—Ella insistía en hablar de mi libro —dijo Sebastian—. ¿Te lo puedes imaginar, considerando el dolor que estaba padeciendo?
—Qué bonito —dijo Elaine cáusticamente desde del otro lado de la sala—. Debes de haberte sentido muy halagado.
Sebastian parecía genuinamente dolido.
—Estaba horrorizado.
—Entonces, ¿por qué lo mencionó?
—Podía estar muñéndose, Elaine. Me preguntaba si realmente había un Dios, el tipo de Dios que yo mencionaba en mi libro, «del cual parten nuestras mentes y al cual retornan». Me estaba citando.
—¿Y entonces qué le dijiste?
—Quizás le debería haber mentido. Le dije que no lo sabía.
—¿Cómo se lo tomó ella?
—No me creyó. Ella piensa que soy demasiado modesto. —Miró a Elaine, después a Chris—. ¡Ese puto libro! Esa puta mierda de libro… Por supuesto que lo escribí por dinero. No por tanto dinero. Tan solo un pequeño adelanto de prensa de segunda división. Algo para acolchar mi pensión. Nadie esperaba que tuviera tanto éxito como tuvo. Nunca tuve la intención de que fuera algo que la gente tomara como un credo. Como mucho, es una forma de ciencia-ficción teológica. El chiste de un pensador.
—Una mentira, en otras palabras —dijo Elaine.
—Sí, sí, pero ¿lo es en realidad? Últimamente…
—¿Últimamente qué?
—No sé cómo explicarlo. Se parece más a la inspiración. ¿Comprendes la historia de esa palabra, inspiración? ¿El pneuma, el aliento sagrado, el aliento de la vida, el divino aliento? ¿Inhalar a Dios? Quizás algo estaba hablando a través de mí.
—Parece como si tu detector de chorradas se hubiera estropeado —dijo Elaine, aunque Chris se dio cuenta de que lo dijo más lentamente, y con un tono burlón menos evidente.
Sebastian sacudió la cabeza negativamente.
—Elaine: ¿sabes por qué tu cinismo no hace daño? Porque lo comparto. Si alguna vez creí de verdad en Dios, aquel o acabó cuando alcancé la pubertad. Si l amas colección de chorradas a mi libro, Elaine, no voy a discutir contigo. ¿Recuerdas cuando predijiste que iba a escribir una segunda parte? Tenías toda la razón. Firmé el contrato la semana antes de que fuéramos a Crossbank. La sabiduría & el vacío cuántico. Risible, ¿no es cierto? Pero, ¡oh, cielos, el dinero que me ofrecieron!, por escribir unos pocos aforismos que no hacen daño a nadie, en un lenguaje fantasioso. ¿A quién iba a hacer daño? A nadie. Y al que menos de todos a mí. Mi carrera académica está acabada. Cualquier credibilidad como académico se fue al garete cuando publiqué el primer volumen. No me quedaba nada más que hacer que exprimir la gal ina de los huevos de oro. Pero…
Sebastian se detuvo. Elaine cruzó el suelo embaldosado y se sentó junto a él.
Chris observaba a Tess jugar con un basto coche de madera. Si la chica estaba escuchando, no daba ninguna señal al respecto.
—¿Pero? —lo animó a seguir Elaine.
—Pero, como dije, me encuentro preguntándome… Eso es, algunas mañanas me levanto creyéndolo. Creyéndolo de todo corazón, creyendo del mismo modo en que creo en mi propia existencia.
—¿Creyendo qué, que eres un profeta?
—Para nada. No. Me levanto pensando que me he tropezado con una verdad. A pesar de mí mismo. Con una verdad fundamental.
—¿Qué verdad, Sebastian?
—Que hay algo que vive en los procesos físicos del universo. No necesariamente creándolos. Modificándolos, quizás. Pero principalmente viviendo en el os. Comiendo el pasado y excretando el futuro.
Tess le lanzó una mirada curiosa y después empujó el coche un poco más lejos.
—Ya sabes —dijo Elaine—, eso es como el paso final de la locura. Cuando comienzas a prestar atención a las voces que hay dentro de tu cabeza.
—Obviamente. Quizás esté loco, Elaine, pero no soy idiota. Soy capaz solito de comprender que algo es un espejismo. Y entonces me pregunto si Ray Scutter tenía razón, si Blind Lake ha sido afectado por una locura contagiosa. Eso explicaría mucho, ¿no es así? Eso explicaría por qué nos han puesto en cuarentena. Eso explicaría parte del comportamiento de Ray. Quizás incluso podría explicar por qué Sue está en una clínica de guardia con una herida de cuchillo en el vientre.
Y aquel o quizás explicaría a la Chica del Espejo, pensó Chris.
Miró a Tess, preocupado por que hubiera escuchado aquel comentario sobre su padre, pero la niña había abandonado su coche de madera cerca de unas puertas abatibles donde se podía leer un rótulo de «PERSONAL DEL HOSPITAL» y había desaparecido por aquel pasillo.
Se incorporó y la l amó. No hubo respuesta.
Tess estaba buscando a su madre cuando abrió la puerta de la habitación de un hombre.
Al principio creyó que la habitación estaba vacía. Estaba iluminada muy débilmente, pero desde la puerta pudo distinguir una cama, la ventana, un silencioso monitor de constantes vitales, la figura esquelética de un árbol de interior. Estaba a punto de salir cuando el hombre de la cama le habló.
—Hola. No te vayas.
Ella titubeó.
El hombre yacía sin moverse en la cama, pero al parecer no estaba durmiendo. Parecía amigable. Pero uno nunca podía fiarse.
—No tienej por qué tener miedo —dijo el hombre. Dijo «tienej» en lugar de «tienes», se dio cuenta Tess. De alguna forma, aquello le hacía parecer menos peligroso.
Dio cautelosamente un paso adelante.
—Es usted el hombre de la avioneta —dijo.
—Eso es. La avioneta. Mi nombre es Adam. Sabes, como el palíndromo. «Madam, soy Adam». —Su voz era la de un hombre viejo, grave y lenta, pero también sonaba profunda —. Tengo mi licencia de piloto desde hace quince años —dijo—, pero solo suelo volar los fines de semana. Tengo una tienda de hardware en Loveland, Colorado. Adam Sandoval. El hombre de la avioneta. Ese soy yo. ¿Cómo te llamas tú?
—Tessa.
—Y esto debe de ser Blind Lake.
—Sí.
—Parece que hace frío ahí fuera.
—Está nevando. Puede oír la nieve golpeando la ventana.
—Mala visibilidad —murmuró Adam Sandoval, como si estuviera evaluando alguna posible ruta de escape.
—¿Está muy grave? —preguntó Tess. El hombre todavía no se había movido.
—Bueno, no lo sé. No me duele nada. Ni siquiera estoy seguro de estar totalmente despierto. ¿Eres un sueño, Tessa?
—No lo creo. —Pensó en lo que aquel hombre había hecho. Había caído literalmente del cielo. Como Dorothy. Había llegado a Blind Lake en un tornado—. ¿Qué pasa fuera?
—Está nevando, has dicho. Y parece que es de noche.
—No, me refiero a fuera de Blind Lake.
El hombre hizo una pausa. Era como si estuviera revolviendo en una caja de recuerdos, una caja que hubiera estado cerrada durante tanto tiempo que ya no estaba seguro de lo que había dejado dentro.
—Fue difícil despegar aquel día —dijo al fin—. La Guardia Nacional estaba en los aeropuertos, incluso en las pistas locales de avionetas. Todo el mundo estaba preocupado por lo de la estrella de mar. —Hizo otra pausa—. La estrella de mar de Crossbank se llevó a mi esposa. O ella se dejó llevar; quizás es una forma mejor de decir lo mismo.
Tess no comprendía aquello, ni siquiera un poco, pero supo ser paciente mientras el hombre seguía hablando. Interrumpirle sería de mala educación. Esperaba que, más tarde o más temprano, al menos algo de lo que dijera tuviera algún sentido para el a.