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Y funcionó. Durante un tiempo. Después, la telemetría del Galileo comenzó a deteriorarse. La señal comenzó a perderse lenta pero inexorablemente en un período de meses. Después de un estudio intensivo, la NASA pudo localizar la fuente del fallo en unas pocas líneas erróneas en un código tan profundamente vinculado al funcionamiento del Galileo que no podía escribirse de nuevo. Aquel era un riesgo que la NASA había asumido desde el principio. El Galileo era por un lado muy complejo y por otro radicalmente inaccesible. No podía ser reparado in situ. Un triunfo tecnológico estaba a punto de convertirse en una broma incalculablemente cara.

—La NASA no tenía en aquel entonces un procesador O/CBE —dijo Charlie—, pero Gencorp les permitió utilizar el suyo.

—¿Trabajaba usted en Gencorp?

—Mantenía su hardware, sí. Gencorp estaba obteniendo buenos resultados haciendo proteinómicos. Se podía hacer lo mismo con una serie cuántica estándar, claro. Los ingenieros tendían a pensar que el O/CBE era innecesariamente complicado e impredecible, un fantástico talón de Aquiles, como una aspiradora con apéndice, decía la gente. Pero uno no puede discutir sus resultados. Gencorp obtuvo resultados mucho más rápidamente con una máquina O/CBE que lo que el Instituto Tecnológico de Massachussets podía conseguir utilizando tecnología BEC. Resultados mágicos.

—¿Mágicos?

—Inesperados. Contraintuitivos. Cualquiera que trabaje con programas autoadaptativos le dirá que no es como manejar un BEC, y que un BEC ya puede ser bastante extraño de por sí. Lo que yo no puedo decir, porque se supone que estoy en el nivel directivo y soy un tipo de persona que se guía por los hechos, es que un O/CBE simplemente… piensa de forma extraña. Pero es una explicación tan buena como otra cualquiera, porque nadie sabe realmente por qué un procesador CBE con una arquitectura orgánica abierta puede superar el funcionamiento de un procesador CBE. Es el puto fantasma de la máquina, perdón por mi francés. Y lo que nosotros hacemos en el agujero no son amperios y voltios sin más. Estamos atendiendo a algo que está muy cerca de estar vivo. Tiene sus días buenos y sus días malos…

Charlie se detuvo, como si se diera cuenta de que había sobrepasado los límites concedidos a la ingeniería. No quiere que escriba sobre esto, pensó Chris.

—¿De modo que usted fue a la NASA con el procesador O/CBE?

—La NASA acabó por comprar unos pocos cilindros a Gencorp. Era parte del paquete. Pero esa es otra historia. Vea, básicamente, el problema era este: conforme la señal de Galileo se hacía más débil, cada vez era más difícil separar la señal propiamente del ruido. Nuestro trabajo era extraer la señal, buscarla, separarla del resto de la basura de ondas de radio que el universo va vomitando. La gente me pregunta: «¿y cómo lo hicisteis?». Y yo tengo que contestarles: no lo hicimos, nadie lo hizo, tan solo dejamos el problema en manos del O/CBE y le dejamos generar respuestas provisionales y esperar a que alguna diera resultado. Cientos de miles de pruebas por segundo, como una especie invisible de ley evolutiva de Darwin, la supervivencia de los mejor adaptados, donde la definición de «mejor adaptados» significa éxito en extraer la señal de una base con ruido. Código que escribe código que escribe código, y código que se marchita y muere. Más códigos que todas las personas que han vivido jamás en toda la Tierra, casi más códigos que vida sobre la Tierra. Números que se van haciendo tan complejos como el ADN. La belleza radica en su imprevisibilidad. ¿Lo entiende?

—Creo que sí —dijo Chris. Le gustaba la elocuencia de Charlie. A él siempre le gustaba que sus entrevistados mostraran signos de pasión.

—Quiero decir, hicimos algo que era hermoso y misterioso. Muy hermoso. Muy misterioso.

—Y funcionó —apuntó Chris—. Señales sin ruido de fondo.

—Todo el mundo sabe que funcionó. Por supuesto, nosotros mismos no estábamos convencidos del todo, ni siquiera cuando estaba sucediendo. Tuvimos unos pocos de los que llamamos episodios de umbral. Casi lo llegamos a perder todo. Logramos una imagen muy clara, luego comenzamos a perderla, casi píxel a píxel. Aquello era el ruido que se sobreponía. Perdimos inteligibilidad. Pero en cada ocasión, el O/CBE logró salvar la situación. Sin nuestra intervención, ya sabe. Yo dirigía a los chalados de las matemáticas, porque hay obviamente un nivel en el que uno ya simplemente no puede extraer una señal que tenga sentido, cuando se ha perdido demasiado, pero las máquinas seguían apartando el ruido, conejo fuera del sombrero, presto. Hasta que un buen día…

—¿Hasta que un buen día?

—Hasta que un buen día un hombre trajeado entró en el laboratorio y dijo: «Chicos, tenemos confirmación de arriba, todas las terminales de Galileo han dejado de golpe de enviar señales, se han venido abajo, podéis preparar las maletas porque se cierra el chiringuito». Y mi jefa en aquel entonces, Kelly Fletcher, que ahora trabaja en Crossbank, se giró dando la espalda al monitor y dijo: «Bueno, puede ser, pero el caso es que todavía estamos procesando datos».

Charlie acabó su sandwich, se limpió la boca con una servilleta, apartó la silla de la mesa.

—Probablemente ahora ya podremos entrar en los tanques.

En Crossbank, Chris había hecho una visita guiada a los O/CBE desde el nivel de la galería. Pero no le habían invitado a las zonas de trabajo.

El traje esterilizado era cómodo y versátil (se le inyectaba aire fresco, tenía un amplio visor transparente), pero se sentía un poco claustrofóbico dentro de él. Charlie lo condujo a través de una puerta de acceso hasta la silenciosa cámara de ambiente misterioso del O/CBE. Los tanques eran cilindros de esmalte blanco, cada uno de ellos del tamaño de un camión pequeño. Estaban suspendidos en plataformas de aislamiento que filtraban cualquier vibración del suelo de la intensidad de un terremoto. Extrañas y delicadas máquinas.

—Podría acabar en cualquier momento —murmuró Chris.

—¿Qué quiere decir?

—Es algo que me contó un ingeniero en Crossbank. Me dijo que le gustaban las prisas, trabajar en un proceso que podría acabar en cualquier momento.

—Eso es una parte importante, seguro. Estas tecnologías son de un orden totalmente nuevo. —Pasó la pierna por encima de un montón de cables aislantes de teflón—. Estas máquinas están mirando planetas, pero diez años después de la primera conexión de la NASA todavía no sabemos cómo lo están haciendo.

O si lo están haciendo, pensó Chris. Había un buen número de escépticos que no creían que hubiera información real detrás de aquel as imágenes: que los O/CBE estaban simplemente… bueno, soñando.

—De modo que —dijo Charlie— estamos llevando a cabo dos proyectos de investigación a la vez: tipos en el Plaza intentando ordenar los datos, y gente aquí intentando formarse la idea de cómo obtenemos los datos. Pero no podemos observar con demasiado rigor. No podemos desmontar los O/CBE ni aplicarles rayos X o algo así de agresivo. Si lo mides, lo estropeas. Blind Lake no duplicó sin más las instalaciones de Crossbank: tuvimos que conducir nuestras máquinas a través del mismo proceso, a excepción de que aquí utilizamos los viejos interferómetros de alta definición en lugar de la serie Galileo. Fuimos bajando la intensidad de la señal a propósito hasta que las máquinas aprendieron el truco, cualquiera que este sea. Tan solo hay dos instalaciones como esta en el mundo, y los esfuerzos por crear una tercera han sido consistentemente infructuosos. Estamos haciendo equilibrios sobre la cabeza de un alfiler. Eso es de lo que hablaba el tipo de Crossbank. Algo absolutamente extraño y maravilloso está sucediendo aquí, y no lo comprendemos. Todo lo que podemos hacer es cuidarlo y esperar que no se canse y se desconecte. Podría acabar en cualquier momento. Claro que podría. Y por cualquier motivo.