—Rito de cortejo —dije, pero Ev estaba mirando el techo curvo, intentando ver si había un nido—. Hay varias especies de pájaros que anidan en los nidos de otras especies. El panakeet de Yotata, el cuco.
Regresamos a los ponis. Empezaba a chispear. Bult sacó el paraguas de su mochila y lo abrió. Carson había bajado del poni y cojeaba hacia nosotros.
—Fin, ¿qué demonios estás haciendo? —espetó cuando nos alcanzó.
—Una parada de descanso —expliqué—. No hemos hecho ninguna en todo el día.
—Y no vamos a hacerla ahora. Por fin nos dirigimos al norte. —Cogió las riendas de Inútil y pegó un tirón—. Ev, quédate aquí y ve en retaguardia. Fin cabalgará conmigo.
—Me gusta ir detrás —objeté.
—Lástima —masculló él, y arrastró mi poni—. Vas a cabalgar conmigo. Bult, guía tú. Fin y yo vamos a cabalgar juntos.
Bult me dirigió una mirada asesina y conectó su paraguas. Cruzó el arroyo y luego lo remontó, en dirección al oeste.
—Ahora, en marcha —dijo Carson, y montó en su poni—. Quiero estar lejos de las montañas al anochecer.
—¿Y para eso tengo que cabalgar contigo, para que pueda decirte por dónde está el norte? —dije yo, levantando la pierna—. Por allí.
Señalé al norte. En esa dirección se erguía un alto saliente y entre él y las Ponicacas se extendía una franja de llanura grisácea y rosada, manchada aquí y allá por parches blancuzcos y oscuros.
Bult cruzaba la llanura, todavía siguiendo el arroyo, y su poni dejaba profundas huellas en el suelo blando.
—Gracias —rezongó Carson—. Por la forma en que has estado actuando, no creía que supieras qué cosa es arriba y cuál abajo, mucho menos dónde está el norte.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Pues que no le has estado prestando atención a nada desde que Evelyn apareció y empezó a hablar de costumbres de apareamiento. Pensaba que ya os habríais quedado sin especies.
—Te equivocas —repliqué.
—Se supone que estás explorando, no escuchando a los prestamistas. Por si no te has dado cuenta, estamos en territorio inexplorado, no tenemos aéreas, Bult va medio klom por delante de nosotros… —Señaló hacia delante.
El poni de Bult bebía en el arroyo. Todavía chispeaba, pero Bult apagó su paraguas y lo plegó.
—… y vete a saber qué está haciendo. Podría estar conduciéndonos a una trampa. O trazando círculos hasta que se nos acabe la comida.
Miré a Bult. Había cruzado el arroyo y cabalgado un poco por el otro lado. Su poni bebió otro trago.
—Tal vez Wulfmeier ha vuelto y Bult nos guía derechitos a él. Y no has consultado la pantalla en toda la mañana. Se supone que tienes que escrutar subsuperficies, no escuchar a Evie Querido hablar de sexualidad.
—¡Su charla es mucho más divertida que tus sermones! —Di una patada al diario y pedí una subsuperficial. Por delante, el poni de Bult se había detenido y volvía a beber. Miré el arroyo. Donde cortaba los bancos, la arena parecía lodo—. Cancela la subsuperficial —dije.
—No has estado prestando atención a nada —insistió Carson—. Pierdes los binos, pierdes el saltón…
—Cierra el pico —dije, mirando el macizo, que cubría toda la llanura. La llanura se elevaba ligeramente en su base—. Terreno —pedí—. No. Terreno cancelado.
Contemplé la zona blancuzca más cercana. Donde las gotas de lluvia la alcanzaban, quedaba moteado de rosa.
—Tenías que guardar el saltón en la bota. Si Bult lo coge…
—Calla —ordené. Por donde el poni de Bult había pasado se distinguían unas huellas de quince centímetros de profundidad en la tierra gris y marrón. Las de delante eran oscuras en el fondo.
—Si hubieras estado atenta te habrías dado cuenta de que Wulfmeier… —machacaba Carson.
—¡Mierda! —dije—. ¡Tormenta de polvo! —Golpeé la desconexión—. Mierda.
Carson se volvió en el huesosilla como si esperara ver un berrinche de polvo rugiendo, y luego se volvió y me miró.
—Subsuperficial —le dije al terminal. Señalé las huellas del poni—. Desconectada, y sin rastro. Carson contempló las huellas.
—¿Todo está difuminado?
—Sí —respondí comprobando las cámaras para asegurarme.
—¿Estás ejecutando una subsuperficial?
—No es necesario —dije, señalando la llanura—. Está allí encima. Mierda, mierda, mierda. Evelyn se acercó.
—¿Qué pasa?
—Sabía que estaba tramando algo —dijo Carson, mirando a Bult. Se había bajado del poni y se agachó en el borde de una mancha oscura—. ¿Ves como nos conducía a una trampa?
—¿Qué pasa? —dijo Ev, sacando su cuchillo—. ¿Mordisqueadores?
—No, un par de zapas reales —dijo Carson—. ¿Estaba conectado el diario?
—Pues claro que estaba conectado —repliqué—. Estamos en inexplorado. Terreno, desconectado y sin rastro —dije, pero ya sabía lo que iba a mostrar. Un macizo recortando un terreno ladeado. Barro. Sal. Filtraciones. Un anticlinal típico como en los holos de Wulfmeier. Mierda, mierda, mierda.
—¿Qué pasa? —se impacientó Evelyn.
El terreno apareció en la pantalla.
—Superposición subsuperficial —indiqué.
—Nahtthh —llamó Bult.
Alcé la cabeza. Había levantado su paraguas y señalaba el macizo.
—El muy puñetero —dijo Carson—. ¿Adónde nos lleva ahora?
—Tenemos que salir de aquí —dije, escrutando la subsuperficie. Era peor de lo que esperaba. El terreno tenía quince kloms cuadrados, y estábamos justo en el centro.
—Quiere que le sigamos —dijo Carson—. Probablemente va a enseñarnos un pozo de petróleo. Tenemos que salir de aquí.
—Lo sé —asentí escrutando la subsuperficie. La cúpula de sal ocupaba toda la longitud del macizo y se extendía hasta el pie de las Ponicacas.
—¿Qué hacemos? ¿Volvernos a la Muralla?
Sacudí la cabeza. La única manera segura de salir de allí era volver sobre nuestros pasos, pero los ponis no retrocederían, y la subsuperficial mostraba una falla secundaría al sur del arroyo. Si la cruzábamos en ángulo era probable que nos topáramos con una filtración, y obviamente no podíamos ir al norte.
—Superposición de distancia —dije—. Desconectada y sin rastro.
—No podemos permanecer desconectados todo el día —objetó Carson—. C.J. ya desconfía.
—Lo sé —contesté, mirando desesperada el mapa. No podíamos ir al oeste. Estaba demasiado lejos, y la subsuperficial mostraba filtraciones en esa dirección—. Tenemos que encaminarnos al sur. —Señalé la ladera de las Ponicacas—. Tenemos que subir a ese promontorio para estar por encima de la meseta natural.
—¿Seguro? —dijo Carson, acercándose para mirar la pantalla.
—Segurísimo. Las rocas son de yeso.
—Cosa que frecuentemente se asocia con un anticlinal. Mierda, mierda, mierda.
—¿Y luego qué? ¿Escalar las Ponicacas con este tiempo?
—Señaló las nubes.
—Tenemos que ir a alguna parte. No podemos quedarnos aquí. Y cualquier otro camino puede acabar desembocando en Oklahoma.
—Muy bien —cedió él, montando en su poni—. Vamos, Ev. Nos largamos.
—¿No tendríamos que esperar a Bult? —apuntó Ev.
—Sólo faltaría eso. Ya nos ha metido en bastantes problemas. Que se las arregle solito para salir. Ese maldito Wulfmeier. Guía tú —me dijo—, nosotros te seguiremos.
—Poneos detrás y aullad si veis algo que yo no vea.
Como un anticlinal. O un yacimiento petrolífero.
Miré la pantalla, deseando que nos mostrara un camino que seguir, y empecé a cruzar lentamente la llanura, atenta a las filtraciones y esperando que los ponis no se hundieran de pronto hasta los tobillos. O que decidieran tumbarse.