Empezó a lloviznar, y luego a llover, y tuve que frotar la pantalla con la mano.
—Bult nos sigue —gritó Carson, cuando estábamos a medio camino del promontorio.
Miré hacia atrás. Había plegado su paraguas y acicateaba al poni para alcanzarnos.
—¿Qué le diremos?—pregunté.
—Y yo qué sé —dijo Carson—. Maldito Wulfmeier. Todo esto es culpa suya.
Y mía, pensé. Tendría que haber reconocido los signos en el terreno. Tendría que haber reconocido los signos en Bult.
El suelo se hizo más pálido; ejecuté una geológica y encontré una mezcla de yeso y azufre en el barro. Me pregunté si podría arriesgarme a volver a conectar el transmisor, y aproximadamente entonces Inútil se hundió en una filtración hasta la pezuña. Empezó a lloviznar otra vez.
Tardamos hora y media en salir del yacimiento petrolífero bajo la lluvia y en llegar a las primeras colinas. También eran de yeso, erosionadas por el viento hasta convertirse en montículos aplanados y en forma de huso que parecían exactamente cagadas de poni. Al parecer, allí no había llovido tanto. El yeso estaba seco y polvoriento, y antes de subir cincuenta metros quedamos cubiertos de arenilla rosa y lascas.
Encontré un arroyo y metimos en él los ponis para eliminar el petróleo de sus cascos. Se resintieron del agua fría y la inclinación, y al final desmonté y llevé a Inútil de la rienda, maldiciendo cada paso de la subida.
Bult nos había alcanzado. Estaba justo detrás de Ev, tirando de las riendas de su poni y observando pensativo a Carson. También Ev parecía reflexivo, y esperé que eso no significara que había sumado dos y dos, aunque no parecía probable. Torció el cuello para mirar un lanzabadejo que hacía un vuelo de reconocimiento sobre nosotros.
Necesitaba volver a conectar el transmisor, pero quería asegurarme de que el anticlinal estuviera fuera del alcance de la cámara. Arrastré a Inútil hasta un charco despejado y lo conduje a un pequeño hueco rodeado de rocas y descargué el transmisor.
Ev se acercó.
—Tengo que preguntarle una cosa —dijo con cierta urgencia y yo pensé, mierda, sabía que era más listo de lo que parecía, pero el se limitó a preguntar—: ¿Está cerca la Muralla?
Le contesté que no lo sabía, y él escaló las rocas para comprobarlo con sus propios ojos. Bueno, pensé, al menos no había dicho nada de lo bien que Carson y yo trabajábamos juntos en una crisis.
Borré las subsuperficiales y geológicas y encendí el diario para ver hasta dónde llegaban los daños y luego volví a conectar el transmisor.
—¿Qué ha pasado ahora? —dijo C.J.—. Y no me vengas con que fue otra tormenta de polvo: estaba lloviendo.
—No ha sido una tormenta de polvo. Creí que lo era, pero se trataba de una pared de lluvia. Nos golpeó antes de que pudiera cubrir el equipo.
—Oh —dijo ella, como si la hubiera dejado sin argumentos—. No creía que pudierais tener una tormenta de polvo en ese barro que atravesabais.
—No la tuvimos —confirmé. Le conté dónde estábamos.
—¿Qué hacéis allá arriba?
—Temíamos una riada —le expliqué—. ¿Te han llegado la subsuperficial y el terreno? Estaba trabajando en eso cuando nos alcanzó la lluvia.
Hubo una pausa mientras ella lo comprobaba y yo me pasé una mano por la boca. Sabía a yeso.
—No —respondió—. Hay una orden para una subsuperficial y luego una cancelación.
—¿Una cancelación? Yo no he cancelado nada. Seguramente pasó mientras el transmisor estaba afectado. ¿Y las aéreas? ¿Tienes algo sobre las Ponicacas? —Le di nuestras coordenadas.
Hubo otra pausa.
—Tengo una al este de la Lengua, pero nada cerca de donde estáis. —La puso en la pantalla—. ¿Me pasas a Evelyn?
—Está secando los ponis. Yo misma puedo decirte que no le ha puesto tu nombre a nada todavía, aunque lo ha intentado.
—¿Sí? —dijo ella, complacida, y desconectó sin preguntar nada más.
Ev regresó.
—La Muralla queda justo al otro lado de esas rocas —anunció sacudiéndose el polvo de los pantalones—. Pasa por encima de lo alto de ese risco.
Le dije que fuera a secar los ponis y volví a activar el diario. Las huellas parecían barro, sobre todo con la lluvia picoteando la tierra parda, y estaba nublado, así que no había ninguna iridiscencia. Y no había una subsuperficial. Ni una aérea.
Pero estaba yo, diciendo que cancelara la subsuperficial. Y el terreno estaba allí en el diario para que lo vieran: el macizo de arenisca y la tierra parda y los parches de sal evaporada.
Miré las patas de los ponis. Parecía un poco de barro, tal vez, pero la cosa sería muy distinta cuando las ampliaciones estuvieran disponibles. Y seguro que las pedirían, teniendo en cuenta que C.J. no paraba de hablar de tormentas de polvo falsas y nosotros habíamos desconectado el transmisor durante más de dos horas.
Tendría que decírselo a Carson. Miré hacia el estanque, pero no le vi, y no me apetecía ir a buscarlo. Sabía lo que iba a decir: que tendría que haberme dado cuenta de que era un anticlinal, que estaba en las nubes, que todo era culpa mía y que era un desastre como compañera. Bueno, ¿qué esperaba? Sólo me había elegido por mi sexo.
Carson llegó tras escalar las rocas.
—Le he echado un vistazo al diario de Bult —anunció—. No ha anotado ninguna multa.
—Lo sé —contesté—. Ya lo he comprobado. ¿Qué ha dicho?
—Nada. Está sentado en una de esas cámaras de la Muralla, de espaldas a la puerta.
Me quedé reflexionando.
—Probablemente se siente ofendido porque no le hemos pagado por traernos aquí. Es evidente que Wulfmeier le ofreció dinero por indicarle dónde había un yacimiento petrolífero. —Se quitó el sombrero. Había una línea de polvo de yeso donde antes estaba el ala—. Le dije que nos preocupaba la lluvia, que pensamos que la llanura se inundaría, así que decidimos subir aquí.
—Eso no le impedirá guiarnos de vuelta cuando pare de llover.
—Le dije que querías ejecutar geológicas en las Ponicacas. —Volvió a ponerse el sombrero—. Voy a buscar una forma de salir. —Se agachó a mi lado—. ¿Es muy malo?
—Bastante. Se puede ver la inclinación y el barro en el diario, y a mí en conexión, cancelando la subsuperficial.
—¿Puedes arreglarlo?
Sacudí la cabeza.
—Tuvimos el transmisor desconectado demasiado tiempo. Ya ha pasado la puerta.
—¿Y C.J.?
—Le dije que nos pilló la lluvia. Cree que las huellas son barro. Pero el Gran Hermano no pensará igual.
Dio la vuelta para mirar la pantalla.
—¿Tan malo es?
—Y más —dije amargamente—. Cualquier idiota vería que es un anticlinal.
—Quieres decir que tendría que haberme dado cuenta —se encrespó él—. No fui yo quien se quedó detrás hablando de sexo. —Lanzó el sombrero al suelo—. Ya te advertí que acabaría jorobándonos la expedición.
—¡Pero cómo puedes echarle la culpa a Ev! ¡No fue él quien me estuvo gritando durante una hora mientras los escáneres grababan el maldito anticlinal!
—¡No, estaba demasiado ocupado observando pájaros! ¡Y contemplando saltones! ¡Oh, ha sido de gran ayuda! ¡Lo único que ha hecho en toda esta expedición es intentar echarte un polvo!
Pulsé el botón de borrar, y la pantalla se volvió negra.
—¿Cómo sabes que no lo ha hecho ya? —Pasé ante él—. ¡Al menos Ev se da cuenta de que soy una mujer!
Bajé las rocas, tan enfadada que podría haberlo matado, con multa o sin multa, y acabé sentada en una ponicaca de yeso junto a la charca, esperando que se calmara y buscara un camino de bajada.
Lo hizo tras unos minutos, y llegó al arroyo sin mirarme siquiera. Vi que Ev bajaba desde la Muralla y le decía algo. Carson lo ignoró y se fue al promontorio. Ev se quedó allí observándolo, con cara de pasmo, y luego me miró.