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—Estamos esperando —urgí yo—. Venga, ya le ha dicho adiós, Ev. Ahora salte.

—No lo olvides —susurró C.J., y se inclinó para volver a besarlo.

—Ahora —dije, y le di un empujón. Él saltó. CJ. se agarró al borde de la portezuela y me miró con muy mala cara. La ignoré y empecé a tenderle los petates y el equipo de exploración.

»No se cargue la flora —le grité, demasiado tarde. Ya había pisado unos matojos.

Miré a Bult, pero se había acercado al borde del río y miraba en otra dirección con los binos.

—Lo siento —me gritó Ev. Enderezó la planta y buscó alrededor un espacio pelado.

—Deja de chismorrear y salta —dijo Carson a mis espaldas—, para que pueda descargar los ponis.

Agarré las mochilas de suministros y se las tendí a Ev.

—Échese atrás —le grité, y escruté el suelo en busca de una zona despejada.

—¿Por qué tardas tanto? —gritó Carson—. Van a descargar antes de que los descargue.

Detecté una zona pelada y salté, pero antes de llegar, Carson gritó:

—¡Más bajo, C.J.!

Por lo que casi choqué la cabeza con el heli cuando me enderecé.

—¡Más bajo! —gritó Carson por encima del hombro, y CJ. hizo zambullirse al heli—. Fin, coge las riendas, porras. ¿A qué demonios estás esperando? ¡Llévatelos!

Cogí las riendas oscilantes, lo que sirvió para tanto como siempre, pero Carson siempre piensa que los ponis van a volverse racionales de pronto y a saltar. Retrocedieron y se atascaron y apretujaron a Carson contra la pared de la bodega del heli, como siempre, y Carson dijo, también como siempre:

—¡Seréis cretinos! ¡Apartaos de mí! —Bult se afanó a apuntarlo todo en su cuaderno.

—Abuso verbal de fauna indígena.

—Vas a tener que empujarlos —dije, como siempre, y volví a subir.

»Ev —grité—, vamos a bajarlos como podamos. Indique a CJ. cuándo toca las puntas de los matorrales.

C.J. hizo dar la vuelta al heli y bajó un poco más.

—Más arriba —dijo Evelyn, indicando con la mano—. Muy bien.

Estábamos a medio metro del suelo.

—Intentémoslo una vez más —dijo Carson, como siempre—. Coge las riendas.

Lo hice. Esta vez, se apretujaron contra el respaldo del asiento de C.J.

—Maldición, hijos de puta de cerebros de mierda —gritó Carson y les golpeó los cuartos traseros. Se apretujaron contra él un poco más.

Conseguí colocarme junto a Carson y alcé una pata trasera del que le estaba pisando la pierna mala. El animal obedeció como si lo hubieran drogado; conseguimos arrastrarlo hasta el borde de la puerta y lo empujamos. Aterrizó con un «oof» y se quedó allí.

Evelyn se apresuró a echarle un vistazo.

—Creo que está herido —dijo.

—No. Sólo exagera. Apártese.

Levantamos a los otros tres, los tiramos encima del primero y saltamos.

—¿No deberíamos hacer algo? —se inquietó Evelyn, contemplando ansioso el montón.

—No hasta que estemos preparados para partir —dijo Carson, quien recogió sus cosas—. No pueden cagar en esa posición. Vamos, Bult. Empaquetemos.

Bult se hallaba todavía junto a la Lengua, pero había soltado los binos y estaba agachado en la orilla, contemplando el agua de un centímetro de profundidad.

—¡Bult! —grité, acercándome a él.

Se levantó y sacó su cuaderno.

—Perturbación de la superficie del agua —declaró, señalando el heli—. Generación de oleaje.

—No hay agua suficiente para levantar olas —objeté, metiendo la mano—. Apenas hay agua suficiente para mojarte el dedo.

—Introducción de cuerpo extraño en agua —prosiguió Bult.

—Extraño… —empecé a decir, pero el heli ahogó mis palabras. Revoloteó sobre la Lengua, revolviendo el centímetro de agua, y regresó, rozando los matorrales. C.J. pasó por encima de nuestras cabezas, lanzando besitos.

»Lo sé, lo sé —le dije a Bult—, perturbación del agua.

Se acercó a un puñado de matojos, desplegó un brazo por debajo, y sacó dos hojas finas y una baya aplastada. Me las tendió.

—Destrucción de cosecha —dijo.

C.J. viró y dio la vuelta, saludó, y se dirigió al noreste. Yo le había dicho que pasara por el Sector 248-76 camino de casa e intentara conseguir una aérea. Esperaba que no estuviera tan distraída tonteando con Ev para olvidarlo.

Ev miraba hacia el sur, a las montañas.

—¿Es eso la Muralla? —dijo.

—No. La Muralla está en esa dirección —indiqué, señalando más allá de la Lengua—. Ésos son las Ponicacas.

—¿Vamos a ir allí? —dijo Ev, con una mirada de emoción.

—En este viaje, no. Seguiremos la Lengua hacia el sur unos pocos kloms y luego nos dirigiremos al noroeste.

—¿Quieres dejar de contemplar el paisaje y acercarte aquí a descargar los ponis? —gritó Carson. Había levantado a los ponis y estaba atando el gran angular al pomohueso de Veloz.

—Sí, señora —repliqué. Ev y yo nos acercamos a él, escogiendo con cuidado el camino entre los matojos—. No se preocupe por la Muralla —le dije a Ev—. Veremos bastante. Tenemos que cruzarla para llegar adonde vamos, y a continuación la seguiremos por el norte hasta Arroyo Plateado.

—Eso no ocurría a menos que carguemos estos ponis —dijo Carson—. Tome. —Tendió a Ev las riendas de una de las bestias—. Cargue a Ciclón.

—¿Ciclón? —dijo Ev, mirando con precaución al poni, que me parecía a punto de volver a desplomarse.

—No pasa nada —dije—. Los ponis…

—Fin tiene razón —explicó Carson—. No haga ningún movimiento súbito. Y si intenta tirarle, agárrese con todas sus fuerzas, sin miramientos. Ciclón no se vuelve violento excepto cuando siente el miedo.

—¿Violento? —Ev parecía nervioso—. No tengo mucha experiencia cabalgando.

—Puede cabalgar el mío —sugerí.

—¿Diablo? —comentó Carson—. ¿Crees que es buena idea después de lo que sucedió antes? No, creo que será mejor que monte a Ciclón —le tendió el estribo—. Meta el pie aquí dentro y agárrese al pomohueso con fuerza y seguridad.

Ev se agarró al pomo como si fuera una granada de mano.

—Vamos, vamos, Ciclón —murmuró, acercando el pie a cámara lenta en dirección al estribo—. Ciclón bonito.

Carson me miró, los bordes de su bigote temblaban.

—¿Verdad que lo hace bien, Fin?

Le ignoré y me puse a atar el gran angular al pecho de Inútil.

—Ahora pase la otra pierna muy, muy despacio. Lo sostendré hasta que esté listo —dijo Carson, sujetando la brida con fuerza.

Evelyn lo consiguió y asió las riendas en una tenaza de muerte.

—¡Arre! —gritó Carson, y golpeó al poni en el flanco. El animal avanzó un paso; Ev soltó las riendas y se aferró al pomohueso. El poni dio dos pasos más hacia Carson, alzó la cola, y soltó una bosta del tamaño del Everest.

Carson se me acercó, riendo como un loco.

—¿Por qué la has tomado con Ev? —pregunté. Él siguió tronchándose un rato antes de contestar.

—Dijiste que era más listo de lo que parece. Estaba comprobándolo.

—Tendrías que echar un vistazo a nuestro guía —dije, señalando a Bult, que había vuelto a llevarse los binos a los ojos—, si quieres que partamos hoy.

Él se rió un poco más y fue a charlar con Bult. Terminé de fijar el equipo de exploración. Bult había sacado su diario, Carson estaba gritándole de nuevo.

Monté a Inútil y cabalgué hasta donde estaba Ev.

—Creo que aún tardaremos un ratito. Siento lo de Carson. Tiene un sentido del humor algo peculiar.

—Ya veo. Por fin. ¿Cuál es su nombre real? —dijo, señalando al poni. Avanzó un paso y se detuvo.