—Rito de cortejo —le expliqué—. Le dije que Ev había bautizado la catarata en su honor: Catarata de Cristal. —Miré a Carson—. Era la única manera que tenía de ganarse un polvo. En este planeta, al menos.
Los tortolitos seguían abrazados.
—Cuando averigüe cómo la llamamos de verdad, se pondrá hecha una furia —dijo Carson, sonriendo—. ¿Cuándo piensas decírselo?
—Nunca. Ése es el nombre que transmití.
Él dejó de sonreír.
—¿Por qué demonios lo hiciste?
—El otro día Ev casi me coló un nombre. Arroyo Criss-cross. Tú estabas pendiente de los planes de Bult, y yo estaba ocupada tratando de cargarlo todo en los ponis, y cuando me preguntó cómo íbamos a llamar al arroyuelo que cruzamos, no le presté atención. Al Gran Hermano no se le habría escapado, pero a mí sí. Tenía la cabeza en otros asuntos.
Ev y C.J. se habían soltado y contemplaban la catarata. C.J. hacía ruiditos chirriantes que prácticamente ahogaban la cascada.
—Al Gran Hermano no se le pasará tampoco Catarata de Cristal —dijo Carson—. En cambio Catarata Tssarrrah habría colado.
—Lo sé, pero tal vez estén demasiado ocupados gritándonos por ponerle ese nombre y matar al tssi mitss que se olvidarán del yacimiento petrolífero.
Él miró a Ev. C.J. volvía a besarle.
—¿Qué hay de Evie?
—No dirá nada.
—¿Y Bult? ¿Cómo sabemos que no nos sacará de estas montañas directamente a otro anticlinal? ¿O a un yacimiento de diamantes?
—Eso tampoco es un problema. Sólo tienes que pedírselo.
El se volvió a mirarme.
—¿Decirle qué?
—¿No sabes reconocer cuándo le haces tilín a alguien? Te enciende hogueras, ve tus escenas en el saltón una y otra vez, te hace regalos…
—¿Qué regalos?
—Todos esos datos. Los binos.
—Eran nuestros binos.
—Sí, bueno, los indígitos parecen tener algunos problemas con esa palabra. Te dio también la mitad del lanzabadejo. Y un yacimiento petrolífero.
—Por eso accedió a ayudarme con la catarata. —Se detuvo—. Creía que Ev dijo que era macho.
—Y lo es —sonreí yo—. Por lo visto tiene tantos problemas en identificar nuestro sexo como nosotros con él.
—¿Cree que soy una hembra?
—No me extraña —me burlé. Empecé a caminar.
Él me agarró del brazo y me hizo girar para que lo mirara a la cara.
—¿Seguro que quieres hacer esto? Podrían despedirnos.
—No, no lo harán. Somos Findriddy y Carson. Somos demasiado famosos para que nos despidan —le sonreí—. Además, no pueden. Después de esta expedición, les deberemos nuestros salarios de las próximas veinte.
Nos acercamos a C.J. y Ev, que otra vez se hacían arrumacos.
—Ev, tú y tu poni volveréis con C.J. a la Cruz del Rey —anuncié—. Tienes que escribir todo ese rollo de la Muralla.
—Evelyn me ha contado su teoría —dijo C.J. Yo me pregunté cuándo había tenido tiempo—. Y cómo te salvó del tssi mitss.
—Nosotros nos adelantamos para acabar la expedición —dijo Carson, acercando el poni de Ev—. Ya que estamos aquí, exploraremos las Ponicacas.
Metimos al poni en la bodega y le indicamos a C.J. que girara al oeste sobre las Ponicacas y luego al norte camino de casa y que tratara de tomar una aérea.
Ella no prestaba atención.
—No os preocupéis, ¿vale?, tomaos vuestro tiempo —dijo, subiendo al heli—. Nosotros estaremos bien. —Avanzó hacia el interior.
Carson le tendió a Ev su mochila.
—Si pudierais sacar holos de la Muralla en sitios distintos, lo agradecería —dijo Ev—. Y muestras del yeso.
Carson asintió.
—¿Algo más?
Ev miró al heli.
—Ya habéis hecho bastante. —Sacudió la cabeza, sonriendo—. Catarata de Cristal —dijo, mirándome—. Sigo pensando que deberíamos haberla llamado Deseo del Corazón.
Subió al heli y C.J. despegó, revoloteando tan cerca del suelo que los dos tuvimos que agacharnos.
—Quizás hemos hecho demasiado —masculló Carson—. Espero que C.J. no esté tan agradecida que acabe matándolo.
—Yo no me preocuparía por eso.
El heli circundó el cañón como un lanzabadejo y pasó ante la catarata para echar un último vistazo. Se perdieron volando con rumbo norte, cruzando la llanura, lo cual significaba que no íbamos a conseguir ninguna aérea.
—Sólo estamos posponiendo lo inevitable, ¿sabes? —comentó él, contemplando el heli—. Tarde o temprano el Gran Hermano se dará cuenta de que hemos tenido demasiadas tormentas de polvo, o Wulfmeier se encontrará con esa veta de plata del 246-73. Si Bult no averigua lo que podría conseguir por este sitio y lo dice primero.
—He estado pensando en eso. Tal vez no será tan malo como pensamos. No construyeron la Muralla, ¿lo sabías? Sólo se mudaron después, golpearon a los nativos en la cabeza, y se apoderaron de ella. Bult probablemente será dueño de la Puerta de Salida y de media Tierra dentro de un año.
—Y construirá una presa sobre la catarata.
—No si fuera un parque nacional. Ya has oído lo que dijo Ev sobre cómo quería ver los árboles de plataluz y la Muralla, sobre todo cuando descubran quién la construyó. Supongo que la gente vendrá desde muy lejos para disfrutar del paisaje. —Hice un gesto hacia la catarata—. Bult podría cobrar por la entrada.
—Y luego multarlos por dejar huellas —añadió—. Por cierto, ¿cómo impedirás que Bult se enamore de ti cuando se entere de que no soy una hembra?
—Él cree que soy un macho. Le pasa lo mismo que a ti: no me identifica como mujer.
—Me lo estarás machacando siempre, ¿eh?
—Pues sí.
Me acerqué al lugar donde Bult estaba sentado, viendo el saltón en el que Carson cogía de la mano a Faldita Minúscula.
—Ven conmigo —dijo Carson.
—Vamos, Bult —dije—. En marcha.
Bult cerró el saltón y se lo tendió a Carson.
—Enhorabuena —me burlé—. Estás prometido.
Bult sacó su cuaderno.
—Perturbación de la superficie terrestre —me dijo—. Ciento cincuenta.
Monté a Inútil.
—En marcha.
Carson contemplaba de nuevo las cataratas.
—Sigo pensando que tendríamos que haberlas llamado Cataratas Tssarrrah —dijo. Se acercó a su poni y empezó a rebuscar en la alforja.
—¿Qué demonios estás haciendo ahora? —protesté—. ¡Vámonos!
—Tono y modales inadecuados —le dijo Bult a su cuaderno.
—No hablaba contigo —contesté—. ¿Qué estás buscando? —le pregunté a Carson.
—Los binos. ¿Los tienes tú?
—Te los di. Venga, vamos.
Montó en su poni y empezamos a bajar la pendiente siguiendo a Bult. Tras el acantilado la llanura se volvía púrpura con la luz del atardecer. La Muralla se curvaba al salir de las Ponicacas y serpenteaba entre ellas, y más allá se extendían las mesetas, ríos y conos de ceniza del territorio inexplorado, ofrecidos ante mí como un regalo, como los regalos de un parrapájaro.
—No me los diste —replicó Carson—. Si has vuelto a perder los binos…