«Kellogg's». «Granja Seabury». «Productos Lombardi».
—¡Comida! —dijo Elaine.
Vamos a estar aquí durante un tiempo, pensó Chris.
SEGUNDA PARTE
Espejos pulidos de mercurio flotante
«Con una inteligencia de un grado tan enormemente vasto comparada con la del hombre, los decápodos eran incapaces de concebir el hecho de que el hombre terrestre era una entidad pensante. Posiblemente, para el os el hombre no era más que un nuevo tipo de animal; sus edificios y su industria no les habrían impresionado más de lo que la vida comunitaria de una hormiga impresiona al hombre medio, aparte de su asombro ante las analogías que esa forma de vida guarda con la suya».
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—¿Chris Carmody? ¿Qué ha hecho, venir andando hasta aquí? Sacúdase esa nieve de encima y entre. Soy Charlie Grogan.
Charlie Grogan, ingeniero jefe en el Paseo Globo Ocular, era un hombre grande, más robusto que gordo, y extendió su mano de buey hacia Chris para saludarlo. La cabeza llena de cabello, con canas en las sienes. Seguro de sí mismo, pero no agresivo.
—En realidad sí —dijo Chris—, he venido andando hasta aquí.
—¿No tiene coche?
No tenía coche, y había ido a Blind Lake sin ropa de invierno. Incluso su chaqueta sin forro era prestada. La nieve tendía a meterse por dentro del cuello del abrigo.
—Cuando trabajas en un edificio sin ventanas —dijo Grogan— aprendes a identificar pistas del tiempo que hace en el exterior. ¿Todavía estamos en este lado de la ventisca?
—Se nos está echando bastante encima.
—Oh-oh. Bueno, usted sabe, diciembre, uno tiene que esperar un poco de nieve en esta parte del país. Tuvimos suerte de pasar el Día de Acción de Gracias con tan solo unos pocos centímetros. Cuelgue allí su abrigo. Quítese también los zapatos. Aquí tenemos esas pequeñas zapatillas de goma, coja un par del estante. Esa cosa que lleva, ¿es una grabadora?
—Sí, así es.
—¿Entonces la entrevista ya ha empezado?
—A no ser que me diga que la apague.
—No, supongo que para eso es para lo que estamos aquí. Temí que quisiera hablar de la cuarentena. No sé más que cualquier otro. Pero Ari Weingart me dice que usted está trabajando en un libro.
—Un artículo extenso para una revista. Quizás un libro. Depende.
—¿Depende de si alguna vez nos van a volver a dejar salir de aquí?
—De eso y de si todavía hay un público para leerlo.
—Es como jugar a las películas, ¿no? Fingir que todavía vivimos en un mundo cuerdo. Fingir que tenemos trabajos útiles que desempeñar.
—Llámelo un acto de fe —dijo Chris.
—Lo que estoy preparado para hacer, mi acto de fe, supongo, es hacerle un pequeño tour por el Paseo y hablarle de su historia. ¿Es eso lo que quiere?
—Eso es lo que quiero, señor Grogan.
—Llámeme Charlie. Ya ha escrito un libro, ¿no es así?
—Sí, así es.
—Sí, he oído hablar de ello. Un libro sobre Ted Galliano, aquel biólogo. Hay gente que dice que fue una especie de asesinato.
—¿Lo ha leído?
—No, y no se ofenda, pero no quiero hacerlo. Me presentaron a Galliano en una conferencia sobre computación biocuántica. Quizás fuera un genio con los antivirales, pero también era un gilipol as. A veces, cuando la gente se hace famosa, también se comporta un poco como si estuviera encantada de haberse conocido. No estaba contento a no ser que hablara con los medios o con grandes inversores.
—Creo que necesitaba sentirse como un héroe, ya lo mereciera o no. Pero no he venido aquí para hablar de Galliano.
—Tan solo quería aclarar las cosas. No es que no quiera leer el libro por usted. Si Galliano decidió tirarse de aquel acantilado con su moto seguramente no fue por su culpa.
—Gracias. ¿Qué tal si empezamos el tour?
El Paseo Globo Ocular era una réplica de la instalación de Crossbank, que Chris ya había visitado también. Al menos la estructura era idéntica. Las diferencias estaban en los detal es: nombres en las puertas, el color de las paredes. Se había instalado hacía poco algo de decoración poco entusiasta de motivos navideños, un festín de crespones verdes y rojos a la entrada de la cafetería, una guirnalda de papel y menorah en la biblioteca del personal.
Charlie Grogan llevaba unas gafas que le mostraban cosas que Chris no podía ver, como pequeños marcadores locales que le decían quién estaba en qué despacho, y cuando pasaron junto a una puerta donde ponía «ENDOESTÁTICA» Charlie tuvo una breve conversación (a través del micrófono de la garganta) con la persona que estaba dentro.
—Eh, qué tal, Ellie… Dándole duro… No, Boomer está bien, gracias por preguntar…
—¿Boomer? —preguntó Chris.
—Mi sabueso —dijo Charlie—. Boomer ya está entrado en años.
Se montaron en un ascensor y bajaron varias plantas, hasta el ambiente controlado del corazón del Paseo.
—Nos pondremos los trajes y a los tanques —dijo Charlie, pero cuando se acercaron a una gran puerta con un letrero donde se leía «EQUIPO ESTERILIZADO» vieron una pequeña luz roja parpadeando encima del quicio.
—Mantenimiento fuera de programación —explicó Charlie—. Nada de turistas ¿Está preparado para esperar una hora o dos?
—Si podemos hablar…
Chris siguió al ingeniero jefe de vuelta a la cafetería. Charlie no había comido; ni, por cierto, tampoco Chris. La comida era la misma que servían en el centro de ocio, el mismo arroz chino prefabricado y pollo al curry, y sandwiches entregados por el mismo camión negro semanal. El ingeniero cogió una cuña de jamón con centeno. Chris, todavía con frío a causa de su caminata hasta el Paseo, se decidió por la comida caliente. El aire en la cafetería era satisfactoriamente cálido y el olor de la cocina era rico y tranquilizador.
—Llevo bastante tiempo en este negocio —dijo Charlie—. No es que haya muchos novatos en Blind Lake, aparte de los estudiantes licenciados que van rotando por aquí. ¿Le contó Ari que estuve en el laboratorio de Berkeley con el doctor Gupta?
Tommy Gupta había realizado un trabajo pionero en arquitectura de redes neuronales autoevolutivas y en interfaces cuánticas.
—Entonces usted debería ser tan solo un estudiante.
—Sí. Gracias por darse cuenta. Aquello era de cuando utilizábamos chips Butov para elementos lógicos. Tiempos interesantes, aunque nadie sabía exactamente lo interesantes que se iban a poner.
—La aplicación astronómica —dijo Chris—, ¿también estaba metido?
—Un poco. Pero todo aquello resultó algo inesperado, por supuesto.
A decir verdad, Chris no necesitaba aquella charla introductoria. La historia era familiar, y todo periodista de astronomía general y ciencia popular de los últimos años había escrito alguna versión de la historia. Realmente, pensó, tan solo era el capítulo más reciente de la larga ambición de humana de ver lo que no se podía ver, embellecido con tecnología del siglo XXI. Había comenzado cuando la primera generación de observatorios de planetas de la NASA, los l amados Buscadores de Planetas Terrestres, identificaron tres planetas que podrían asemejarse en condiciones a la Tierra, orbitando cerca de estrellas parecidas al sol. Los BPT crecieron los Interferómetros de Alta Definición, que a su vez dieron paso al más ambicioso de todos los proyectos interferométricos ópticos, la serie Galileo, seis pequeñas pero complejas dotaciones de autómatas espaciales que operaban más al á de la órbita de Júpiter, enlazadas para crear un telescopio virtual con un inmenso poder de resolución. La serie Galileo, se dijo con el tiempo, podría hacer mapas de la forma de los continentes de mundos situados a cientos de años luz de distancia.