—Mierda —repitió. Me miró—. Evie dice que estabas en la charca cuando lo mataste. ¿Qué demonios estabas haciendo allí?
—Me estaba dando un baño —respondí, mirando a la pantalla.
—¿Desde cuándo te das baños en territorio inexplorado?
—Desde que me paso las tardes cabalgando a través de polvo de yeso —repliqué—. Desde que me mancho con petróleo intentando lavar los ponis. Desde que he descubierto que la mitad de las veces ni siquiera me consideras una mujer.
Él se levantó.
—Así que te desnudaste del todo y hala, a nadar con Evie.
—No me desnudé del todo. Me dejé las botas puestas. —Lo miré—. Y no tengo que quitarme la ropa para que Ev se dé cuenta de que soy una mujer.
—Oh, cierto, olvidé que es el experto en sexo. ¿Es eso lo que hacíais en la charca, una especie de danza de apareamiento? —Le arreó una patada al cadáver con la pierna mala.
—No hagas eso —dije—. Ya tengo bastantes problemas sin tener que rellenar un informe por mutilar restos.
—¿Problemas? —exclamó él. El bigote le temblaba—. ¿Tú tienes problemas? ¿Sabes los problemas que tengo yo? ¿Qué demonios piensas hacer ahora? —Volvió a dar una patada al tssi mitss—. Dejaste que Wulfmeier abriera una puerta ante nuestras narices, nos condujiste a un yacimiento petrolífero, te diste un baño y por poco te matas.
Desconecté el terminal y me levanté.
—¡Y perdí los binos! ¡No olvides eso! ¿Quieres otra compañera, es eso lo que estás diciendo?
—¿Otra…?
—Otra compañera. Estoy segura de que hay mujeres de sobra donde escoger que querrán venir a Boohte contigo como yo hice.
—De eso se trata, ¿verdad? —dijo Carson, frunciendo el ceño—. No es por Evie. Es por lo que dije la otra noche sobre cómo te elegí por compañera.
—Tú no me escogiste, ¿recuerdas? —exclamé furiosa—. El Gran Hermano me eligió. Para equilibrar los sexos. Sólo que por lo visto no funcionó, ya que ni siquiera puedes identificarme como mujer.
—Bueno, ahora sí que puedo. Estás portándote peor que C.J. Hemos sido compañeros durante ciento ochenta expediciones…
—Ciento ochenta y cuatro.
—Llevamos ocho años comiendo deshidratas y soportando a C.J. y recibiendo multas de Bult. ¿Qué demonios importa cómo te escogí?
—Tú no me escogiste. Plantaste los pies encima de mi mesa y me dijiste: «¿Quieres venir?», y yo vine, así de fácil. Y ahora descubro que lo único que te importaba es que supiera hacer topográficas.
—¿Lo único que me import…? —Volvió a asestar una patada al tssi mitss, y un gran fragmento de piel transparente salió disparado—. Me metí en aquella estampida de equipajes y te salvé. Ni siquiera miraba a aquellas prestamistas. ¿Qué quieres que haga? ¿Enviarte flores? ¿Comprarte un pez muerto? No, espera, no me acordaba que de eso ya tienes. ¿Entrechocar la cornamenta con Evie para que puedas decir cuál de nosotros es más joven y tiene dos pies? ¿Qué?
—Quiero que me dejes en paz. Tengo que terminar estos informes —dije, y miré la pantalla—. Quiero que te vayas.
Nadie dijo una palabra durante la cena, excepto Bult, que me multó por sacudirme una mancha de yeso antes de sentarme. Empezó a llover y Carson no paró de acercarse al borde del toldo a contemplar el cielo.
Ev permaneció sentado en un rincón, con aspecto contrito, y yo trabajé en los informes. Bult no mostró la menor intención de querer encender una hoguera. Se sentó en el extremo opuesto, viendo saltones, hasta que Carson se lo quitó y lo cerró, y luego abrió el paraguas, que casi estuvo a punto de saltarme un ojo, y se encaminó a la Muralla.
Me envolví en el petate y trabajé un poco más en los informes, pero hacía demasiado frío. Me acosté. Ev seguía sentado en el rincón y Carson contemplaba la lluvia.
Me desperté en plena noche con el agua que chorreaba por mi cuello. Ev estaba dormido en su petate, roncando, y Carson estaba sentado en el rincón, con el saltón desplegado ante él. Contemplaba la escena en las oficinas del Gran Hermano, la escena en la que me pedía que le acompañara.
Expedición 184: día 4
Por la mañana, no estaba. Llovía intensamente y había empezado a soplar viento. Un arroyuelo corría por el centro del saliente y encharcaba la parte trasera. El bajo del petate de Ev estaba ya mojado.
Hacía mucho más frío y supuse que Carson había ido en busca de leña, pero cuando salí su poni tampoco estaba.
Subí a la Muralla para buscar a Bult. No lo encontré en ninguna de las cámaras. Volví a la charca.
No estaba allí, ni la charca tampoco. El agua chorreaba por todas partes en las rocas, blanca de yeso. La ponicaca en la que Ev se había agazapado estaba completamente cubierta.
Volví a subir a la Muralla y la seguí. Bult estaba en la cima, mirando al sur a lo que se podía ver de las Ponicacas, que no era gran cosa, pues las nubes eran muy bajas.
—¿Dónde está Carson? —grité por encima de la lluvia.
Él miró al este y luego al yacimiento petrolífero que habíamos cruzado ayer.
—Nooh sséh —dijo.
—Cogió uno de los ponis —grité—. ¿Por dónde se fue?
—Nooh vih mchah —respondió—. Nohh dspihdioh.
—No se despidió de nadie. Tenemos que encontrarlo. Ve por el risco, y yo comprobaré el camino por donde hemos venido.
Pero el camino por donde habíamos ido también estaba inundado y era demasiado resbaladizo para que un poni pudiera bajar. Cuando volví al saliente a recoger a Ev, toda la parte trasera estaba anegada y Ev lo apilaba todo sobre otro saliente húmedo.
—Tenemos que trasladar el equipo —dijo cuando me vio—. ¿Dónde está Carson?
—No lo sé —contesté. Encontré otro saliente más alto, no tan profundo e inclinado hacia atrás, y llevamos allí el transmisor y las cámaras. Cuando bajé a coger el resto del equipo, encontré el diario de Carson y su equipo.
Bult regresó, chorreando agua.
—Noh cuehntroh —anunció.
Y al parecer no quiere que lo encuentren, pensé, girando el micro en mis manos.
—Ese saliente no servirá —dijo Ev—. El agua chorrea por el lado.
Volvimos a trasladar el equipo, hasta un hueco apartado de la corriente. Era profundo, y el suelo estaba seco, pero por la tarde un riachuelo corría por él, cayendo en zigzag desde el risco, y por la mañana estaríamos aislados de los ponis. Y de cualquier vía de escape si el agua subía.
Seguí buscando. Caía agua de los dos salientes en los que habíamos estado, y no había manera de que pudiéramos llegar al otro lado del arroyo, ni siquiera sin tssi mitss. Me subí a un promontorio. Estaba lo bastante alto, pero nunca sobreviviríamos al descubierto. Traté de no pensar en Carson, que andaba por ahí sin nada más que su petate. Y sin micro.
Un lanzabadejo se lanzó hacia mi cabeza y luego regresó hacia la Muralla.
—Será mejor que no me incordies —dije.
Volví al hueco y llamé a Ev y Bult.
—Vamos —dije, cogiendo el transmisor—. Nos trasladamos. —Los guié hasta el risco y la Muralla—. Aquí dentro.
—Pensé que esto iba contra las reglas —comentó Ev, pisando el suelo redondeado de la puerta.
—Y todo lo demás —dije—. Incluyendo ahogarse y contaminar los ríos con nuestros cuerpos.
Bult cruzó el umbral y soltó su equipo, luego sacó su cuaderno.
—Invasión de propiedad boohteri —dijo.
Tuvimos que hacer cuatro viajes para subirlo todo, y todavía nos quedaban los ponis, que estaban tendidos en un charco de agua y no querían levantarse. Los empujamos a través de las rocas, soportando sus constantes protestas. Cuando conseguimos llevarlos a la Muralla, ya había oscurecido.