—Es sólo una teoría —dijo Ev—. Necesito ejecutar probabilidades de tamaño y fuerza y tomar muestras de la composición de la Muralla.
—Parece una teoría bastante plausible. Nunca he visto a Bult utilizar una herramienta. Ni pedir una tampoco.
La palabra boohteri para la muralla era «nuestra», pero también lo era para la mayoría de mis cosas y las de Carson. Y el saltón de Ev que había estado mirando.
—Necesitaré un espécimen —dijo Ev, mirando especulativamente al lanzabadejo que realizaba frenéticos círculo?» a nuestro alrededor.
—Adelante —dije, agachándome—. Retuércele el cuello. Yo escribiré los informes.
—Primero quiero grabar esto en holo.
Se pasó la siguiente hora filmando al lanzabadejo picoteando en la gotera. A simple vista no hacía nada especial, pero a media mañana el techo había dejado de gotear y se apreciaba un diminuto parche de material blanco brillante.
Bult entró, con su paraguas y dos lanzabadejos muertos.
—Dame eso —dije, y le quité uno.
Él me miró.
—Confiscación forzosa de propiedad.
—Exactamente. —Se lo tendí a Ev—. «Nuestro.» Será mejor que te lo metas en la boca.
Ev lo hizo y Bult lo observó de mal talante; luego él se metió el otro en la boca y salió. Ev sacó su cuchillo y empezó a quitar lascas de la Muralla.
La lluvia remitía y salí para echar un vistazo. Bult estaba junto al lugar donde el arroyo cortaba el risco, contemplando las Ponicacas. Mientras yo observaba, lo cruzó chapoteando y continuó su camino.
El arroyo debía de estar abajo, como la charca. De todas las superficies seguía manando agua lechosa, pero se podía ver la roca de Ev y el sumidero al pie de la charca. Al oeste, las nubes empezaban a dispersarse.
Subí al risco. Bult había desaparecido. Entré en la cámara y empecé a meter cosas en mi mochila.
—¿Adónde vas? —dijo Ev. Miró alrededor para asegurarse de que Bult no estaba y siguió rascando.
—A buscar a Carson —respondí, arreglando las correas para poder cargarme la mochila a la espalda.
—No puedes —objetó él, blandiendo el cuchillo—. Va contra las reglas. Se supone que tienes que quedarte donde estás.
—Eso es. —Me quité el micro y se lo tendí, junto con el de Carson—. Espera aquí hasta la tarde y entonces llama a C.J., para que venga a buscarte. Sólo estamos a seis kloms de la Cruz del Rey. Llegará en un santiamén. —Crucé el umbral.
—Pero no sabes dónde está —insistió Ev.
—Lo encontraré —aseguré, pero no tuve que hacerlo. Bult y él cruzaban el arroyo charlando amigablemente. Carson cojeaba.
Volví a entrar rápidamente en la cámara, dejé la mochila en el suelo y pedí un R-28-X, Eliminación Adecuada de Restos de Fauna Indígena.
—¿Qué haces? —dijo Ev—. Quiero ir contigo. Es territorio inexplorado. Creo que no deberías ir a buscar a Carson sola.
Carson apareció en la puerta.
—Oh —se sorprendió Ev.
Carson atravesó el umbral y el saltón que Bult había estado viendo. Llovía y Fin contemplaba el avance de dos mil equipajes hacia ella. Carson saltó a la silla y galopó hacia su compañera.
Carson apagó bruscamente el saltón.
—¿Qué anchura crees que tiene el yacimiento? —preguntó.
—Ocho kloms. Tal vez diez. Es la longitud del promontorio —dije. Le tendí su micro—. Perdiste esto.
Él se lo puso.
—¿Estás segura de que son ocho?
—No, pero después de eso hay roca dura, así que no habrá ninguna filtración. Si no ejecutamos una subsuperficial, no habrá problema. ¿Es eso lo que estuviste haciendo, buscando una salida?
—Quiero partir a mediodía —anunció él, y se dirigió a Bult—. Vamos, tenemos trabajo.
Se agacharon en un rincón y Carson vació sus bolsillos. Durante su misteriosa excursión había recolectado montones de f-y-f. Tenía tres muestras vegetales en bolsas de plástico, un holo de alguna especie de ungulado y un puñado de rocas.
Nos ignoró, lo que no molestó a Ev, que estaba muy ocupado diseccionando su espécimen. Lo empaqueté todo y coloqué los grandes angulares en los ponis.
Carson cogió una de las rocas y se la tendió a Bult. Era cristal de algún tipo, transparente con caras triangulares. Según las normas yo tendría que estar ejecutando una mineralógica para ver si ya tenía nombre, pero no estaba dispuesta a decirle nada a Carson, ya que estaba tan decidido a no mirarme.
—¿Tienen los boohteri un nombre para esto? —le preguntó a Bult.
Bult vaciló, como si esperara alguna pista por parte de Carson, y entonces dijo:
—Thitsserrrah.
—¿Tchahtssillah? —aventuró Carson.
Se supone que los libros empiezan con una «b» explosiva, pero Bult asintió.
—Tchatssarrah.
—¿Tssirrroh? —intentó Carson.
Siguieron así durante quinte minutos, mientras yo ataba el terminal a mi poni y recogía los petates.
—¿Tssarrrah? —dijo Carson, ya algo irritado.
—Sssíh —confirmó Bult—. Tssarrrah.
—Tssarrrah —repitió Carson. Se levantó, se acercó a mi poni, e introdujo el nombre. Entonces volvió junto a Bult y empezó a recoger las bolsas de plástico—. El resto lo haremos más tarde. No quiero pasar otra noche en las Ponicacas.
¿Y eso era todo?, pensé, viendo cómo metía las plantas en su alforja.
Ev seguía trabajando en su espécimen.
—Vamos —anuncié—. Nos marchamos.
—Sólo un par de holos más —dijo, agarrando la cámara.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Carson.
—Recopilando datos —contesté.
Ev tuvo que sacar también un holo del exterior, y rascar una muestra de la superficie.
Tardó otra media hora en terminar y Carson se mostró impaciente todo el tiempo, maldiciendo a los ponis y mirando las nubes.
—Parece que va a llover. —No paraba de decirlo, pero no llovió. Era evidente que la lluvia había pasado. Las nubes se dispersaban y los charcos se estaban secando ya.
Finalmente nos pusimos en marcha poco después de mediodía; Bult y Carson abrían la marcha y Ev iba detrás, sacando holos de la Muralla y el lanzabadejo que supervisaba nuestra partida.
El arroyo que había cortado el risco se había reducido a un hilillo. Lo seguimos hasta donde conectaba con la Lengua y nos encaminamos hacia el este.
En aquel punto formaba un gran cañón con espacio al fondo para los ponis. Bult se arrodilló en la orilla y la inspeccionó, aunque ignoro cómo lograba distinguir un tssi mitss en las turbias aguas rosadas. Todos debían de haber sido arrastrados corriente abajo por la riada, porque dio su aprobación. Cruzamos con los ponis y nos internamos en el cañón. Después del primer klom o así la orilla se volvió demasiado rocosa para contener fango y las nubes empezaron a dispersarse. Incluso salió el sol durante unos pocos minutos. Ev seguía atareado con su espécimen; Carson y Bult hablaban y gesticulaban, intentando decir qué camino seguir; yo me reconcomía por dentro. Estaba tan enfadada que podría haber matado a Carson. Me lo había imaginado ahogado en algún barranco, medio devorado por un mordisqueados en aquellos tres angustiosos días. Y cuando volvió ni una palabra de cómo demonios había capeado la riada o dónde demontres había estado.
Empezamos a escalar y me llegó un leve rugido desde arriba.
—¿Has oído?—le pregunté a Ev.
Él estaba absorto en la pantalla y trabajaba en su teoría del lanzabadejo, por eso tuve que volver a preguntárselo.