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—Mala suerte —dijo Charlie—. O mala planificación.

Chris vio las cascadas de nieve a través de la ventanil a de pasajeros. Nieve atrapada en la carrocería de los coches, nieve apilándose detrás de los retrovisores.

—O mal juicio. Me lancé contra uno de los más grandes molinos de viento del planeta. Fui muy ingenuo, no sabía cómo funcionaban las cosas.

—Aja. —Charlie condujo en silencio durante un tiempo—. Esta vez tiene una buena, sin embargo. La historia de la cuarentena de Blind Lake contada desde dentro.

—Dando por supuesto que alguno de nosotros va a salir de aquí alguna vez para contarla.

—¿Quiere que le deje enfrente del centro de ocio?

—Si no le aparta demasiado de su camino…

—No tengo prisa. Aunque Boomer probablemente tenga hambre. Creía que a todos los que no tenían un alojamiento de verdad les habían conseguido sitio en casas de la ciudad.

—Estoy en lista de espera. De hecho, tengo una entrevista mañana.

—¿Con quién le ha tocado?

—Un tal doctor Hauser.

—¿Marguerite Hauser? —Charlie sonrió de forma inescrutable—. Deben de estar poniendo juntos a todos los parias en un mismo lugar.

—¿Parias?

—Nada, olvídelo. No debería hablar del politiqueo del Plaza. Eh, Chris, ¿sabes lo bueno que tiene Boomer, mi perro?

—¿El qué?

—No tiene ni idea de la cuarentena. No sabe nada y no le importa, siempre y cuando tenga su comida a la hora en punto.

Afortunado Boomer, pensó Chris.

11

Tess se levantó a las siete, a la hora normal en la que se levantaba por la mañana los días de colegio, pero antes incluso de abrir los ojos ya sabía que aquel día no habría clase.

Había l ovido durante todo el día anterior y toda la noche. Y entonces, aquella mañana, incluso sin abrir las cortinas decoradas con motivos infantiles que tenía en la ventana de su dormitorio, pudo oír la nieve. La oía cayendo sobre el cristal, un sonido tan suave y débil como los susurros de los ratones, y oía también el silencio que la rodeaba. Nada de palas limpiando carreteras, nada de coches forzando sus ruedas, tan solo una nada vacía y blanca. Lo que significaba una gran nevada.

Escuchó a su madre haciendo ruido en la cocina escaleras abajo, murmurando para sí misma. No había prisa al í tampoco. Si Tess se volvía a dormir su madre probablemente la dejaría quedarse en la cama hasta más tarde. Era como una mañana de fin de semana, pensó Tess. Nada de levantarse de golpe, sino dejar fluir el mundo lentamente. Poco a poco abrió los ojos. La luz del día en su cuarto era tenue, casi líquida.

Se sentó, bostezó, se puso bien el camisón. La alfombra estaba fría al contacto con su pie descalzo. Empujó la cama cerca de la ventana y descorrió la cortina. La ventana estaba toda blanca, opaca de blancura. La nieve se había amontonado de forma impresionante en el alféizar, y dentro la humedad se había condensado formando tracerías de escarcha. Tess extendió la mano inmediatamente, no para tocar la ventana helada sino para rozar el cristal con la palma de la mano y sentir su frío contra la piel. Era casi como si la ventana estuviera expirando frescor dentro de la habitación. Puso cuidado en no alterar las delicadas líneas de hielo, las huellas bidimensionales de los copos de nieve como mapas de ciudades mágicas. El hielo estaba en el lado interior de la ventana, no en el exterior. El invierno había atravesado el cristal con su mano derecha, pensó Tess. El invierno había alcanzado el interior de su dormitorio.

Estuvo observando las formas de la escarcha durante bastante tiempo. Eran como palabras escritas que se negaban a revelar su significado. La última semana en clase, el señor Fleischer les había hablado sobre la simetría. Había hablado sobre los espejos y los copos de nieve. Había enseñado a la clase a doblar una hoja de papel y cortar patrones con tijeras. Y cuando abrías el papel, los cortes al azar se volvían preciosos. Se convertían en máscaras enigmáticas y en mariposas. Podías hacer lo mismo con pinturas. Manchar el papel de tinta, después doblarlo por la mitad mientras la tinta todavía estaba húmeda. Al abrirlo las manchas de tinta serían ojos o bocas o arcos o rayos de arco iris.

Las formas de la escarcha sobre la ventana eran más como copos de nieve, como si uno no hubiera doblado el papel una vez, sino dos, tres, cuatro… Pero nadie había doblado el cristal. ¿Cómo sabía el hielo qué formas hacer? ¿Tenía el hielo espejos dentro de él?

—¿Tess?

Su madre, en la ventana.

—Tess, son más de las nueve… Hoy no hay clase, pero ¿no te quieres levantar?

¿Más de las nueve? Miró al reloj de su mesilla de noche para confirmarlo. Nueve cero ocho. ¿Pero no eran las siete en punto hacía un momento?

Se echó hacia delante impulsivamente y puso su mano sobre el cristal, dejando una huella que se iba desvaneciendo.

—¡Voy!

Su mano se enfrió al instante.

—¿Cereales para desayunar?

—¡Copos de avena!

Casi había dicho «copos de nieve».

En el desayuno, la madre de Tessa le recordó que iba a venir un huésped aquel día, «suponiendo que despejen las calles para el mediodía». Aquello agradó inmensamente a Tess. Su madre iba a trabajar en casa durante todo el día, lo que lo hacía más parecido aún a un fin de semana, excepto por la posibilidad de aquel a nueva persona viniendo a la casa. Su madre le había explicado que algunos de los trabajadores de día estaban todavía durmiendo en el gimnasio del centro de ocio, que no era nada cómodo, y que le habían pedido a la gente con habitaciones libres que les ayudasen si podían. La madre de Tessa había sacado su equipo de hacer ejercicio, una cinta para correr y una bicicleta estática, de la pequeña habitación enmoquetada en el sótano junto al calefactor del agua. Ahora había allí una cama plegable. Tess se preguntó cómo sería tener a un extraño en el sótano. Compartir las comidas con un extraño.

Después del desayuno, su madre subió escaleras arriba para trabajar en su despacho.

—Sube y dime si necesitas lo que sea —le dijo.

Tess había visto a su madre menos de lo normal en los últimos días. Algo estaba pasando en su trabajo, algo que tenía que ver con el Sujeto. El Sujeto se estaba comportando de manera extraña. Había gente que pensaba que estaba enfermo. Aquellas preocupaciones habían absorbido la atención de su madre.

Tess, todavía en camisón, leyó durante un rato en el salón de estar. El libro se titulaba Más allá del cielo estrel ado. Era un libro sobre estrellas para niños, sobre cómo se formaban, cómo las estrellas viejas creaban nuevas estrellas, cómo los planetas y la gente se formaban a partir de su polvo condensado. Cuando se le cansaron los ojos puso el libro boca abajo y observó a la nieve amontonarse contra el cristal de la puerta. El mediodía se iba acercando poco a poco, y el cielo todavía estaba oscuro. Podía haberse preparado un sandwich para comer, pero decidió que no tenía hambre. Subió las escaleras, se vistió y l amó a la puerta de su madre para decirle que se iba afuera durante un rato.

—Te has abrochado mal los botones de la camisa —le dijo su madre, y salió al pasil o para abotonárselos bien. Le desordenó el pelo con la mano—. No te alejes mucho de casa.

—No.

—Y sacúdete las botas antes de entrar.

—Sí.

—Pantalones de nieve, no solo la chaqueta.

Tess asintió con la cabeza.