Se detuvo, como paralizado, frente a la puerta de su despacho.
Tess.
Se había olvidado de su hija. La había dejado en el auditorio.
Sacó el servidor del bolsil o de su camisa y pronunció el nombre de Tessa.
Respondió al momento.
—¿Papá?
—Tess, ¿dónde estás?
Ella vaciló. Ray intentó leer sin éxito el significado de aquella pausa. Después continuó.
—Estoy en el coche.
—¿El coche? ¿El coche de quién?
—Eh, el de mamá.
—No vuelves con tu madre hasta el lunes.
—Lo sé, pero…
—No te debería haber recogido. Eso está mal. Eso está pero que muy mal, absolutamente mal por su parte.
—Pero…
—¿Te ha obligado, Tess? ¿Tu madre te ha obligado a entrar en el coche con el a? Puedes decírmelo. Si te está escuchando, tan solo dame una pista. Yo la entenderé.
Llanamente.
—¡No! No fue así. Tú te marchaste.
—Tan solo durante unos minutos, Tess.
—¡Yo no lo sabía!
—Deberías haberme esperado.
—¡Y tú no deberías haber dicho todas aquellas cosas sobre matarla!
—No sé a qué te refieres. Yo nunca haría daño a tu madre.
—¿Qué? ¡Yo me refiero a lo que dijiste en el escenario! ¡Hablaste de matar a la Chica del Espejo!
—Yo no… —Se detuvo, esforzándose por calmarse. Tess era sensible y, por el sonido de su voz, estaba asustada—. No hablaba de la Chica del Espejo. Me debes de haber entendido mal.
—¡Dijiste que teníamos que matarla!
—Hablaba del procesador del Ojo, Tess. Por favor, ponme con tu madre.
Otra pausa.
—No quiere hablar contigo.
—Te tiene que traer conmigo. Está en el acuerdo que hemos firmado. Tengo que hablar con el a sobre esto.
—Nos vamos a casa. —Tess parecía estar al borde de las lágrimas—. Lo siento.
—¿Vas a casa de tu madre?
—¡Sí!
—No tiene derecho…
—¡No me importa! ¡No me importa si no tiene derecho! ¡Al menos el a no quiere matar a nadie!
—Tess, ya te lo he dicho, yo no…
El servidor se desconectó. Tess había apagado la conexión.
Cuando intentó llamarla otra vez no obtuvo respuesta, tan solo escuchó su buzón de voz. Telefoneó a Marguerite. Lo mismo.
—Zorra de mierda —susurró Ray. Refiriéndose a Marguerite. Quizás incluso a Tess, que lo había traicionado. Pero no, no, recapacitando, aquel o no era justo. Tess estaba equivocada. Equivocada porque había sido mimada y consentida por su madre. Que era exactamente de lo que trataba aquel a chorrada de la Chica del Espejo.
Marguerite lo estaba utilizando contra él. Papá quiere matar a la Chica del Espejo. Adoctrinándola. Ray se ponía furioso solo con pensarlo. Únicamente podía imaginar las mentiras que Tess se estaba viendo obligada a creer sobre él.
¿Significaba aquello que también había perdido a Tess?
No. No. Imposible. Todavía no.
Se encerró en su despacho, giró la silla hacia la ventana y pensó en l amar a Dimi Shulgin. Quizás a Shulgin se le ocurriera algo.
La vista desde la ventana era hostil y falta de vida. Blind Lake había aprendido a vivir sin previsiones meteorológicas, pero uno no necesitaba ser meteorólogo para ver acercarse las nubes. Nubes bajas, pesadas por la carga de nieve, empujadas por una galerna del noroeste. Otro episodio de aquel invierno interminable.
La nieve que caía confería a la ciudad un aspecto difuminado, ilusorio, como una fotografía con filtros o el decorado de un escenario pintado en grises. La ventana vibró por una ráfaga de viento, haciendo la imagen levemente más imprecisa. El Sujeto se quedó largo rato observando la tormenta que se aproximaba.
Cuando se volvió, las ruedecillas de su silla se trabaron con algo escondido bajo el escritorio. El personal de limpieza se estaba volviendo descuidado, pero aquello no era nuevo. Una hoja de papel. Con el ceño fruncido, se agachó para recogerla.
EX: Bo Xiang, Laboratorio Nacional de Crossbank.
PARA: Avery Fishbinder, Laboratorio Nacional de Blind Lake.
TEXTO: En respuesta a tu pregunta, las posibilidades de que las estructuras de tierra seca sean de origen natural son escasas. Aunque este tipo de simetría es bastante normal en la naturaleza, el tamaño de las estructuras y el grado de precisión son notables, y sugieren ingeniería más que evolución. No es que sea un argumento definitivo, pero…
Ray dejó de leer y colocó la hoja de papel sobre su escritorio.
Lentamente, tomándose su tiempo, resistiéndose a formular ningún juicio precipitado, abrió la cerradura del escritorio con su l ave y sacó el grueso fajo de hojas impresas que Shulgin le había entregado. Las hojeó rápidamente.
Las páginas no estaban en orden.
Alguien había estado otra vez en su escritorio.
Se incorporó. Vio su reflejo en la ventana, una imagen cubierta con un mural de nubes, un hombre congelado en una capa de cristal.
24
El tiempo había empeorado considerablemente cuando Chris, Marguerite y Tess llegaron a casa. Quizás aquello fuera bueno, pensó Chris. Ponía otra barrera entre Marguerite y Ray. Si Ray venía a recoger a su hija, o buscando venganza, la nieve al menos lo retrasaría.
Tess se había echado a l orar después de la llamada telefónica. En aquel momento las lágrimas se habían convertido en una serie de hipidos, y Marguerite la condujo a casa con un brazo por encima del hombro. Tess se quitó el abrigo y las botas y corrió al sofá del salón de estar, como si fuera un bote salvavidas.
Marguerite bloqueó el código de la puerta.
—Mejor echar también el cerrojo —dijo Chris.
—¿Crees que es necesario?
—Creo que es lo más acertado.
—¿No te estás volviendo un poco paranoico? Ray no haría…
—No sabemos lo que Ray puede hacer. No deberíamos darle oportunidades.
Ella echó el cerrojo y se reunió con su hija en el sofá.
Chris le pidió prestado su estudio para imprimir los documentos que Sue había transferido a su servidor. El cuarto no tenía ventanas, pero podía escuchar el viento arreciando afuera, espiando entre el ramaje como un hombre con un cuchil o embotado.
Pensó en Ray en el escenario del auditorio. Lo primero que había hecho había sido burlarse de Marguerite y humillarla, y lo había hecho muy inteligentemente, disfrazando su ira, controlándola. Para un tipo como Ray, todo tenía que ver con el control. Pero el mundo estaba repleto de insolencia difícil de manejar. De expectativas frustradas. De esposas que le desobedecían y después lo abandonaban. De teorías suyas que probaban resultar falsas.
Su escritorio, saqueado.
Lo importante acerca de la pequeña fusión del núcleo de Ray, pensó Chris, era que evidenciaba un profundo torbellino. Los tipos como Ray eran emocionalmente frágiles, que era precisamente lo que los hacía tan buenos matones. Esa gente vivía justo al borde del punto de ruptura. Y en ocasiones lo sobrepasaban.
Las páginas de los treinta documentos que Sue había robado iban pasando a buen ritmo por la impresora. El tesoro de Ray, al parecer. Se sentó y comenzó a leer.
Marguerite estuvo el resto de aquella tarde gris con su hija.
Tess se tranquilizó considerablemente una vez que estuvo dentro de la casa, pero aun así todavía se podía percibir claramente su angustia. Estaba acurrucada en el sofá, con un edredón acolchado en torno a el a como si fuera un chal, enfocando toda su atención en la pantalla de video. En Blind Lake Television estaban dando Los Foster, un programa para niños que Tess no había visto desde que tenía seis años. Había subido el volumen para ahogar el sonido del viento y de la nieve dura golpeando contra las ventanas.