—No, como esto no.
—Pero, ¿podéis arreglarlo?
Vaciló.
—Probablemente —dijo al fin.
—Hace veinte minutos todavía daba imagen. ¿Qué estaba haciendo cuando lo perdisteis?
—¿El Sujeto? Estaba en cuclillas detrás de algún tipo de protección cuando se perdió la imagen.
—¿Crees que es a causa de la tormenta?
—Marguerite, nadie lo puede saber. No comprendemos ni una fracción de lo que hacen los O/CBE. Pueden ver a través de muros de piedra; una tormenta de arena no debería ser un problema. Pero la visibilidad está seriamente comprometida, de modo que quizás el Ojo esté teniendo que trabajar con más intensidad para mantener la visión sobre un objetivo móvil, quizás sea con eso con lo que nos estamos enfrentando ahora. Todo lo que podemos hacer es solucionar problemas periféricos mientras vayan apareciendo. Mantener la temperatura en los límites habituales, mantener los pozos cuánticos estables. —Cerró los ojos y se pasó rápidamente la mano sobre la pelusa de su calva.
Esto es lo que no queremos reconocer, pensó Marguerite: que estamos utilizando una tecnología que no comprendemos. Una «estructura disipativa» capaz de desarrollar una complejidad propia, capaz de desarrol arse mucho más al á de nuestro alcance intelectual. No es realmente una máquina, sino un proceso dentro de una máquina, una evolución en miniatura, a su manera una nueva forma de vida.
Todo lo que hemos hecho es ponerla en funcionamiento. Ponerla en funcionamiento y plegarla a nuestros propósitos.
Hacer de nosotros la única especie con un ojo más complejo que nuestros propios cerebros.
Las luces cenitales parpadearon y perdieron intensidad. Los monitores de voltaje hicieron saltar sus alarmas estridentes.
—Por favor, Charlie —dijo Marguerite—, no dejes que se nos escape.
Chris estaba siguiendo el brusco gesto de Tess cuando oyó la explosión.
No era un sonido especialmente fuerte, no mucho más fuerte que el sonido de una puerta al cerrarse de golpe cerca de uno, pero más pesada, l ena de ecos, como un trueno. Se puso recto y estudió el cielo. También lo hicieron los demás, todos los que ya se estaban tirando con el trineo.
Al principio vio un anil o de humo que se iba expandiendo, difuminado contra el fondo de nubes altas y el mosaico de cielo azul. Después el mismo avión, lejano, describiendo una curva oblicua hacia el suelo.
Caía, pero no sin remedio. El piloto parecía estar luchando por recuperar el control. Era una pequeña avioneta, una avioneta privada de color amaril o canario, nada militar; Chris vio su perfil cuando por un breve instante voló bien nivelada, paralela a la carretera de Blind Lake, quizás a unos setenta metros del suelo. Se dio cuenta de que se estaba acercando. Quizás estaba intentando utilizar la carretera como pista de aterrizaje.
Después el avión vaciló de nuevo, virando sin control y expulsando una nube de humo negro.
Se mantenía nivelado a duras penas, y se acercaba mucho.
—Tírate —le dijo a Tess—, tírate al suelo. Ahora.
La chica permanecía rígida, sin moverse, observando. Chris la empujó a la nieve y la cubrió con su cuerpo. Algunos de los niños comenzaron a gritar. Aparte de eso, el silencio de la tarde se había convertido en fantasmaclass="underline" los motores de la avioneta ya no funcionaban. Debería hacer más ruido, pensó Chris. Todo ese metal cayendo…
Tocó tierra en el extremo norte de la zona de aparcamiento, subiendo el morro en el último minuto antes de colisionar con una camioneta Ford de color rojo brillante, trasladando toda la energía cinética a un abanico de fragmentos rojos y amarillos que formaban vías y cráteres en la nieve caída. El cuerpo de Tessa tembló por el sonido. La metral a voló hacia el este y más al á de la colina, y todavía estaba cayendo en una especie de lluvia de escombros parecida a una nevada cuando los restos del avión comenzaron a arder.
Chris hizo que Tess se sentara.
Ella se sentó como catatónica, con los brazos rígidos a los lados. Tenía la mirada fija, pero no pestañeaba.
—Tess —le dijo—, escúchame. Tengo que ir a ayudar, pero quiero que tú te quedes aquí. Abróchate los botones si tienes frío, busca a otro adulto si necesitas ayuda, pero si no, espérame aquí, ¿de acuerdo?
—Supongo.
—Espérame.
—Te esperaré —dijo ella lentamente.
A Chris no le gustó el aspecto que tenía ni cómo hablaba, pero no estaba físicamente herida y quizás hubiera supervivientes entre los restos ardientes de la avioneta. Le dio lo que esperaba que fuese un abrazo tranquilizador y bajó corriendo por la ladera de la colina, arrancando con los pies pedazos de nieve comprimida y alisada por los trineos.
Alcanzó el avión en l amas a la vez que otros tres adultos, dos hombres y una mujer, seguramente padres que habían venido a tirarse en trineo con sus hijos. Se acercó al fuego tanto como se atrevió. El calor le aguijoneaba la piel de la cara y evaporaba la nieve. Se podía ver el asfalto negro del aparcamiento a través de la nieve. Pudo ver lo suficiente de la camioneta (le habían segado el techo) para comprender que no había nadie dentro. En cuanto a la pequeña avioneta, la cosa era distinta. Bajo el motor, quemándose con furia, una figura humana luchaba contra la ventana empañada de la puerta de la cabina.
Chris se quitó la chaqueta y se envolvió la mano derecha con el a.
Más tarde, Marguerite le diría que había actuado heroicamente. Quizás fuera así. Pero él no se sentía como un héroe. Solo había pensado en cuál sería el próximo paso evidente dada la situación. Quizás no lo hubiera intentado si el fuego no hubiese estado relativamente controlado, si el avión hubiera estado cargado de combustible. Pero no recordó haber realizado ningún cálculo de coste-beneficio. Solo hizo lo que había que hacer.
Sintió el calor en el rostro punzándole la piel, ráfagas de aire frío detrás de él, agitando las llamas. La figura, apenas visible en la cabina prensada por el impacto, dejó de moverse de repente. La puerta quemaba incluso a través de los pliegues de su chaqueta. Estaba levemente entreabierta pero encajada en su moldura. Chris intentó abrirla torpemente sin conseguir nada, retrocedió para respirar un poco de aire fresco y después golpeó con fuerza el aluminio deformado. Una vez, dos, tres veces, hasta que se dobló lo suficiente como para poder coger la puerta protegido por la chaqueta, para entonces en llamas, y hacer palanca.
El piloto cayó sobre el suelo húmedo como un saco de carne. El rostro había perdido todo el pelo y estaba ennegrecido, cuando no mostraba un terrible rojo achicharrado. Llevaba unas gafas de aviador, con una lente perdida y la otra quebrada. Pero respiraba. Su pecho subía y bajaba en oleadas encrespadas.
Los hombres detrás de él se apresuraron a acercarse lo suficiente para sacar al piloto de los restos de la avioneta. Chris se sintió desconcertado sin saber cómo. ¿Había algo más que pudiera hacer? El calor lo abotargaba.
Notó una mano en el hombro y sintió que lo apartaban de las llamas. Tan solo unos metros más allá el aire parecía terriblemente frío, mucho más frío de lo que había sido en la colina, cuando estaba con Tess. Se alejó tambaleándose para acabar sentándose en el capó de un coche intacto, y dejó caer la cabeza. Alguien le trajo una botella de agua. La vació casi de una vez, aunque aquello le hizo sentirse peor. Escuchó una ambulancia que se acercaba chil ando desde Blind Lake.
Tess, pensó. Tess en la ladera de la colina.
¿Cuánto tiempo había pasado? La buscó con la mirada en la pendiente. Todos habían bajado, todos se habían concentrado en el aparcamiento, a una distancia segura de la avioneta en llamas. Todos menos Tess. Le había dicho que se quedara quieta, y el a lo había tomado al pie de la letra. Le gritó, pero estaba demasiado lejos para oírlo.