Marguerite miró a su espalda mientras apagaba la luz. Los ojos de Tessa ya estaban cerrados. Tess tenía once años, pero parecía más pequeña. Todavía tenía aquel a pequeña papada de niño bajo la barbilla, las mejillas llenas. Su pelo se estaba oscureciendo pero todavía era de un rubio apagado. Marguerite suponía que una jovencita estaba emergiendo de su capullo de niñez, pero sus rasgos eran todavía indistintos, difíciles de predecir.
—Duerme bien —susurró.
Tess se enroscó en su edredón y arqueó su cabeza contra la almohada.
Marguerite cerró la puerta. Cruzó el salón de estar hasta su estudio, un tercer dormitorio reconvertido, con idea de adelantar un poco de trabajo antes de medianoche. Cada uno de los jefes de departamento le había mandado fragmentos de video de las últimas veinticuatro horas del Sujeto para que los revisara. Bajó la intensidad de la luz y fue abriendo los informes en su pantalla de la pared.
En Fisiología y Señales todavía estaban obsesionados con los pulmones de rejil a del Sujeto. «Posible gesto de rejilla en interacción social», afirmaba el subtítulo. Había un pequeño video del Sujeto en un cónclave de comida en un pozo. El Sujeto permanecía bajo la pálida luz verde en aparente interacción con otro. Las aberturas ventrales de respiración, unas pálidas ranuras blanquecinas a cada lado de su caja torácica, temblaban con cada inhalación. Aquel o era normal, y Marguerite no estaba segura de por qué la gente de Fisiología quería que le echase un vistazo hasta que apareció un nuevo texto: «Los cilios de las aberturas respiratorias se mueven en un patrón vertical de cierta complejidad durante la conducta social». Ah. Sí, se podía apreciar en una subpantalla con mayor acercamiento. Las cerdas de los pulmones eran unos pelillos rosas, apenas visibles, pero sí, se movían como trigo en el campo bajo el viento. A modo de comparación se incluía otra pantalla del Sujeto respirando en un escenario sin interacción social. Los cilios de los pulmones se flexionaban hacia dentro con cada ejercicio de respiración, pero no se apreciaba movimiento vertical.
Potencialmente muy interesante, pensó Marguerite. Etiquetó el informe con un aviso de prioridad, lo que quería decir que Fisiología y Señales podría enviarlo a los compiladores para realizar más análisis posteriores. Añadió algunas notas y preguntas propias (¿consistencia? ¿otros contextos?) y lo reenvió al Hubble Plaza.
Abrió los últimos archivos de video de las secciones de Cultura y Tecnología, que se proyectaron en el panel de la pared de la habitación. Allí estaba el Sujeto, erguido al máximo, con las piernas estiradas mientras empleaba el brazo y algo que se parecía a una tiza para añadir un símbolo nuevo (si es que era un símbolo) a la cadena que adornaba los muros del cuarto. Era uno más de una cadena de dieciséis espirales en forma de concha de caracol que se iban haciendo progresivamente más grandes. Aquella última terminaba con una especie de rúbrica. A Marguerite le parecían garabatos de un niño aburrido en los márgenes de un cuaderno de notas. La inferencia obvia era que el Sujeto estaba escribiendo algo, pero ya se había comprobado que los trazos, líneas, círculos, cruces, puntos, etc., nunca se repetían. Si se trataba de pictogramas, el Sujeto no había escrito nunca la misma palabra dos veces; si fueran letras, se trataba de un alfabeto muy largo. ¿Significaba aquel o que se trataba de arte? Quizás. ¿Decoración? Posiblemente. Pero en Cultura y Tecnología eran de la opinión de que aquel último signo de la cadena sugería algo de contenido lingüístico. Marguerite lo dudaba, y etiquetó aquel informe con una prioridad que lo almacenaría con una decena de documentos similares para la revisión técnica.
El resto de los mensajes consistía en informes de progresos de los comités en activo, y un par de breves segmentos que el equipo de Investigación del Paisaje había considerado que le podría interesar ver: vistas de mirador, la ciudad extendiéndose más allá del Sujeto en una tarde color pastel, capa sobre capa de arenisca roja, como un imperio de pasteles de boda oxidados. Guardó las imágenes para estudiarlas más tarde.
Para medianoche ya había acabado.
Desconectó la pantal a del muro de su cuarto de trabajo y fue andando por la casa apagando las otras luces, hasta que la suave oscuridad fue completa. Al día siguiente era sábado. Tess no tendría colegio. Marguerite confiaba en que la programación vía satélite estuviera disponible para la mañana. No quería que Tess se aburriera en su primer día de vuelta al hogar.
Era una noche clara. El otoño estaba avanzando a pasos agigantados aquel año. Se tumbó en la cama con las cortinas abiertas. Cuando se mudó aquel pasado verano puso su grande e inútil cama doble cerca de la ventana. Le gustaba mirar a las estrel as antes de dormirse, pero Ray siempre había insistido en bajar las persianas. Ahora podía hacerse aquel as pequeñas concesiones. La luz de la luna creciente caía sobre un arrecife de mantas. Cerró los ojos y se sintió ingrávida. Suspiró una vez y cayó dormida.
4
Ari Weingart, el encargado de Relaciones Públicas de Blind Lake, l evaba una gran carpeta digital. Chris Carmody se preocupó un poco al verla. Rara vez había tenido buenas experiencias con gente que l evara carpetas.
Era evidente que a Weingart las cosas no le estaban saliendo demasiado bien. Había recibido a Vogel, Elaine y Chris en el exterior del Hubble Plaza y los había escoltado hasta su pequeño despacho con vistas a la plaza central. Estaban en la mitad de la confección de un itinerario provisional de una semana, cuando Weingart había recibido una l amada. Chris y compañía se retiraron a una sala de conferencias vacía donde estuvieron sentados hasta entrada la noche.
Cuando Weingart volvió, todavía l evaba consigo la odiosa carpeta.
—Ha habido una complicación —dijo él.
Elaine Coster había estado hirviendo a fuego lento, escondida tras un ejemplar atrasado de Current Events. Dejó la revista sobre una mesil a y recibió a Weingart con una mirada inexpresiva.
—Si hay algún problema con el calendario, podemos solucionarlo mañana. Todo lo que necesitamos ahora mismo es un sitio donde poder instalarnos. Y una conexión segura. No he podido conectarme con Nueva York desde esta tarde.
—Bueno, ese es el problema. Las plazas de alojamiento están ocupadas. Tenemos unos novecientos trabajadores que viven fuera del complejo, pero no han podido salir, y me temo que tienen prioridad sobre los invitados. Las buenas noticias son que…
—Espere un momento —dijo Elaine—. ¿Ocupadas? ¿De qué está hablando?
—Supongo que no habrán tenido este problema en Crossbank, pero es parte del protocolo de seguridad. Si existe algún tipo de amenaza contra el complejo, no se permite el tráfico ni en un sentido ni en otro hasta que el problema se solucione.
—¿Existe una amenaza?
—Doy por hecho que sí. No estoy al corriente de todo. Pero estoy convencido de que no es nada.
Probablemente tiene razón, pensó Chris. Tanto Crossbank como Blind Lake eran Laboratorios Nacionales y operaban con unos protocolos de seguridad que databan de las Guerras del Terror. Incluso las amenazas más insignificantes se tomaban terriblemente en serio. Uno de los inconvenientes del alto perfil de Blind Lake era que atraía la atención de un amplio espectro de lunáticos e ideólogos.
—¿Puede decirnos la naturaleza de la amenaza?
—Honestamente, eso es algo que yo mismo desconozco. Pero no es la primera vez que ocurre. Si mi experiencia les sirve de ayuda, todo estará solucionado para mañana.
Sebastian Vogel se levantó de la silla donde había estado sentado como una esfinge durante la última hora.
—Y entretanto —dijo—, ¿dónde vamos a dormir?
—Bueno, hemos preparado unos camastros.