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—Como perder esa camisa —la interrumpí.

—No estás precisamente en posición de criticar mi aspecto —atajó ella—. ¿Cuándo fue la última vez que te cambiaste la tuya? ¿Qué has estado haciendo, revoleándote en el barro? Y quita esas botas de los muebles. ¡Son repugnantes! —Me golpeó las piernas con el paño de cocina.

Era tan divertido como hablar con Bult. Si me iban a pasar por la parrilla, más valía que fuera a manos de expertos. Me levanté de la silla.

—¿Alguna observación?

—Si quieres decir reprimendas oficiales, hay dieciséis. Están en el ordenador. —Volvió a la cocina, con la falda ondeando—. Y lávate. No te sientes a la mesa con ese aspecto.

—Sí, querida —dije, y me dirigí a la consola. Introduje el informe de la expedición y eché un vistazo a las superficies que había explorado en el Sector 247-72 y luego solicité las observaciones.

Estaban los mensajes de amor habituales del Gran Hermano: no cubríamos suficientes sectores, no dábamos suficientes nombres indígenas, incurríamos en demasiadas multas.

«Observación sobre el lenguaje utilizado por los miembros de las expediciones de exploración: tales miembros se abstendrán de emplear términos despectivos en referencia al gobierno, sobre todo abreviaciones y términos de argot como "Gran Hermano" y "los capullos de casa". Esas referencias implican falta de respeto, y por tanto minan las relaciones con los seres indígenas y obstruyen los objetivos del gobierno. Los miembros de las expediciones de exploración se referirán por tanto al gobierno con su nombre adecuado y completo.»

Entraron Evelyn y Carson.

—¿Algo interesante? —preguntó Carson, inclinándose sobre mí.

—Teníamos nuestros micros demasiado altos —dije.

Me dio una palmada en el hombro.

—Voy a comprobar el tiempo y a darme un baño.

Asentí, contemplando la pantalla. Él se marchó y yo me quedé contemplando de nuevo las observaciones y luego miré a mis espaldas. Ev estaba inclinado sobre mí, con la barbilla prácticamente sobre mi hombro.

—¿Le importa si miro? —dijo—. Es tan exci…

—Lo sé, lo sé —dije—. No hay nada más emocionante que leer un puñado de informes del Gran Hermano. Oh, lo siento —dije, señalando la pantalla—, se supone que no podemos llamarlos así. Se supone que debemos utilizar títulos adecuados. No hay nada más emocionante que leer los informes del Tercer Reich.

Ev sonrió, y yo pensé sí, es más listo de lo que parece.

—Fin. —C.J. llamó desde la puerta del comedor. Se había desabrochado la blusa otros diez grados—. ¿Puedo llevarme a Evelyn un minuto?

—Apuesta a que sí, Crissa Jane.

Ella me miró de mal talante.

—Es lo que significa C.J., ¿sabe? —informé a Ev—. Crissa Jane Tull. Tendrá que recordarlo para cuando salgamos de expedición.

—¡Fin! —exclamó ella—. Ev —llamó dulcemente—, ¿puedes ayudarme con la cena?

—Claro —dijo Ev y se fue tras ella como una bala. Bueno, no mucho más listo.

Volví a las observaciones. No estábamos mostrando un «respeto adecuado por la integridad cultural indígena», lo que quería decir vete a saber qué; no habíamos rellenado todavía la subsección 12-2 del informe de minerales de la Expedición 158; habíamos dejado dos huecos de territorio inexplorado en la Expedición 162, uno en el Sector 248-76 y otro en el Sector 246-73.

Yo sabía lo que era el hueco 246-73, pero no el otro, y dudaba de que hubiera aún un hueco. Habíamos recorrido gran parte de ese territorio en la penúltima expedición.

Pedí las topográficas y solicité un diseño de mapas. El Gran Herma… Hizzoner tenía razón por una vez. Había dos agujeros en el mapa.

Carson entró, con una toalla y un par de calcetines limpios.

—¿Nos han despedido ya?

—Por poco. ¿Cómo está el tiempo?

—Lloverá en las Ponicacas a principios de la semana que viene. Por lo demás, nada. Ni siquiera un berrinche de arena. Parece que podremos ir adonde queramos.

—¿Qué tal por territorio explorado? ¿Por la 76 arriba?

—:Lo mismo. Claro y seco. ¿Por qué? —dijo, acercándose para echar un vistazo a la pantalla—. ¿Qué tienes?

—No lo sé todavía. Probablemente, nada. Ve a lavarte.

Se dirigió hacia la letrina. Sector 248-76. Eso quedaba al otro lado de la Lengua y, si no recordaba mal, cerca del Arroyo de Sombraplata. Fruncí el ceño ante la pantalla durante un minuto y luego pedí el diario de la Expedición 181 y empecé a echarle una ojeada rápida.

—¿Es ésa la expedición de la que acaban de volver? —dijo Ev, y yo me di la vuelta para encontrármelo otra vez pegado encima.

—Creía que estaba ayudando a C.J. en la cocina —señalé, desconectando el ordenador.

Él hizo una mueca.

—Hace demasiado calor allí dentro. ¿Enviaba el diario de la expedición a la NASA?

Sacudí la cabeza.

—El diario va en directo. Se transmite directamente a C.J. y ella lo envía a través de la puerta. Estaba terminando el sumario de la expedición.

—¿Envía usted todos los informes?

—No. Carson envía las topográficas y las f-y-f. Yo envío las geológicas y las cuentas. —Pedí la suma de las multas de Bult.

Ev parecía inquieto.

—Quería pedirle disculpas por conducir el rover. No sabía que iba contra las reglas utilizar transporte no indígena. Lo último que querría hacer en mi primer día era meterlos en problemas a usted y al doctor Carson.

—No se preocupe. Todavía nos quedan salarios en esta expedición, lo cual ya es más de lo que sacamos en las dos últimas. Lo único que realmente te mete en problemas es matar a la fauna y bautizar cualquier descubrimiento con el nombre de alguien —dije, mirándolo, pero él no pareció especialmente culpable. Por lo visto C.J. aún no había adoptado su pose total—. De todas formas, estamos acostumbrados a los problemas.

—Lo sé —contestó él, animado—. Como la vez que la estampida casi acaba con su vida y el doctor Carson llegó al rescate.

—¿Cómo sabe eso? —pregunté.

—¿Está de broma? Son ustedes…

—Famosos, ya. Pero cómo…

—Evelyn —llamó C.J., chorreando miel con cada sílaba—, ¿puedes ayudarme a poner la mesa? —El volvió a marcharse.

Conecté de nuevo el diario 181 y luego cambié de opinión y pedí los paraderos. Comprobé las dos veces que habíamos estado en el Sector 248-76. Wulfmeier había estado en la Puerta de Salida en ambas ocasiones, lo que no demostraba nada. Pedí una verificación sobre él.

—Necessito orrdenator —dijo Bult.

Alcé la cabeza. Estaba junto al ordenador, apuntándome con su paraguas.

—Yo también necesito el ordenador —dije, y él echó mano a su diario—. Además, casi es la hora de la cena.

—Necessito compprarr—dijo él, colocándose tras de mí para poder ver la pantalla—. Confiscación forzosa de propiedad.

—Muy bien—accedí, preguntándome qué era peor, no poder escapar de la bayoneta de su paraguas o una nueva multa. Además, no podría averiguar lo que necesitaba saber con tanta gente pegada a mi hombro. Y la cena estaba preparada. Evelyn empujó la puerta de la cocina con el hombro y sacó un plato de carne. Pedí el catálogo.

—Aquí tienes —dije, levantándome—. Nieman Marcus a tu disposición. Adelante. Compprra.

Bult se sentó, abrió el paraguas y empezó a hablar con el ordenador.

—Un par de docenas de gafas de campo digiscan polarizantes —dijo—, con funciones telemétricas y ampliación de objetos.

Ev se le quedó mirando.

—Una máquina tragaperras «Patinadores Especiales» —prosiguió Bult.

Ev se acercó con el plato.