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En el Sector 248-76, pensé.

—¿Y no pueden detenerlo?

—Hay cuatro personas en este planeta, y se supone que estamos explorándolo, no persiguiendo rompepuertas.

—Pero…

—Sí. Tarde o temprano, habrá uno a quien no podremos pillar. No me preocupa Wulfmeier… no le cae bien a los indígitos, y lo que quiera buscar tendrá que hacerlo él sólito. Pero no todos los rompepuertas son escoria. La mayoría son gente que busca un lugar mejor para pasar hambre, y tarde o temprano descubrirán una mina de plata, o convencerán a los indígitos para que les muestren un yacimiento petrolífero. Y todo se habrá acabado.

—Pero el gobierno… ¿qué hay de las reglas? ¿Qué hay de…?

—¿Preservar la cultura indígena y la ecología natural? Depende. El Gran Hermano no puede impedir una operación de minería o prospecciones sin enviar fuerzas, lo que significa puertas y edificios y gente haciendo excursiones para ver la Muralla, y más fuerzas para protegerlas, y muy pronto tienes Los Ángeles.

—Ha dicho usted que depende —dijo Ev—. ¿De qué?

—De lo que encuentren. Si es lo bastante suculento, el Gran Hermano vendrá a cogerlo él mismo.

—¿Qué pasará con los boohteri?

—Lo mismo que pasa siempre. Bult es listo, pero no tanto como el Gran Hermano. Por eso ingresamos en su cuenta bancaria el dinero de esos artículos agotados. Para que tenga una oportunidad de luchar.

Pulsé el botón de transmisión.

—Expedición llamando a la Cruz del Rey. Adelante, Cruz del Rey. —Le sonreí a Ev—. ¿Sabe? Había algo estropeado en la puerta de Wulfmeier.

C.J. conectó y le pedí que enviara un mensaje a la Puerta de Salida. Luego le pasé a Ev para que pudiera darle los detalles.

—¡Fin estuvo magnífica! —dijo—. ¡Tendrías que haberla visto!

Bult y Carson volvieron. Bult había sacado su cuaderno y le hablaba.

—¿Has encontrado algo? —pregunté.

—Holos de anticlinales y tubos de diamante. Un par de latas de gasolina. Un láser.

—¿Y las muestras de minerales? ¿Eran indígenas?

Él sacudió la cabeza.

—Muestras terrestres corrientes. —Miró a Bult, que había acabado de sumar multas y ascendía por la colina para coger su paraguas—. Al menos ahora sabemos por qué Bult nos ha traído hasta aquí.

—Tal vez. —Fruncí el ceño—. Me da la impresión de que se quedó tan sorprendido como nosotros al ver a Wulfmeier. Y desde luego es evidente que Wulfmeier se llevó un buen susto al vernos.

—Probablemente le dijo a Bult que se escabullera y se reuniera con él por la noche. Por cierto, será mejor que nos pongamos en marcha. No quiero que Wulfmeier regrese y nos encuentre todavía aquí.

—No volverá en algún tiempo —aseguré—. Perderá un cable-T. Se le caerá cuando llegue a la Puerta de Salida.

Él sonrió.

—Sigo queriendo llegar al otro lado de la Muralla esta noche.

—Si Bult nos deja cruzar la Lengua.

—¿Por qué no iba a hacerlo? Ya ha conseguido reunirse con Wulfmeier.

—Tal vez —dije yo, pero no habíamos recorrido ni medio klom cuando Bult nos permitió cruzar con los ponis, y ni una palabra de tssi mitss, e o lo que fuera, lo que echó por tierra mi teoría.

—¿Sabe lo mejor de esa escena con Wulfmeier? —dijo Ev mientras chapoteábamos al cruzar y volvíamos a dirigirnos al sur—. La forma en que Carson y usted colaboraron. Es aún mejor que en los saltones.

Yo había visto aquel saltón la noche anterior. Habíamos capturado a Wulfmeier amenazando a Acordeón y acabamos dando puñetazos y patadas, con disparos de láser.

—Ni siquiera tienen que decir nada, siempre saben lo que está pensando el otro. —Ev hizo un amplio gesto—. En los saltones los muestran trabajando juntos, pero esto fue como si se leyeran el pensamiento. Siempre hacen lo que el otro quiere sin necesidad de mediar palabra. Debe de ser magnífico tener un compañero así.

—Fin, ¿dónde crees que vas? —dijo Carson. Se había bajado del poni y estaba desatando las cámaras—. Deja de parlotear sobre costumbres de apareamiento y ven a ayudarme. Acamparemos aquí.

No era un mal sitio para acampar, y Bult volvía a multarnos, o al menos a mí, por cada paso que daba, pero yo seguía preocupada. Los binos de Carson volvieron a desaparecer, y Bult caminó de un lado a otro entre nosotros tres mientras emplazábamos el campamento y cenábamos, dirigiéndome miradas asesinas. Después de la cena, desapareció.

—¿Dónde está Bult? —le pregunté a Carson, buscando su paraguas en la oscuridad.

—Probablemente buscando tubos de diamante —dijo Carson, acurrucado junto a la linterna. Hacía frío de nuevo y unos grandes nubarrones se cernían sobre las Ponicacas.

Yo seguía pensando en Bult.

—Ev —pregunté—, ¿alguna de esas especies suyas se vuelve violenta como parte de sus ritos de cortejo?

—¿Violenta? ¿Quiere decir hacia su pareja? En ocasiones los toros zoes matan a veces accidentalmente a sus compañeras durante la danza nupcial, y las hembras de algunas arañas y de las mantis religiosas se comen vivo al macho.

—Como C.J. —dijo Carson.

—Está pensando más bien en violencia orientada hacia otro objetivo para impresionar a la hembra —señalé.

—Los depredadores a veces matan a sus presas para presentárselas a las hembras como regalo —apuntó Ev—, si considera a eso violencia.

Lo consideraba, sobre todo si eso significaba que Bult nos estaba dirigiendo hacia una guarida de mordisqueadores o a un acantilado para poder lanzar nuestros cadáveres a los pies de su amiguita.

—Ljosssh —dijo Bult, surgiendo de la oscuridad. Dejó caer un montón enorme de leña a nuestros pies—. Ljosssh —le dijo a Carson, y se agachó para encenderla con un prendedor químico. En cuanto ardió, volvió a desaparecer.

—La rivalidad entre los machos es común en casi todos los mamíferos —explicó Ev—, focas, primates…

—Homo sap —dijo Carson.

Homo sapiens —puntualizó Ev, impertérrito—, alces, gatos monteses. En unos pocos casos llegan a luchar a muerte, pero en general se trata de un combate simbólico, destinado a mostrar a la hembra quién es más fuerte, más potente, más joven…

Carson se levantó.

—¿Adónde vas?

—A ver las meteorológicas. No me gusta el aspecto de esas nubes sobre las Ponicacas.

Estaba tan oscuro que no se distinguía nube alguna y ya había visto las meteorológicas. Lo había observado mientras emplazábamos el campamento. Me pregunté si estaba preocupado por Bult y había ido a echarle un vistazo, pero Bult estaba a nuestro lado con otro puñado de leña.

—Gracias, Bult —dije. Miró a Ev, luego a mí y finalmente se marchó, cargado con la leña.

Me levanté.

—¿Adónde va? —dijo Ev.

—A pedir un paradero sobre Wulfmeier. Quiero asegurarme de que ha llegado a la Puerta de Salida. —Saqué el saltón de mi bota y se lo lancé—. Tenga. Pantalones Ceñidos y Bigote Atildado le harán compañía.

Me dirigí al equipo.

Ni rastro de Carson. Saqués el diario y sumé las multas de Bult.

—Totales por día —dije—. Totales secundarios por persona.

Lo observé durante un rato, pensando en Bult y los binos y en las costumbres de apareamiento de Ev.

Cuando regresé junto al fuego, Ev estaba sentado delante de una oficina con un puñado de terminales, lo que no parecía una aventura de Findriddy y Carson.

—¿Qué es eso? —pregunté, sentándome a su lado.

—El Episodio Uno. Esa es usted. —Señaló una de las mujeres.

En éste yo no llevaba pantalones ceñidos. Llevaba una faldita minúscula y una de las camisas de C.J., con luces de aterrizaje y todo, y hablaba a una pantalla que mostraba una geológica.