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La chica parecía agradable pero poco comunicativa, un poco mofletuda y de ojos grandes. A Chris le recordó a su hermana pequeña Porcia. Excepto por el hecho de que Porcia era una parlanchina. Observó con interés cómo Chris colgaba el abrigo.

—Hace frío fuera —dijo el a.

—Así es.

—Deberías conseguir ropas más abrigadas.

—Buena idea. ¿Tú crees que a tu mamá le importará si me hago un café?

Tess se encogió de hombros y siguió a Chris hasta la cocina. Encontró cucharillas para el café junto al fregadero, y después se sentó en la pequeña mesa mientras el café se iba haciendo, y el calor iba regresando a sus extremidades. Tess se sentó enfrente.

—¿Han abierto la escuela hoy? —preguntó Chris.

—Solo por la tarde. —La chica puso los codos sobre la mesa con las manos bajo la barbilla—. ¿Eres escritor?

—Sí —dijo Chris. Probablemente. Quizás.

—¿Has escrito un libro?

Era una pregunta inocente.

—La mayor parte del tiempo escribo para revistas. Pero una vez escribí un libro.

—¿Puedo verlo?

—No me he traído una copia.

Tess estaba claramente decepcionada. Se empezó a mecer en la silla, moviendo la cabeza rítmicamente.

—Quizás deberías decirle a tu mamá que estoy aquí —dijo Chris.

—No le gusta que la molesten cuando está trabajando.

—¿Trabaja siempre hasta tarde?

—No.

—Quizás debería subir a decir hola.

—No le gusta que la molesten —repitió Tess.

—Tan solo le daré un toque a la puerta. Veré si quiere café.

Tess se encogió de hombros y se quedó en la cocina.

Marguerite le había hecho un pequeño tour por la casa el día anterior. La puerta de su despacho estaba entreabierta, y Chris se aclaró la garganta para anunciar su llegada. Marguerite estaba sentada en un escritorio desordenado. Garabateaba notas en una libreta de bolsillo, pero su atención estaba volcada en la pantalla de la pared de enfrente.

—No le he oído llegar —dijo sin levantar la vista.

—Lo siento si interrumpo su trabajo.

—No estoy trabajando. No oficialmente, por lo menos. Tan solo estoy tratando de imaginar qué es lo que está pasando. —Volvió el rostro hacia él—. Eche un vistazo.

En la pantal a, el así l amado Sujeto estaba subiendo por una rampa, iluminado por la luz de unas pocas bombil as de tungsteno. El encuadre virtual flotaba detrás de él, manteniendo su torso centrado. Desde detrás, pensó Chris, el Sujeto parecía un luchador con un burka de cuero rojo.

—¿Adonde va?

—No tengo ni idea.

—Pensaba que era un tipo de hábitos muy regulares.

—Se supone que no utilizamos pronombres de género, pero entre nosotros, sí, es un tipo de hábitos muy regulares. En su horario habitual debería estar durmiendo. Si «dormir» es lo que hacen cuando están inmóviles en la oscuridad.

Aquel era el tipo de forma de hablar que había esperado del personal de Blind Lake.

—Lo hemos estado siguiendo durante más de un año —dijo Marguerite—, y no se ha apartado de su horario normal más de unos pocos minutos. Hasta hace poco. Hace unos pocos días estuvo dos horas en un cónclave de comida donde debería haber estado la mitad de tiempo. Su dieta ha cambiado. Sus interacciones sociales están disminuyendo. Y esta noche parece que tiene insomnio. Siéntese y observe si le interesa, señor Carmody.

—Chris —dijo él. Quitó una pila de ejemplares de Astrological Review de una sil a.

Marguerite se acercó a la puerta.

—¡Tess! —gritó.

—¿Sí? —se oyó desde abajo.

—¡Es la hora de bañarse!

Sonido de pisadas subiendo por las escaleras.

—No creo que necesite un baño.

—Sin embargo, te lo vas a dar. ¿Puedes prepararlo tú sola? Estoy más o menos ocupada.

—Supongo que sí.

—Llámame cuando esté listo.

Poco después, el sonido distante de un chorro de agua corriente.

Chris observó al Sujeto subiendo por otro camino en espiral. Estaba completamente solo, lo cual era inusual en sí mismo. Los aborígenes tendían a hacer las cosas en multitudes, aunque nunca compartían cámaras de dormir.

—Además, estos tipos son básicamente diurnos —dijo Marguerite—. Otra anomalía. Por el lugar al que se dirige… Eh, mira.

El Sujeto llegó hasta una arcada al aire libre y salió a la noche estrel ada alienígena.

—Nunca había estado aquí antes.

—¿Aquí dónde?

—Un mirador, situado más arriba de su torre. ¡Dios mío, qué vista!

El Sujeto caminó hasta una pequeña barandil a al borde de la plataforma. El encuadre virtual vaciló a su espalda y Chris pudo ver la ciudad langosta extendiéndose más al á del torso granular del Sujeto. Las torres piramidales alargadas tenían las puertas y los miradores iluminados por luces en las sendas públicas. Hormigueros y conchas de cauríes, pensó Chris, adornados con oro. Cuando Chris era pequeño sus padres solían ir a Mulholland Drive una o dos noches al año para ver las luces de Los Ángeles extendiéndose bajo sus pies. Era algo parecido a aquello. Casi tan gigantesco. Casi tan solitario.

La pequeña y veloz luna del planeta estaba l ena, y pudo discernir algo de las secas tierras más al á de los límites de la ciudad, las bajas montañas lejos al oeste, y un rizo de nubes altas empujadas por un fuerte viento. Espirales de polvo electrostáticamente cargado atravesaban los campos irrigados, formándose y disipándose con igual rapidez, como inmensos fantasmas.

Vio a Marguerite reprimir un pequeño escalofrío, mirando.

El Sujeto se aproximó a la barandilla erosionada del mirador. Se quedó de pie, como vacilando.

—¿Se va a suicidar? —dijo Chris.

—Espero que no. —Marguerite estaba en tensión—. Nunca hemos visto una conducta autodestructiva, pero somos nuevos aquí. ¡Dios, espero que no!

Pero el Sujeto permaneció inmóvil, como atento a algo.

—Está contemplando la vista —dijo Chris.

—Podría ser.

—¿Qué más si no?

—No lo sabemos. Eso es por lo que no atribuimos motivación. Si yo estuviera allí, estaría mirando la vista; pero quizás él esté disfrutando la presión del aire, o quizás está esperando encontrarse con alguien, o quizás se ha perdido y esté confuso. Se trata de complejas criaturas inteligentes con historias y con imperativos biológicos que nadie pretende siquiera comprender. Ni siquiera sabemos lo buena que es su visión. Quizás no esté viendo lo que nosotros vemos.

—Aun y todo —dijo Chris—, si tuviera que apostar, diría que está admirando la vista.

Aquel o le valió una breve sonrisa.

—Nosotros podemos pensar cosas como esas —admitió Marguerite—, pero no debemos decirlas.

—¡Mamá! —desde el baño.

—Estaré allá en un segundo. ¡Sécate! —Se incorporó—. Hora de l evar a Tess a la cama, me temo.

—¿Le importa si me quedo mirando un poco más?

—Supongo que no. Llámeme si se pone interesante. Todo esto se está grabando, por supuesto, pero no hay nada como el directo. Pero quizás no haga nada de nada. Cuando se quedan quietos de pie a menudo están así durante horas.

—No es el planeta de la diversión —dijo Chris.

—Estaría muy bien que pudiéramos sacar partido de su tiempo estático y pudiéramos mirar la ciudad. Pero preparar al Ojo para seguir a un único individuo ha sido un pequeño milagro en sí mismo. Si miramos hacia otro lado quizás lo perdamos. No espere demasiado de él.

Ella tenía razón sobre el Sujeto: se quedó absolutamente inmóvil ante la gran vista de la noche. Chris observó los lejanos demonios de polvo, inmensos e inmateriales, cabalgando a través de las llanuras iluminadas por la luz de la luna. Se preguntó si hacían ruido en la relativamente fina atmósfera de aquel mundo. Se preguntó si el aire era cálido o frío, si el Sujeto era sensible a la temperatura. Toda aquel a conducta anómala, y sin forma de adivinar los pensamientos que circulaban por aquel a cabeza perfectamente captada pero inescrutable. ¿Qué significaba la soledad para unas criaturas que no estaban nunca solas excepto de noche?