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—Por supuesto —dijo el señor Sandoval—, ahora es demasiado tarde para eso.

—Sí. Derribaron su avión.

—No, quiero decir que ya ha comenzado. ¿No puedes sentirlo?

Tess tuvo miedo porque sí podía sentirlo.

Marguerite tan solo quería averiguar qué era lo que había alterado tanto a los chicos de Observación en el Ojo. El edificio de la clínica estaba casi desierto. El doctor Goldhar se había ido después de suturar la herida de Sue y estabilizarla; Rosalie Bleiler y una pareja de médicos de urgencia formaban el turno de noche, y a ellos había que sumar el personal de seguridad y de limpieza. Fue comprobando puertas hasta que encontró una habitación vacía. Una vez dentro, cerró la puerta para asegurarse mayor privacidad. Se sentía furtiva aunque no estaba haciendo nada malo, y conectó su servidor de bolsillo a la gran pantalla de la habitación.

La transmisión en directo desde el Ojo apareció con rapidez y viveza.

Parecía que era avanzada la tarde en UMa47/E. El viento de la tarde empujaba el polvo por el aire, haciendo que el cielo se volviera de un blanco azulado. El Sujeto parecía continuar con su enigmática odisea, caminando a través de una serie de cañones profundos y erosionados, justo como había hecho el día anterior y el día anterior a aquel. ¿Qué es lo que era tan inusual? Quizás la clínica había instalado un equipo nuevo de reproducción de imagen; la imagen era más vivida de lo que jamás había visto, incluso en los monitores del Ojo. Tan clara como a través de una ventana. Podía ver el polvo que cubría su cuerpo, cada uno de los granos. Casi podía sentir la brisa quemada en su rostro.

Esta criatura, pensó. Esta cosa. Este enigma.

El Sujeto continuó hasta el antiguo cauce seco de un río, a lo largo de otra curva sinuosa, y de repente Marguerite vio lo que el equipo de Adquisición de Imagen debía de haber divisado antes. Algo tan extraño que dio un paso atrás y casi se tropezó con una sil a de sala de conferencias.

Algo increíblemente extraño. Algo artificial. Incluso posiblemente el destino, el objeto del viaje del Sujeto.

Era obvio por qué aquella estructura no se había captado en las tomas de satélite. Era enorme, pero no increíblemente enorme, y sus agujas y columnas estaban cubiertas por años, si no siglos, de polvo. Resplandecía a la luz del atardecer como un espejismo.

El Sujeto se acercó a la sombra de aquella estructura, caminando más rápidamente de lo que lo había hecho en muchos días. Marguerite creyó poder oír sus grandes pies extendidos rozando contra el suelo del desierto, cubierto de piedrecillas.

Pero, ¿qué era aquella cosa, grande como una catedral, tan claramente antigua y tan claramente descuidada? ¿Qué es lo que estaba buscando el Sujeto para viajar hasta tan lejos?

Por favor, pensó, más misterios no, más actos insondables no…

El Sujeto pasó bajo el primero de uno de aquellos enormes arcos de agujas, adentrándose en la sombra.

—¿Qué es lo que quieres de ese lugar? —dijo en voz alta.

El ser giró y la miró. Sus ojos eran enormes, solemnes, y de un blanco perlado.

Un fino y seco viento despeinó a Marguerite los mechones sueltos. Cayó de rodil as por puro asombro y trató de sujetarse a la mesa de conferencias, a cualquier cosa que frenara su caída. Pero bajo la palma de su mano solo encontró granos de arena, el polvo de eras, la seca superficie de UMa47/E.

28

Cuando el suelo empezó a moverse bajo sus pies y las sirenas comenzaron a anunciar la señal de evacuación del Ojo, Ray se desanimó pero no se sorprendió. Era algo inevitable. Algo estaba al acecho, y a ese algo no le gustaba lo que Ray había venido a hacer.

Pero se había preparado para aquella confrontación. Se trataba de algo que cada vez se le hacía más evidente. Ray no creía demasiado en el destino, pero en aquella situación era una idea con un gran poder de explicación. Todos los tipos de experiencia vital que le habían parecido misteriosos en un tiempo (los años de lucha académica, su profundo escepticismo en el funcionamiento del Ojo, su primera iniciación hacía muchos años en los ritos de la muerte), todo aquel o cobraba entonces sentido para él. Incluso su ridículo matrimonio con Marguerite, con aquella tozudez resentida tan suya, con su desgana para comprometerse con todo lo que para él era importante. Con sus ideas sentimentales sobre los nativos de UMa47/E. Aquellas eran las rocas contra las cuales Ray se había ido afilando como la hoja de un cuchillo.

«La hoja de un cuchillo» le provocó el recuerdo desagradable de lo sucedido en la casa de Sue Sampel. Aquello había sido puramente reflejo; nunca había querido herirla físicamente. Lo había enfurecido con aquella risa insolente y chil ona. Él la había empujado, el cuchil o había aparecido de repente en manos de el a y se había visto obligado a forcejear para quitárselo; y entonces, después de un momento irreflexivo, llegó la sangre. Dios, cómo odiaba la sangre. Pero incluso aquel horrible encuentro había constituido una experiencia útil. Le había probado que era capaz de actos audaces y transgresores.

Estaba tan familiarizado con la disposición del Paseo que fue capaz de localizar el ascensor central. Dos de los cuatro ascensores esperaban vacíos, y sus puertas se abrían y cerraban como párpados espasmódicos. El temblor que había sacudido el suelo había remitido. Un terremoto en aquella parte del país era improbable, pero no imposible. Pero Ray dudaba de que el temblor hubiera sido causado por un terremoto. Algo estaba sucediendo allá abajo, en las profundidades del Ojo.

Era evidente que el personal nocturno había sido bien entrenado para enfrentarse a una evacuación de emergencia. El personal fluía por las escaleras de dos en dos, aparentemente alarmados pero con una actitud básicamente calmada, diciéndose a sí mismos que el temblor se había detenido y que la evacuación era una formalidad. Una mujer de mirada penetrante divisó a Ray junto a los ascensores y se acercó a él.

—Se supone que tenemos que ir directamente a la salida, no regresar al trabajo. Y puedo asegurarle que no podemos utilizar los ascensores.

Puta monitora de pasillos, pensó Ray. Le mostró fugazmente su pase ejecutivo robado.

—Abandone el edificio tan rápidamente como sea posible.

—Pero nos dijeron…

—Corra a no ser que quiera perder su trabajo. O si no, déme su nombre y su código.

La voz de la autoridad. El a hizo una mueca y se fue con mirada dolida. Ray entró en el ascensor más cercano y apretó el botón del subnivel cinco, el más cercano a la galería del O/CBE. Dio por supuesto que tenía cierto margen de tiempo para trabajar. Una vez que el personal civil hubiera desalojado el edificio, Shulgin enviaría un equipo para inspeccionar el complejo, pero la tormenta ralentizaría el proceso hasta lo indecible.

Las sirenas reverberaban con fuerza en los conductos de los ascensores. Se encontraba cuatro plantas por debajo de la pradera de Minnesota cuando las sirenas dejaron de sonar, el ascensor se detuvo entre dos plantas y las luces parpadearon hasta apagarse definitivamente.

Corte de electricidad. En unos pocos segundos los sistemas auxiliares se conectarían y todo volvería a funcionar.

Pero incluso entonces, pensó Ray, ¿no debería haber luces de emergencia?

Aparentemente no. La oscuridad era absoluta.

Sacó su servidor del bolsillo, pero incluso aquel aparato había dejado de funcionar y no emitía ni un pequeño resplandor. Igual que si estuviera ciego.