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—Bueno, quiero decir que no me he montado en nada parecido desde hace años.

—¿Desde que Porcia era pequeña?

—Eso es.

—Bueno, entonces vamos.

Tess fue consciente, durante todo ese tiempo, de la creciente e insistente presencia de la Chica del Espejo.

Se deslizaba a través de cualquier superficie reflectante como un fantasma resbaladizo. La Chica del Espejo ondeaba a través de las ventanas y el brillante capó azul, de la carrocería de los laterales del coche. Tess era consciente incluso de los pocos y espaciados copos de nieve que caían del alto cielo gris. Había estudiado los copos de nieve en la clase de ciencias: eran el ejemplo de la simetría. El hielo, pensó, como el cristal, se plegaba en ángulos espejados. Se imaginó a la Chica del Espejo en cada cara invisible de la nieve que caía.

Llegaba a sentirse un poco enferma. La Chica del Espejo la presionaba como una niebla pesada y asfixiante, hasta que apenas podía pensar en nada más. Quizás le había dicho demasiado a Chris. Pronunciar su nombre, Chica del Espejo, probablemente fuera una mala idea. Quizás a la Chica del Espejo no le gustaba que hablaran de ella.

Pero Tess había estado esperando toda la semana para jugar con el trineo, y no iba a dejar que la Chica del Espejo lo echara todo a perder.

Dejó que Chris empujara el trineo hasta lo alto de la colina. Había un sendero poco pronunciado que discurría por la parte más larga de la colina y después la cima, más escarpada, desde donde se tiraba la gente. Tess se quedó un poco sin aliento al l egar a lo alto, pero le gustó la vista. Era curioso cómo una colina tan pequeña te dejaba ver tanto más de lo que podías ver desde su falda. Aquí y al á estaban las torres oscuras del Paseo Globo Ocular, y los cuadrados blancos del Hubble Plaza y las tiendas y las casas que se agrupaban a su alrededor. Las carreteras parecían las de un mapa de carreteras, nítidas y precisas. La que conducía a Constance cortaba a través del acceso sur y se perdía en la distancia salpicada de nieve, como una línea grabada al aguafuerte sobre metal blanco. El viento le agitaba el cabello, y cogió su gorro de nieve del bolsil o de su abrigo y se lo caló en la cabeza casi hasta la altura de los ojos.

Cerró los ojos y vio aviones. ¿Por qué aviones? La Chica del Espejo estaba muy interesada en ellos justo en ese momento.

Interesada en un pequeño avión de hélice y un reactor más grande que volaba en picado hacia ellos, como un ave de presa. ¿Dónde? El cielo estaba demasiado encapotado para ver demasiado, aunque las nubes eran poco densas y estaban altas. El zumbido en sus oídos podía ser un aeroplano, pensó, o quizás tan solo el trepidar del viento en el cuel o de su abrigo, o el pulso de su propia sangre latiendo en sus oídos.

Los dedos le dolían de frío pero su cuerpo estaba caliente bajo la ropa. Tengo calor, tengo frío, pensó.

—¿Tess? —dijo Chris—. ¿Estás bien?

Normalmente, cuando la gente le hacía aquel a pregunta significaba que estaba haciendo algo peculiar. Como permanecer de pie demasiado quieta o con la vista demasiado fija. ¿Pero por qué le preocupaba aquello a la gente? ¿Tan extraño era estar simplemente de pie, allí, pensando?

Quizás aquello era lo que la Chica del Espejo quería que viese: el avión grande y el pequeño. El pequeño era de color amaril o brillante y tenía números en las alas, pero no símbolos militares. Era más grande que el tipo de aeroplano que fumigaba los campos, pero no mucho más. La imagen aparecía muy clara cuando cerraba los ojos, pero confusa también, como si estuviese observando al aeroplano desde varios ángulos a la vez. Era un avión con muchos lados, un avión caleidoscopio, un avión en un espejo de muchos ángulos.

Chris le entregó la cuerda del trineo. Tess la cogió e intentó concentrarse en el manejo. De pronto, le parecía más una tarea pesada que algo divertido. La nieve crujía y se quejaba bajo el peso de las baldas de madera. En algún lugar, a los pies de la colina, la gente reía. Después los aviones la distrajeron de nuevo. No solo el pequeño sino también el grande, el reactor, que estaba todavía más alejado pero seguía al pequeño aeroplano con testarudez, y entonces…

Dejó caer la cuerda. El trineo se deslizó hacia abajo, vacío, antes de que Chris pudiera coger de nuevo la cuerda.

Chris se arrodilló frente a ella.

—Tess, ¿qué sucede? ¿Pasa algo?

Ella miró sus grandes ojos preocupados, pero no pudo responder. El reactor se había acercado kilómetros en tan solo unos segundos. Y ahora algo salía volando de él (un misil, supuso) y bril aba entre los dos aviones, como un reflejo en un espejo roto.

¿Por qué nadie más podía verlo? ¿Por qué la gente que estaba en la colina seguía riendo y bajando en trineo? ¿Les confundía la nieve, aquellos millones y millones de espejos?

—Quizás lo mejor sea que nos vayamos a casa —dijo Chris, que obviamente tampoco los veía. Tess quería señalarlo. Levantó el brazo; extendió el dedo; su dedo siguió el invisible arco del misil, una raya tan fina como un bolígrafo infinitesimal dibujada contra el blanco papel del cielo.

—Allí… —dijo ella.

Pero entonces todo el mundo escuchó la explosión.

Charlie Grogan se reunió con Marguerite fuera de su despacho en el Paseo.

—Bajemos a Control —dijo él de forma concisa—. Se está volviendo más extraño.

A Charlie se le notaba claramente tenso cuando se montaron en el ascensor. El Ojo estaba bien metido en la tierra, una ironía que Marguerite no había dejado de apreciar. La joya está en el loto; el Ojo está en la tierra. Lo mejor para verte, querida. En aquel momento no le parecía particularmente divertido.

—Puedo ocuparme de cualquier llamada que venga del Plaza —dijo el a—, a menos que sea Ray en persona. Si Ray llama y quiere hacer valer su rango, lo único que puedo hacer es fingir que el teléfono está estropeado.

—Francamente, el Plaza no es nuestro problema más serio en estos momentos. Hemos tenido que l amar a los dos turnos de técnicos. Sacaron y reemplazaron un par de unidades de la interfaz. Peor aún —dijo Charlie—, y ya sé que no quieres oírlo: estamos teniendo problemas graves con los O/CBE.

Los O/CBE. Incluso a Charlie se le había oído llamarlos «tecnología-de-cruzar-los- dedos». Marguerite sabía muy poco de informática cuántica; no pretendía comprender la complejidad de los tanques O/CBE.

El juntar un grupo de O/CBE en una serie «orgánica» auto-evolutiva era un experimento que nunca debería haber funcionado, en su opinión. Los resultados eran impredecibles y fantasmales, y recordaba lo que Chris había dicho (o anotado): «Podría acabar en cualquier momento». Podría, sí, podría. Y quizás aquel era el momento.

Pero Dios, no, pensó ella, no ahora, no cuando estaban al borde de un profundo conocimiento, no cuando el Sujeto estaba en peligro mortal.

La sala de controles e interfaces estaba más l ena de lo que Marguerite había visto nunca. El personal técnico se aglomeraba alrededor de los monitores de sistema, mientras unos pocos discutían acaloradamente.

El corazón le dio un vuelco al ver que la gran pantalla principal, la transmisión en directo, estaba totalmente en blanco.

—Charlie, ¿qué ha sucedido?

Él se encogió de hombros.

—Pérdida de inteligibilidad. Temporal, pensamos. Se han colgado tan solo algunos sistemas de visualización, no es un fal o general del sistema.

—¿Hemos perdido al Sujeto?

—No, como te he dicho, es una cosa de la interfaz. El Ojo todavía está observándolo, pero tenemos problemas para comunicarnos con él —e hizo un pequeño movimiento con los hombros como añadiendo: «al menos eso es lo que creemos».

—¿Había ocurrido antes?