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—Lo menos que podrían hacer sería darnos derecho a una puta l amada telefónica con el exterior —le había dicho un electricista—. Quiero decir, ¿qué podría suceder? ¿Es que alguien nos va a poner una bomba por teléfono? Además hay rumores de todo tipo circulando por ahí, lo que es fácil de entender si uno no puede obtener noticias de verdad. Por lo que sabemos, podría haber una guerra ahí fuera.

Chris tan solo podía darle la razón. Un bloqueo temporal de seguridad era una cosa. Casi una semana sin intercambio de información con el exterior en ninguna dirección rozaba la locura. Si la situación continuaba así durante mucho tiempo, daría la impresión de que había ocurrido algo realmente radical allí fuera.

Y quizás hubiera ocurrido. Pero aquello no era una explicación suficiente. Incluso en tiempo de guerra, ¿qué amenaza podía suponer una conexión a Internet o a los canales de video? ¿Por qué mantener en cuarentena no solo a la población de Blind Lake, sino también todos los datos que iban recabando?

¿Quién estaba ocultando qué y de quién?

Intentó pasar la hora antes de la cena ordenando sus notas. Estaba empezando a imaginar la posibilidad de completar un artículo, quizás no de veinte mil palabras, como le había pedido Visions East, pero sin andarle lejos. Incluso tenía una tesis: milagros enterrados bajo la capacidad humana para la indiferencia. La somnolienta cultura de UMa47/E como un espejo distante.

Un proyecto como aquel sería bueno para él, quizás pudiera restaurar su fe en sí mismo.

O bien podría despertarse al día siguiente sumido en su típica neblina paralizadora de auto-repulsa, con la idea de que no estaba engañando absolutamente a nadie con su puñado de entrevistas a medio transcribir y sus endebles ambiciones. Aquel o también era posible. Quizás incluso probable.

Levantó la mirada de la pantalla de su ordenador de bolsillo a tiempo de ver que Elaine se acercaba a él.

—¡Chris!

—Estoy ocupado.

—Está ocurriendo algo en la puerta de acceso sur. Pensé que quizás querrías ir.

—¿De qué se trata?

—¿Tengo aspecto de saberlo? Algo grande está bajando lentamente por la carretera. Parece un vehículo sin tripulantes. Puedes verlo desde la colina, pasando el Plaza. ¿Puede ese pequeño cacharro tuyo grabar imágenes de video?

—Sí, claro, pero…

—Entonces tráetelo contigo. ¡Vámonos!

Había un corto paseo desde el centro de ocio hasta la cima de la colina. Lo que fuera que estuviera sucediendo era lo suficientemente inusual como para que un pequeño grupo de personas se hubiera reunido para observar qué ocurría, y Chris podía ver que sus rostros se asomaban a las ventanas de la torre sur del Hubble Plaza.

—¿Le has comentado a Sebastian algo de esto?

Elaine apartó la mirada.

—No me dedico a seguirle la pista todo el tiempo, y dudo que le interesara. A no ser que el que esté bajando la colina sea el Espíritu Santo.

Chris entrecerró los ojos para forzar la vista.

La sinuosa carretera que se alejaba de Blind Lake era claramente visible bajo un techo de nubes bajas y amontonadas. Y sí, algo se estaba aproximando al acceso cerrado desde fuera. Chris pensó que Elaine probablemente tuviera razón: parecía un camión de dieciocho ruedas sin conductor, el tipo de vehículos que el ejército había utilizado en Turquía en la crisis de hacía cinco años. Estaba pintado de negro y no tenía ninguna identificación, al menos ninguna que Chris pudiera reconocer desde al í. Se desplazaba a una velocidad que no podía ser superior a los treinta kilómetros por hora, lo que significaba que estaba a unos diez minutos o más del acceso.

Grabó unos pocos segundos de video.

—¿Estás en buena forma? —dijo Elaine—. Porque tengo intención de ir corriendo hacia allá y ver qué ocurre cuando llegue esa cosa.

—Podría ser peligroso —dijo Chris. Por no decir frío. La temperatura había descendido sus buenos grados en la última hora. No tenía chaqueta.

—No seas gal ina —le espetó Elaine—, el camión no parece armado.

—Quizás no esté armado, pero está acorazado. Alguien ha tomado precauciones.

—Razón más que suficiente. ¡Escucha!

El sonido de sirenas. Dos camionetas de la seguridad de Blind Lake aceleraban en dirección sur.

Elaine era rápida para una mujer de su edad. A Chris se le hizo difícil mantener su ritmo.

8

Marguerite salió del trabajo pronto aquel miércoles y condujo hasta el colegio para reunirse con el señor Fleischer, el tutor de Tessa.

El único edifico de la escuela de Blind Lake era una estructura alargada de dos plantas no lejos del Plaza, rodeada de patios de recreo, un campo de atletismo y un gran aparcamiento. Como todos los edificios en Blind Lake, la escuela había sido construida con un diseño impoluto pero esencialmente anónimo. Podría haber sido una escuela en cualquier sitio. Se parecía mucho a la escuela de Crossbank, y el olor que le dio la bienvenida a Marguerite, cuando atravesó la gran puerta de entrada, fue el olor de los colegios en los que había estado: una combinación de leche agria, abrillantador de madera, desinfectante, olor adolescente y el calor de elementos electrónicos.

Siguió el pasillo hasta el ala oeste. Tess había empezado octavo aquel año, un paso más que la alejaba del juego de la comba y de las barbies, tambaleándose al borde de la adolescencia. Marguerite había sufrido en sus años de instituto, y todavía sentía una ola de aprensión que la condicionaba, que emanaba de las filas de taquillas color salmón, aunque la escuela estaba casi vacía: habían dejado salir más temprano a los alumnos para poder reunirse con los padres. Imaginó que Tess ya estaría en casa, quizás leyendo o escuchando el zumbido de los calefactores del parqué. A salvo en casa, pensó Marguerite con algo de envidia.

Llamó a la puerta entreabierta del señor Fleischer, la del aula 130. Este la saludó con un gesto y se incorporó para estrecharle la mano.

Ella no tenía ninguna duda de que el señor Fleischer era un profesor excelente. Blind Lake era el buque insignia de la institución federal, y una parte clave de su paquete laboral era la disponibilidad de un sistema educativo de primera línea. Estaba segura de que las credenciales del señor Fleischer eran impecables. Incluso tenía el aspecto de un buen profesor, o al menos el tipo de profesor en el que se podía confiar sin ningún tipo de problema: alto, un tanto estrábico, bien vestido pero no hasta tal punto que resultara intimidatorio, con una barba arreglada y una sonrisa amplia. Su apretón de manos fue firme pero no demasiado fuerte.

—Bienvenida —dijo. El aula estaba l ena de pupitres para niños, pero él había conseguido dos sil as de adultos—. Siéntese, por favor.

Era curioso, pensó Marguerite, lo extraña que la hacía sentirse todo aquello.

Fleischer echó una ojeada a una hoja de notas.

—Me alegro de que nos hayamos visto. Visto de nuevo, debería decir, desde que matriculó a Tessa en el colegio. ¿Usted trabaja en Observación e Interpretación?

—En realidad, estoy al cargo del departamento.

Las cejas de Fleischer se alzaron levemente.

—¿Lleva aquí desde agosto?

—Tess y yo nos mudamos aquí en agosto, sí.

—El padre de Tessa vino aquí un poco antes, sin embargo, ¿no es cierto?

—Sí.

—¿Están separados?

—Divorciados —dijo Marguerite rápidamente. ¿Era paranoia, o Ray ya había estado hablando de aquello con Fleischer? Ray siempre decía «separados», como si el divorcio fuera un malentendido temporal. Y sería muy propio de Ray describir a Marguerite como «trabajando en Interpretación» en lugar de admitir que era la directora del departamento —. Hemos acordado una custodia compartida, pero Tessa está a mi cuidado la mayoría del tiempo.