Caminó con Chris, dejando atrás el último de los tanques de O/CBE, a través de una serie de salas hasta una habitación donde se quitaron los trajes esterilizados.
—Lo que tiene que recordar —le dijo Charlie— es que no diseñamos estas máquinas para que hicieran lo que hacen. No hay un proceso lineal, no hay un A luego un B y después un C. Simplemente lo pusimos en marcha, y lo que sucedió después fue un acto de Dios.
Se quitó el traje esterilizado sin dificultad y lo dejó en un montón de ropa para lavar.
Charlie lo condujo a través del sector más atareado del Paseo, dos gigantescas cámaras con las paredes prácticamente embaldosadas de monitores de video, habitaciones l enas de hombres y mujeres atentos revoloteando sobre pantallas cambiantes de ordenadores. A Chris le recordó las instalaciones de la NASA en Houston.
—Se parece a la sala de control de una misión espacial.
—Por una buena razón —dijo Charlie—, la NASA solía controlar la serie Galileo con interfaces como estas. Cuando los problemas se hicieron imposibles de manejar trasladaron su material a los O/CBE. Aquí es donde nos comunicamos con los tanques en materia de alineamiento, profundidad de campo, factores de enfoque y cosas de ese tipo.
Trabajando hasta el más mínimo detalle. Un monitor en la pared más alejada mostraba un video. Villa langosta. Excepto que Elaine tenía razón. Era un nombre que no le hacía ninguna justicia. Los aborígenes no se parecían ni remotamente a una langosta, excepto quizás por la textura rugosa de su piel. De hecho, Chris a menudo había pensado que había algo más de bovino en ellos, algo sobre su lentitud de movimientos de aire indiferente, aquellos grandes ojos blancos.
El Sujeto estaba en un cónclave de comida, bien metido en un pozo de comida débilmente iluminado. Había musgo y vainas vegetales por todas partes, y criaturas parecidas a gusanos arrastrándose a través de los húmedos desperdicios. Observar comer a aquellas criaturas, pensó Chris, era una forma genial de perder el apetito. Se volvió a Charlie Grogan.
—Sí —dijo Charlie—, podría acabar en cualquier momento, esa es la verdad. ¿Ustedes están en el centro de ocio, me dice Ari?
—Por ahora, en cualquier caso.
—¿Quiere que lo lleve de vuelta? Básicamente ya he acabado aquí por hoy.
Chris miró su reloj. Casi las cinco.
—Parece mejor que caminar.
—Si damos por hecho que han despejado la carretera de nieve.
Habían caído sus buenos cinco centímetros de nieve mientras Chris estuvo dentro del Paseo, y el viento había arreciado. Chris se encogió por el frío tan pronto salió al exterior. Había nacido y se había criado en el sur de California, y a pesar de todo el tiempo que había pasado en el este, aquel os duros inviernos todavía le afectaban. No era mal tiempo sin más, era un tiempo que te podía matar. Caminar en la dirección equivocada, perderse, morir de hipotermia antes del amanecer.
—Es malo este año —admitió Charlie—. La gente dice que son los casquetes de hielo que se están reduciendo, toda esa agua helada que fluye por el Pacífico. Tenemos todos esos frentes canadienses supercargados pasándose por aquí. Se irá acostumbrando después de un tiempo.
Quizás sea así, pensó Chris. De la misma forma en la que uno se acostumbra a vivir sitiado.
El coche de Charlie Grogan estaba estacionado en la planta más alta del aparcamiento, conectado a una toma de electricidad. Chris se deslizó con satisfacción en el asiento del pasajero. Era el coche de un soltero: el asiento trasero estaba lleno de revistas de crucigramas y juguetes para perros. En cuanto Charlie salió de la plaza de aparcamiento, los neumáticos resbalaron sobre la nieve condensada y la parte trasera del coche fue oscilando de un lado a otro hasta que finalmente se agarró al asfalto. Unas columnas de una luz áspera de sulfuro señalaban el camino hasta la carretera principal, centinelas abrigados en vórtices de nieve.
—Podría acabar en cualquier momento —dijo Chris—. Igual que la cuarentena. Podría acabar. Pero no lo hace.
—¿Ya ha apagado aquella grabadora?
—Sí. Quiere decir, ¿esto es para grabar? No. Es conversación.
—Viniendo de un periodista…
—No trabajo para los periódicos. Sinceramente, tan solo estaba pensando en voz alta. Podemos seguir hablando del tiempo si quiere.
—No pretendía faltarle al respeto.
—No lo ha hecho.
—El asunto Galliano acabó quemándolo, ¿eh? —Ahora, ¿quién estaba avasallando a quién? Pero sentía que le debía una respuesta sincera a aquel hombre—. No sé si se pueden decir esas cosas o no. Supongo que si uno cuenta los aspectos negativos de un héroe nacional, se expone a ciertos riesgos.
—Yo no pretendía empañar su reputación. Mucho de todo aquel o se lo merecía. —Ted Galliano había saltado a la fama nacional hacía veinte años al patentar una familia de medicinas antivirales de amplio espectro. También había hecho una fortuna fundando un trust farmacéutico de próxima generación para explotar aquellas patentes. Galliano era el prototipo del científico-empresario del siglo XXI, como Edison o Marconi en el XIX, también productos a su vez del ambiente comercial de su época, también bril antes. Como Edison o Marconi, se había convertido en un héroe público. Se había rodeado de los mejores expertos en genomas y proteínas. Una persona que naciera aquel día en la Commonwealth Continental tenía una esperanza de vida de cien años o más, y parte de el o se debía en no poca medida a las medicinas antivirales y antigeriátricas de Galliano.
Lo que Chris había descubierto era que Gal iano fue un cruel hombre de negocios y en ocasiones falto de escrúpulos, como lo había sido Edison. Había creado un grupo de presión en Washington para extender la protección de sus patentes; había expulsado fuera del mercado a competidores o los había absorbido a través de fusiones dudosas y sistemas de influencia; peor aún, Chris había encontrado fuentes que aseguraban que Galliano había estado implicado en evidentes manipulaciones ilegales de existencias. Su último gran esfuerzo comercial había sido una vacuna genómica contra la placa arteriosclerótica para nada perfecta y muy discutida, y su prospecto, sin embargo muy inflado, había hecho que Galtech almacenara existencias hasta un nivel enorme. Al final la burbuja había explotado, pero no antes de que Galliano y sus amigos se llevaran su buen montón de dinero.
—¿Pudo probar algo de aquel o?
—Hasta los últimos detal es, no. En cualquier caso, nunca pensé en aquel o como una biografía escandalosa. Él era un científico brillante. Cuando el libro salió a la venta tuvo una buena reacción inicial, parte de ella motivada por la envidia (la gente rica tiene enemigos), pero de forma contenida. Después Galliano sufrió su accidente, o se suicidó, dependiendo de a quién haga caso, y su familia redactó una nota pública en contra del libro. «Prensa amarilla empuja a benefactor hacia su muerte». También es una bonita historia.
—Estuvo en los tribunales ¿No es cierto?
—Testifiqué en una comisión del Congreso.
—Creo que leí algo de eso.
—Me amenazaron con meterme en prisión por desacato. Por no revelar mis fuentes. Algo que no habría servido de nada, en cualquier caso. Mis fuentes eran todas figuras públicas bien conocidas, y en la época del interrogatorio todos habían hecho declaraciones a favor de la postura de Galliano. Para entonces, para la opinión pública, Galliano era un santo muerto. Nadie quiere hacer una autopsia a un santo muerto.