En toda su charla sobre costumbres de apareamiento había una cosa cierta: cuando lo instintivo hace acto de presencia, anula el pensamiento racional. Y el sentido común. Yo estaba enfadada conmigo misma por no haber visto el anticlinal y aún más enfadada con Carson, y medio temerosa de lo que iba a suceder cuando el Gran Hermano viera aquel diario. Y estaba cubierta de polvo de yeso a medio secar y petróleo y apestaba a ponicacas. Y, en los saltones, siempre iba de punta en blanco.
Pero eso no era motivo para hacer lo que hice, que fue quitarme los pantalones y la camisa y meterme en aquella charca. Si Bult me veía me multaría por contaminar el agua y Carson me habría matado por no hacer primero una verificación de f-y-f, pero Bult estaba meditando en la Muralla, y el agua estaba tan clara que se podían ver las rocas del fondo. El agua caía sobre dos peñascos redondeados hasta la charca y salía por un sumidero tallado en la roca.
Avancé hasta el centro, donde el agua me llegaba a la altura del pecho, y me zambullí.
Me levanté, me quité el yeso de los brazos, y volví a zambullirme. Cuando salí, Ev estaba apoyado contra un cascote de yeso.
—Creía que estabas en la Muralla observando lanzabadejos —dije, echándome hacia atrás el pelo con ambas manos.
—Lo estaba. Creía que estabas con Carson.
—Lo estaba —dije, mirándolo. Me hundí en el agua, los brazos por fuera—. ¿Has averiguado el rito de cortejo del lanzabadejo?
—Todavía no. —Se sentó en la roca y se quitó las botas—. ¿Sabías que los mersimios de Chichch se aparean en el agua?
—Desde luego, conoces un montón de especies —comenté salpicando agua—. ¿O te las inventas?
—A veces —admitió, desabrochándose la camisa—. Cuando intento impresionar a una mujer.
Chapoteé hasta donde el agua me llegaba a los hombros y me puse en pie. En ese punto la corriente era rápida. Se arremolinaba entre mis piernas.
—No funcionará con C.J. Lo único que la impresiona es Monte Crissa Jane.
Él se quitó la camisa.
—No es a C.J. a quien trato de impresionar. —Se quitó los calcetines.
—No es buena idea quitarte las botas en territorio inexplorado —advertí nadando hacia él a través de las profundas aguas. La corriente volvió a rozarme las piernas.
—La mersimia invita al macho al agua nadando hacia él. —Se quitó los pantalones y se metió en el agua.
Me puse en pie.
—No entres —le dije.
—El macho entra en el agua —prosiguió, chapoteando—, y la hembra se retira.
Me quedé quieta, observando el agua. Sentí la sacudida, más amplia esta vez, y miré dónde debería estar. Lo único que vi fue un ondular sobre las rocas, como aire sobre terreno caliente.
—Retrocede —le ordené, alzando la mano. Caminé con cuidado hacia él, intentando no perturbar el agua.
—Mira, no pretendía…
—Despacio —dije, inclinándome para sacar el cuchillo de mi bota—. Un paso cada vez.
Él miró temerosamente el agua.
—¿Qué pasa? —dijo. —No hagas ningún movimiento brusco.
—¿Qué pasa? ¿Hay algo en el agua? —Salió rápidamente del agua y se encaramó en la ponicaca.
Lo que pareció una ondulación de la corriente zigzagueó hacia mí, y hundí el cuchillo con un amplio golpe, esperando apuntar al lugar acertado.
—¿Qué es? —dijo Ev.
Ahora que su sangre se esparcía en el agua, lo distinguí: definitivamente era e. Su cuerpo era más largo que el paraguas de Bult y tenía una boca amplia.
—Un tssi mitsse.
También era fauna indígena, y yo lo había matado, lo que significaba que estaba metida en un buen lío. Pero la sangre en el agua y un pez al que no podías ver no eran exactamente problemas menores. Salí de la sangre y del agua.
Ev estaba todavía acurrucado desnudo sobre la roca.
—¿Está muerto? —preguntó.
—Sí. —Me sequé el pelo con la camisa antes de ponérmela—. Y yo también. —Empecé a ponerme el resto de la ropa. Él se bajó de la roca con aspecto ansioso.
—No estás herida, ¿verdad?
—No —dije, mirando el agua y deseando estarlo. Al menos habría podido alegar «defensa propia» en los informes.
La sangre se había esparcido por la mitad inferior de la charca y caía al arroyo por el sumidero. El tssi mitsse flotaba hacia el sumidero también. No vi ninguna actividad a su alrededor, pero no pensaba entrar en el agua a cogerlo.
Dejé a Ev vistiéndose y me dirigí a los ponis, que estaban todos tendidos entre las rocas. Sus cascos estaban aún húmedos, y pensé en que los habíamos hecho recorrer el arroyo y Bult no había dicho ni pío. Nadie en esta expedición estaba haciendo su trabajo.
Cogí un gancho y el paraguas de Bult y volví para sacar el tssi mitsse del agua. Ev se abrochaba la camisa y miraba azorado a Bult, que estaba junto al sumidero, agachado y contemplando el agua ensangrentada. Envié a Ev a coger la holocámara. Bult se desplegó. Tenía su diario, y vio que yo tenía su paraguas en la mano.
—Lo sé, lo sé. Confiscación forzada de propiedad —dije. No importó mucho. Las multas de Bult no eran nada comparadas con la penalización por matar una forma de vida indígena.
El tssi mitsse había flotado hasta cerca de la orilla. Lo enganché con el mango del paraguas y lo saqué, apartándome rápidamente por si no estaba muerto del todo, pero Bult se acercó a él, desplegó un brazo y empezó a meter la mano en su costado.
—Tssi mitss —dijo.
—Estás de guasa. ¿Qué tamaño tienen los grandes?
Medía más de un metro y era perfectamente visible ahora que estaba fuera del agua. El cuerpo era transparente, como una medusa, y debía de tener el mismo índice de refracción que el agua.
—Dihnth —dijo Bult, echando la boca atrás—. Matha mordhiscoh.
Parecía que podían matar a mordiscos, desde luego, o al menos arrancarte un pie. Tenía dos dientes largos y afilados a cada lado de la boca y otros pequeños y serrados en el centro, y eso era bueno. Al menos no era un inofensivo comedor de algas.
Evelyn regresó con la cámara. Me la tendió, mirando al tssi mitss.
—Es grande —dijo.
—Eso es lo que tú crees. Será mejor que vayas a buscar a Carson.
—Sí —dijo él, y se quedó allí, vacilando—. Lamento haber saltado así del agua.
—No te preocupes.
Tomé holos, lo medí y saqué la balanza para pesarlo. Cuando empecé a cogerlo por la cabeza, Bult dijo:
—Matha mordhiscoh.
Lo dejé caer con un golpe seco y eché un vistazo a sus dientes.
Decididamente, no se alimentaba de algas. Las piezas largas a cada lado no eran dientes. Eran colmillos, y cuando analicé el veneno, aquella sustancia corroyó el frasco.
Cogí el tssi mitss por la cola y lo arrastré rocas arriba hasta el campamento y lo anoté en el informe.
—Muerte accidental de fauna indígena —informé al diario—. Circunstancias… —Y me quedé allí sentada contemplando la pantalla.
Carson llegó, subiendo las rocas desde la charca y se detuvo en seco cuando vio al tssi mitss.
—¿Estás bien?
—Sí —dije, mirando a la pantalla—. No toques los dientes. Están llenos de ácido.
—Mierda —masculló—. ¿Es esto lo que había en la Lengua cuando Bult no nos dejaba cruzar?
—No. Esto es la versión pequeña —dije, deseando que se callara.
—¿Te ha mordido? ¿Seguro que estás bien?
—Seguro —dije, aunque no lo estaba.
Se agachó a mi lado y lo miró.