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—Tan solo lo que puedo ver de cuando en cuando. Dimi Shulgin apareció con un paquete de páginas impresas, probablemente copias de los correos electrónicos de Crossbank que estaban en los servidores desde antes del bloqueo. Ray ha estado extremadamente nervioso desde que los vio. En cuanto a los contenidos, no he podido ni acercarme a los informes. Y si Ray había tenido realmente la intención de hacerlo todo público, al parecer ha cambiado de opinión.

Ray no está tan solo nervioso, pensó Chris. Está asustado. Su barniz razonable está desapareciendo como la pintura en la puerta de un granero.

—Así que estamos jodidos —dijo Elaine.

—No necesariamente. Quizás pueda conseguir algo para vosotros. Pero necesitaré ayuda.

Sue podía dar la convincente impresión de tener la cabeza llena de serrín, pero en realidad, pensó Chris, no era ninguna estúpida. La gente estúpida no conseguía empleos en Blind Lake, ni siquiera como personal de apoyo. Si las copias impresas estaban todavía en el despacho de Ray, decía Sue, ella podría, tan solo quizás y con un poco de suerte, encontrarlas y escanearlas en su ordenador personal. Podría entrar en el despacho de Ray con un pretexto y utilizar su l ave maestra para abrir su escritorio, pero necesitaba al menos una hora sin interrupciones.

—¿Y las cámaras?

—Ahí es donde nos beneficiamos de la paranoia de Ray. Las cámaras son opcionales en los despachos de los altos directivos. Ray tiene apagada la suya desde el pasado verano. Supongo que no quería que nadie lo viera comiendo sus DingDongs.

—¿DingDongs?

Sue pasó por alto la pregunta con un movimiento de mano.

—Seguridad me verá entrar y salir de su despacho, pero si me mantengo lejos de la puerta, eso es todo lo que van a ver. Y yo estoy yendo y viniendo todo el tiempo de una manera u otra. Ray sabe que alguien tiene la llave de su escritorio pero no sabe si soy yo, y si esto sale bien ni siquiera sabrá que he escaneado sus documentos.

—¿Estás completamente segura de que tiene copias en papel en su despacho?

—No, completamente segura no, pero apostaría a que sí. La cuestión es cómo mantener a Ray y sus compinches fuera de juego mientras yo me dedico a lo mío.

—Creo adivinar que ya tienes un plan —dijo Elaine.

Sue parecía complacida.

—Los días laborables es imposible. Yo puedo estar al í los fines de semana durante el día sin levantar sospechas, pero a menudo Ray también se deja caer por el despacho los fines de semana, y últimamente Shulgin ha estado rondando por allí. Así que le he echado un vistazo a la agenda de Ray. Este sábado está apuntado en lo de las charlas del centro de ocio. Ari Weingart ha organizado uno de sus grandes eventos, y tiene uno o dos ponentes antes de Ray. Conociendo a Ray, querrá que Shulgin esté entre el público, junto con cualquier otro que pueda acudir, como Ari, digamos, o cualquier jefe de departamento excepto Marguerite. Se lo está tomando muy en serio. Si tuviera que apostar, yo diría que quiere conseguir apoyo para desconectar el Ojo.

Chris estaba al tanto de aquel debate del sábado. Se suponía que Marguerite iba a ser una de las ponentes. Había escrito algo para la ocasión, aunque era extremadamente reacia a aparecer en el escenario junto con Ray. Ari Weingart la había convencido de que era una buena idea, de que iba a darle más notoriedad y quizás apuntalar el apoyo de otros departamentos.

—¿Dónde encajamos nosotros en todo esto?

—No tenéis que hacer nada, en realidad. Tan solo quiero que estéis en el auditorio con un ojo puesto en el escenario. De esa forma, si Ray sale por una urgencia, podéis hacerme una llamada.

Sebastian sacudió la cabeza.

—Aun así es demasiado peligroso. Podrías meterte en problemas.

Ella le sonrió con indulgencia.

—Agradezco que digas eso. Pero creo que ya estoy metida en problemas. Creo que todos lo estamos. ¿Me equivoco?

Nadie se tomó la molestia de discutirlo.

Elaine se quedó unos minutos después de que Sue y Sebastian se marchasen.

El negocio en el Sawyer subía de volumen un poco a la hora de comer, pero solo un poco. El cielo del atardecer a través de la ventana era azul, el aire era suave y frío.

—Entonces —dijo Elaine—, ¿estás preparado para esto, Chris?

—No sé a lo que te refieres.

—Estamos metidos en la mierda más de lo que nadie quiere admitir. Salir de aquí con vida puede l egar a ser lo más difícil que ninguno de nosotros haya hecho jamás. ¿Estás preparado?

Chris se encogió de hombros.

—Estás pensando en tu novia. Y en su hija.

—No tenemos por qué ir a lo personal, Elaine.

—Vamos, Chris, tengo ojos. No eres tan profundo y tan inescrutable como te gusta pensar. Cuando escribiste sobre Galliano, te pusiste tu sombrero blanco y emprendiste una cruzada para acabar con algunas cosas que estaban mal. Y luego te pasaron factura por eso. Aprendiste que el bueno de la película no es amado universalmente, ni siquiera cuando tiene razón. Más bien al contrario. Muy decepcionante para un chico de suburbio. Entonces te hundiste en una autocompasión justificable, y tenías derecho, por qué no. Pero ahora llega toda esta mierda del bloqueo, sumada a todo lo que haya pasado en Crossbank, por no mencionar a Marguerite y esa pequeña niña suya. Creo que sientes la necesidad apremiante de ponerte aquel sombrero blanco en la cabeza. Lo que digo es: bien. Es el momento. No te resistas.

Chris dobló la servilleta y se levantó de la sil a.

—No tienes ni puta idea sobre mí —dijo él.

21

Después de que Chris hubiera salido de casa, y antes de que Charlie Grogan la telefoneara para pedirle que recogiera a su hija, Marguerite había pasado la mañana observando al Sujeto.

A pesar del peligro implícito para Blind Lake y las amenazas explícitas de Ray, no había nada útil que ella pudiera hacer al respecto, al menos no por el momento. Se le pediría mucho, sospechaba Marguerite, y probablemente muy pronto. Pero no todavía. En aquel momento estaba atrapada en un limbo de temor e ignorancia. No tenía trabajo de verdad que hacer, ni ninguna manera de calmar el torbel ino de sus emociones. No había dormido, pero dormir estaba fuera de discusión.

De modo que se preparó una jarra de té y se concentró en estudiar al Sujeto, garabateando notas para resolver dudas que probablemente no llegaría a tramitar. Toda la investigación estaba condenada, pensó Marguerite, como probablemente lo estaba el propio Sujeto. Parecía visiblemente más débil cuando el sol surgió en un cielo pálido salpicado de nubes altas. Llevaba ya varias semanas de marcha lejos de cualquier camino transitado, con escasas reservas de alimentos y agua. Sus evacuaciones fecales matutinas eran poco densas y verdosas. Al caminar, su cuerpo se contraía en ángulos que sugerían dolor.

Pero esa mañana encontró tanto comida como agua. Había alcanzado las laderas de las gigantescas montañas y, aunque la tierra era todavía terriblemente seca, había descubierto un oasis donde un arroyo de agua glacial caía en cascada de una terraza de roca. El agua se había quedado estancada en una cavidad de granito, agua profunda y transparente como el cristal. A su alrededor se extendía un fol aje de hojas grandes y jugosas.

El Sujeto se bañó antes de comer. Se acercó cautelosamente hasta el interior del estanque y permaneció de pie bajo el arroyo. Había acumulado durante su viaje una capa de polvo que fue manchando el agua a su alrededor. Cuando salió del estanque su piel estaba brillante, había cambiado desde un color casi blanco hasta un ocre quemado oscuro. Giró la cabeza de un lado a otro, como si comprobase que no había depredadores cerca. (¿Habría depredadores en aquella parte del mundo? Parecía improbable. ¿Dónde estaba la caza mayor que necesitaría un depredador de gran tamaño? Pero no era imposible, pensó Marguerite.) Después de cerciorarse de que no había peligro a la vista, arrancó varias de las hojas carnosas, las peló, las lavó y comenzó a devorarlas. Hilos de saliva caían de sus mandíbulas hasta los pies. Después de haber comido las hojas, encontró un espacio cubierto de musgo sobre el granito, cerca de la cascada, y lo lamió hasta dejarlo limpio con su ancha lengua de color gris azulado.