—¿Bult sabe hablar inglés?
Cogí un trozo de carne.
—Depende. Cuando está pidiendo cosas, sí. Cuando se le habla, no mucho. Cuando intentas negociar exploraciones satélite o permiso para emplazar una puerta, no hablo inglés. —Cogí otro trozo de carne.
—¡Ya está bien! —protestó C.J., que traía las verduras—. ¡De verdad, Fin, tienes los modales de un rompepuertas! ¡Al menos podrías esperar a que lleguemos a la mesa! —Soltó las verduras—. ¡Carson! ¡La cena está lista! —Llamó, y regresó a la cocina.
Él entró, secándose las manos con una toalla. Se había lavado y afeitado alrededor del bigote. Se acercó a mí.
—¿Has encontrado algo? —murmuró.
—Tal vez.
Ev, todavía sosteniendo el plato de carne, me miraba intrigado.
—He descubierto que esos binoculares que perdiste van a costamos trescientos —dije.
—¿Yo los perdí? —contestó Carson—. Los perdiste tú. Los puse junto a tu mochila. ¿Por qué demonios son trescientos?
—Posible contaminación tecnológica —expliqué—. Si los encuentra un indígito nos habrás hecho perder quinientos.
—¡Y he sido yo! —exclamó él.
C j. entró con un cuenco de arroz. Se había puesto otra camisa con las coordenadas aún más bajas, y con luces alrededor de los bordes como las del paraguas de Bult.
—Tú eras el que tenías prisa por regresar y conocer a Evelyn —señalé.
Saqué una silla de debajo de la mesa y me senté. Él cogió el plato de las manos de Ev.
—Quinientos. ¡Mierda! —Colocó el plato sobre la mesa—. ¿A cuánto asciende el resto de las multas? —No lo sé. Aún no lo he calculado.
—Bien, ¿qué demonios has estado haciendo esta vez? —Se sentó—. Está claro que no te has dado un baño.
—C.J. se ha arreglado lo suficiente por todos —dije—. ¿Para qué son las luces? —le pregunté. Carson hizo una mueca.
—Son como las señales de las pistas de aterrizaje, para que puedas encontrar el camino. C.J. lo ignoró.
—Siéntate a mi lado Evelyn.
Él le retiró la silla y C.J. se sentó, apañándoselas para inclinarse de forma que pudiera verle toda la pista. Ev se sentó a su lado.
—¡No puedo creer que esté cenando con Carson y Findriddy! Háblenme de sus expediciones. Seguro que han corrido un montón de aventuras.
—Bueno —dijo Carson—, Fin perdió los binos.
—¿Han decidido ya cuándo empezaremos la próxima expedición? —preguntó Ev. Carson me miró.
—Todavía no —contesté—. Dentro de unos cuantos días, probablemente.
—Oh, bueno —ronroneó C.J., inclinándose en dirección de Ev—. Así tendremos más tiempo para conocernos. —Se colgó de su brazo.
—¿Puedo ayudar en algo? —dijo Ev—. ¿Cargar los ponis o algo? Estoy ansioso por comenzar.
C.J. le soltó el brazo, disgustada.
—¿Para así poder pasar tres semanas durmiendo en el suelo y escuchando a estos dos?
—¿Estás de broma? —dijo él—. ¡Hice la solicitud para tener la oportunidad de ir de expedición con Carson y Findriddy hace cuatro años! ¿Cómo es estar en el equipo de investigación con ellos?
—¿Cómo es? —Ella nos miró—. Son maleducados y sucios, se saltan todas las normas, y no dejes que todas sus discusiones te engañen: son uña y carne. —Montó un dedo sobre otro—. Nadie tiene una oportunidad contra esos dos.
—Lo sé —asintió Ev—. En los saltones se…
—¿Qué son esos saltones? —pregunté—. ¿Una especie de holo?
—Son DHVs —dijo Ev, como si eso lo explicara todo—. Hay toda una serie sobre usted, Carson y Bult. —Se detuvo y miró a Bult agazapado sobre el ordenador, bajo su paraguas—. ¿Bult no come con ustedes?
—No le está permitido —respondió Carson, sirviéndose la carne.
—Reglas —expliqué—. Contaminación cultural. Invitarlo a comer a la mesa y usar cubiertos es imperialista. Podríamos corromperlo con comidas terrestres y enseñándole modales.
—Hay pocas posibilidades de eso —dijo C.J., retirando el plato de carne del alcance de Carson—. Vosotros dos no sabéis lo que son los modales.
—Así que mientras comemos —prosiguió Carson, desparramando patatas sobre su plato—, él se sienta a ordenar tacitas de café y cucharillas para doce. Nadie ha dicho jamás que el Gran Hermano tuviera mucha lógica.
—El Gran Hermano, no —intervine, blandiendo un dedo ante Carson—. Observación a nuestra última reprimenda: los miembros de la expedición se referirán al gobierno por su título adecuado.
—¿Cuál? ¿Idiotas, S.A.? —se burló Carson—. ¿Qué otras brillantes órdenes has encontrado?
—Quieren que cubramos más territorio. Y han desautorizado uno de nuestros nombres. Arroyo Verde.
Carson levantó la cabeza de su plato.
—¿Qué demonios hay de malo en Arroyo Verde?
—Hay un senador llamado Verde en el Comité de Vías y Obras. Pero no pudieron demostrar ninguna conexión, así que nos multaron con el mínimo.
—También hay gente se que llama Ríos o Montes —dijo Carson—. Si uno de ésos entra en el comité, ¿qué demonios haremos entonces?
—Creo que es ridículo que no se pueda poner a las cosas nombres de gente —dijo C.J.—. ¿No te parece, Evelyn?
—¿Por qué no se puede? —preguntó Ev.
—Reglas —dije yo—. «Observación a la práctica de nombrar formaciones geológicas, ríos, etc., en honor a exploradores, oficiales del gobierno, personajes históricos, etc.: dicha práctica es indicativa de actitudes colonialistas opresivas y falta de respeto por las tradiciones culturales indígenas, etc., etc.» Pasadme la carne.
C.J. cogió el plato, pero no lo pasó.
—¡Opresivo! Faltaría más. ¿Por qué no podemos ponerle a algo nuestro nombre? Somos nosotros quienes estamos atascados en este horrible planeta solos en territorio inexplorado durante meses y meses y con vete a saber qué peligros acechando. Merecemos algo.
Carson y yo hemos oído este discurso como unas cien o doscientas veces. Antes nos machacaba a nosotros, pero luego descubrió que los prestamistas eran más receptivos.
—Hay cientos de montañas y arroyos en Boohte. No me diréis que no hay algún medio de nombrar a uno de ellos en honor a alguien. Quiero decir que el gobierno ni siquiera se enteraría.
Bueno, en eso creo que se equivoca. Sus Majestades Imperiales comprueban cada nombre, y aunque lo único que intentáramos colarles fuera un insecto llamado C.J., podrían expulsarnos de Boohte.
—Hay una forma de conseguir que bauticen algo con tu nombre, C.J. —dijo Carson—. ¿Por qué no dijiste que estabas interesada?
C.J. entornó los ojos.
—¿Cómo?
—¿Recuerdas a Stewart? Fue uno de los primeros exploradores de Boohte —le explicó a Ev—. Quedó atrapado en una riada y acabó aplastado contra una colina. La Colina de Stewart, la llamaron. In memoriam. Todo lo que tienes que hacer es coger mañana el heli y apuntar contra lo que quieras que tenga tu nombre, y…
—Muy gracioso —bufó C.J.—. Estoy hablando completamente en serio. —Se volvió hacia Ev—. ¿No te parece normal el deseo de dejar alguna huella, para que después de que te marches no te olviden, una especie de monumento a tu labor?
—¡Mierda, si hablamos de labor, quienes tendrían que ponerle el nombre a algo somos Fin y yo! —dijo Carson—. ¿Qué te parece, Fin? ¿Quieres ponerle tu nombre a algo?
—¿Y qué sacaría de eso? ¡Lo que quiero es la carne! —Extendí las manos, pero nadie me hacía caso.
—Lago Findriddy —dijo Carson—. Meseta Fin.
—Pantano Findriddy —intervino C.J.
Era hora de cambiar de tema, o nunca conseguiría nada de carne.
—Así que, Ev, es usted sexozoólogo.