha sucedido algo a Bult?
—Sí —contesté—. Pero él aún no lo sabe.
Carson regresó.
—Justo lo que pensábamos. Callejón sin salida. Tú sube allí —señaló—, y yo iré por ese camino.
—Nos encontraremos en medio —asentí.
Subí por el lado del barranco y Ev me siguió. Corrí a lo largo de la cima de la colina medio agachada, y luego me puse a gatas y me arrastré el resto del camino.
—¿Qué pasa? —susurró Ev—. ¿Un mordisqueador? —Parecía entusiasmado.
—Sí —le contesté—. Un mordisqueador.
Él sacó su cuchillo.
—Guarde eso —le siseé—. No vaya a caerse encima y tengamos una desgracia. —Me obedeció—. No se preocupe. No es peligroso a menos que esté haciendo algo que no debía.
Él parecía confuso.
—Abajo —dije, y nos arrastramos hasta un saliente que daba al espacio donde el barranco se ensanchaba. Al fondo distinguí la zona llana de una puerta y un toldo hecho con una lona y palos. Delante estaba Bult.
Debajo del toldo había un hombre que mostraba a Bult un puñado de piedras.
—Cuarzo —dijo el hombre—. Se encuentra en macizos ígneos, como éste.
Extendió la mano para mostrar un holo y Bult retrocedió un paso.
—¿Has visto alguna vez algo parecido por aquí? —añadió el hombre, alzando el holo.
Bult dio otro paso atrás.
—Es sólo un holo, idiota —dijo el hombre, tendiéndoselo a Bult—. ¿Has visto algo parecido por aquí?
Carson apareció dando zancadas en el claro, cargando su mochila.
Se detuvo en seco.
—¡Wulfmeier! —exclamó, entre sorprendido y divertido—. ¿Qué demonios estás haciendo en Boohte?
—Wulfmeier —susurró Ev a mi lado.
Me llevé un dedo a los labios para indicarle que guardara silencio.
—¿Qué es eso? —dijo Carson, señalando el holo—. ¿Una postal? —Se acercó a Bult—. Mi poni se ha perdido, y he venido a buscarlo. Igual que Bult. ¿Y tú, Wulfmeier?
Deseé poder ver la cara de Wulfmeier.
—Algo falla en mi puerta —dijo, dando un paso atrás bajo el toldo y mirando a su espalda—. ¿Dónde está Fin? —preguntó, y bajó la mano a su costado.
—Aquí mismo —dije yo, y salté. Tendí la mano—. Me alegro de verte, Wulfmeier. —Llamé a Ev—. Baje, le presentaré a Wulfmeier.
Wulfmeier no alzó la cabeza. Miró a Carson, que se había situado a un lado. Ev aterrizó a cuatro patas y se levantó rápidamente.
—Ev, éste es Wulfmeier. Nos conocemos de hace tiempo. ¿Qué haces en Boohte? Está restringido.
—Le estaba contando a Carson que algo debe de haberse estropeado en mi puerta —explicó él. Nos miró con suspicacia—. Intentaba llegar a Menniwot.
—¿Ah, sí? Recibimos la confirmación de que estabas en la Puerta de Salida. —Me acerqué a Bult—. ¿Qué tienes aquí, Bult?
—Me estaba vaciando la bota, y Bult quiso verlo —dijo Wulfmeier, todavía mirando a Carson.
Bult me tendió los fragmentos de cuarzo. Los examiné.
—Vaya, vaya, recogida de souvenirs. Bult, parece que vas a tener que multarlo por esto.
—Ya te digo que los tenía en el zapato. Estaba dando una vuelta, tratando de orientarme.
—Vaya, vaya, dejando huellas. Perturbación de la superficie terrestre. —Me acerqué a la puerta y miré debajo—. Destrucción de flora. —Me incliné al interior—. ¿Qué le pasa?
—La he arreglado —dijo Wulfmeier.
Me metí dentro y volví a salir.
—Parece polvo, Carson —comenté—. Nosotros también hemos tenido problemas con el polvo. ¿Se mete en los chips? Será mejor que lo compruebe mientras estamos aquí, por si acaso.
Wulfmeier miró el toldo y a Ev, y luego a Carson. Apartó la mano de su costado.
—Buena idea —asintió—. Traeré mis cosas.
—No te lo aconsejo, no vaya a sobrecargarse la puerta. Las enviaremos después. —Me acerqué a los controles—. ¿Dónde dijiste que intentabas ir? ¿A Menniwot?
Abrió la boca para decir algo y luego la cerró. Pedí las coordenadas y suministré los datos a la puerta.
—Eso debe bastar —sonreí—. Seguro que no regresas.
Carson lo acompañó hasta la puerta y Wulfmeier pasó al interior. Su mano volvió a caer a su costado; yo pulsé la activación y desapareció.
Carson ya había regresado al toldo y rebuscaba entre las cosas de Wulfmeier.
—¿Qué tenía? —pregunté.
—Muestras de minerales. Cuarzo con vetas de oro, argentita, platino. —Examinó los holos—. ¿Dónde lo has enviado?
—A la Puerta de Salida. Por cierto, será mejor que les advierta que va de camino. Y que alguien ha estado jugando con los archivos de detenciones del Gran Hermano. Bult, calcula las multas de todo esto, y las mandaremos por envío especial. Vamos —le dije a Ev, que estaba de pie mirando el lugar donde antes se hallaba la puerta, como si deseara que se hubiera producido una pelea—. Tenemos que llamar a C.J.
Empezamos a bajar por el barranco.
—¡Ha estado magnífica! —dijo Ev, mientras resbalaba por las rocas—. ¡No puedo creer que se enfrentara a él de esa forma! ¡Fue como en los saltones!
Salimos del barranco y bajamos la montaña hasta donde habíamos dejado los ponis. Seguían tumbados.
—¿Qué le pasará a Wulfmeier en la Puerta de Salida? —preguntó él mientras yo sacaba el transmisor de debajo de Inútil.
—Lo multarán por falsear su destino y perturbar la superficie terrestre.
—¡Pero es un rompepuertas!
—Él asegura que no. Ya lo ha oído. Su puerta estaba estropeada. Para que el Gran Hermano se la confiscara tendría que haber estado cavando, comerciando, haciendo prospecciones o cazando equipajes.
—¿Y esas rocas que le estaba dando a Bult? Eso es comerciar, ¿no?
Sacudí la cabeza.
—No se las estaba dando, le estaba preguntando si había visto otras iguales. Al menos no estaba tirando petróleo por el suelo y encendiéndolo, como la última vez que lo pillamos con Bult.
—¡Pero eso es hacer una prospección!
—Tampoco podemos demostrarlo.
—Así que lo multan, ¿y luego qué?
—Conseguirá el dinero para pagar las multas, probablemente gracias a algún otro rompepuertas que quiera saber dónde buscar, y luego lo intentará otra vez. Al norte, probablemente, ahora que sabe dónde estamos.