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—Bueno, de acuerdo, supongo que no importa. No lo debería haber mencionado…

—O con Seguridad. Shulgin va a venir más tarde.

¿Estaba escondiendo una sonrisa? ¿Se estaba en aquel momento riendo de él?

—Gracias —dijo con rigidez.

—¿Algo más?

—No. —Lárgate de una puta vez—. Por favor, cierre la puerta al salir.

La cerró con suavidad. Ray imaginó que podía oír su risa flotando tras ella, como una bandera.

Ray se consideraba realista. Sabía que parte de su conducta podía ser calificada de misógina por alguien que quisiera calumniarlo (y tenía una legión de enemigos). Pero no odiaba a las mujeres. Al contrario: les daba la oportunidad de reparar sus errores. El problema era que él no odiaba a las mujeres, pero ellas sí lo decepcionaban continuamente. Por ejemplo, Marguerite. Siempre Marguerite, para siempre Marguerite…

Ari Weingart llegó a las diez con una serie de propuestas para subir la moral. Cayti Lane, del departamento de Relaciones Públicas, quería crear un canal televisivo de noticias y eventos sociales, Blind Lake Television, en suma, que presentaría ella.

—Creo que es una buena idea —dijo Ari—. Cayti es brillante y fotogénica. Algo que también quiero hacer es reunir las descargas individuales que la gente tiene en sus casas para que podamos emitirlas de nuevo. Sería una televisión con una programación rígida, tipo siglo XX, pero podría ayudar a mantenernos unidos. O al menos le daría a la gente algo de que hablar.

Bien, todo aquello estaba bien. Ari continuó proponiendo series de debates y clases en el centro de ocio los sábados a la noche. También bien. Ari estaba intentando reconfigurar el bloqueo en una iglesia social. Dejémoslo, pensó Ray. Dejémosle distraer a los quejumbrosos habitantes con espectáculos de perros y ponis. Pero todo aquel énfasis era agotador en último término, y suspiró de alivio cuando Ari finalmente recogió su sonrisa y dejó el despacho. Ray contó los DingDongs otra vez.

Por supuesto que podía haber sido Sue la que le abriera el escritorio. No había signos de violencia en la cerradura… Quizás no había tenido cuidado y se había dejado el cajón abierto y ella se había aprovechado de aquel lapso de atención. Sue a menudo trabajaba hasta más tarde que Ray, especialmente cuando Tess estaba a su cuidado; al contrario que Marguerite, a él no le gustaba dejar a su hija sola en casa después del colegio, Sue era la principal sospechosa, decidió Ray, aunque el servicio de limpieza no estaba fuera de toda sospecha.

Los hombres eran más fáciles de tratar que las mujeres. Con los hombres tan solo era cuestión de ladrar lo suficientemente alto como para l amar la atención. Las mujeres eran más astutas, pensó, abiertamente complacientes pero fáciles de subvertir. Sus lealtades eran provisionales y cambiaban rápidamente de sentido. Marguerite, por ejemplo…

Por lo menos, Tess no crecería siendo una mujer como aquellas.

Dimi Shulgin apareció a las once, vestido con un traje gris cosido a mano, una distracción bienvenida, aunque traía muchas malas noticias. Shulgin dominaba el arte de la inescrutabilidad báltica, y mantenía el rostro severo e impasible mientras describía el estado de ánimo que prevalecía entre los trabajadores diurnos y el personal asalariado.

—Hasta ahora han soportado el bloqueo —dijo Shulgin— con mínimos problemas, probablemente debido a lo que le sucedió al desafortunado señor Krafft cuando intentó escapar. Aquello fue una bendición oculta, creo yo. Asustó a la gente lo suficiente como para aceptar la situación. Pero el descontento está creciendo. Los visitantes y el personal de apoyo superan en número a los científicos y el personal de mantenimiento en cinco a uno, ya sabe. Muchos de el os están reclamando voz en la toma de decisiones, y a no pocos de ellos les gustaría desconectar el Ojo y ver qué sucede.

—Son tan solo opiniones —dijo Ray.

—Hasta ahora tan solo son opiniones, pero a largo plazo, si el bloqueo continúa… ¿quién sabe?

—Deberíamos tratar de que nos vieran hacer algo positivo.

—La apariencia de acción —dijo Shulgin, con algún tipo de ironía enterrado bajo su tosco acento— sería de ayuda.

—¿Sabe? —dijo Ray—, alguien ha abierto mi escritorio recientemente.

—¿Su escritorio? —Las pobladas cejas de Shulgin se alzaron—. ¿Abierto? ¿Ha sido vandalismo, robo?

Ray movió la mano en lo que él imaginaba que era un gesto magnánimo.

—Ha sido trivial, vandalismo de oficina como mucho, pero me da que pensar. ¿Qué tal si iniciamos una investigación?

—¿Sobre el acto de vandalismo de su escritorio?

—No, por amor de Dios, sobre el bloqueo.

—¿Una investigación? ¿Cómo podríamos? Todas las pistas están tras el otro lado de la verja.

—No necesariamente.

—Por favor, explíquese.

—Hay una teoría que explica que estamos bajo sitio porque algo ha sucedido en Crossbank, algo peligroso, algo relacionado con su O/CBE, algo que quizás pueda suceder también aquí.

—Sí, esa es la razón por la cual hay un número creciente de gente que quiere desconectar nuestros procesadores, pero…

—Olvídese de los O/CBE por un minuto. Piense en Crossbank. Si Crossbank tuviera un problema, ¿no habríamos oído algo sobre ello?

Shulgin lo meditó. Se frotó con la nariz con un dedo.

—Puede que sí, puede que no. Todos los puestos directivos más importantes estaban en Cancún cuando se cerraron los accesos. Ellos habrían sido los primeros en saberlo.

—Sí —dijo Ray, l evando la idea suavemente pero con apremio hasta su conclusión—, pero los mensajes quizás se hayan quedado almacenados en sus ordenadores personales antes de que la cuarentena entrara en efecto.

—Cualquier asunto urgente habría sido reenviado…

—Pero las copias todavía deberían estar en los servidores de Blind Lake, ¿no es cierto?

—Bueno…, se supone. A no ser que alguien se tomase la molestia de eliminarlas. Pero no podemos acceder a los servidores personales del personal directivo.

—¿No podemos?

Shulgin se encogió de hombros.

—Yo diría que no.

—En circunstancias normales la cuestión ni se plantearía. Pero las circunstancias hace mucho que no son normales.

—Acceder a los servidores, leer sus correos electrónicos… Sí, es interesante.

—Y si encontramos algo útil lo anunciaríamos en una asamblea general.

—Si hay algo útil. Aparte de mensajes de voz de las esposas y las amantes. ¿Hablo con mi gente y les pregunto lo difícil que sería acceder a nuestros servidores?

—Sí, Dimi —dijo Ray—, hazlo.

Cuanto más lo pensaba más le gustaba la idea. Se fue a comer como un hombre feliz.

El estado de ánimo de Ray era voluble, sin embargo, y para cuando dejó el Plaza al final del día ya se sentía amargado de nuevo. El asunto del DingDong. Sue probablemente habría contado la historia a sus amigos del personal de la cafetería. Cada día, una nueva humillación. A él le gustaban los DingDongs para desayunar: ¿tan gracioso era aquel o, tan hilarantemente aberrante? La gente era gilipol as, pensó.

Condujo con cuidado a través de las ráfagas de nieve dura, intentando calcular sin éxito la distancia y la velocidad para pasar por los semáforos de la cal e principal sin detenerse.

La gente era gilipollas, y aquello era lo que siempre habían pasado por alto los teóricos exoculturales, gente como Marguerite, pequeños optimistas ciegos de tres al cuarto. Un mundo l eno de gilipollas no era suficiente para ellos. Querían más. Un universo entero lleno de gilipollez. Un cosmos orgánico de rosa fosforito, un espejo mágico con una cara feliz brillando sobre él.